Visiones contrapuestas
El contraste es flagrante. El tardío anuncio de Bagdad de que está dispuesto a iniciar hoy la destrucción de sus misiles Al Samud 2 ha sido interpretado por la Casa Blanca como "un engaño", mientras Aznar, en compañía de Blair, lo calificada ayer de "juego muy cruel con el deseo de paz de millones de personas en el mundo". El jefe de los inspectores, Hans Blix, que fijó la fecha límite, entendía que, de confirmarse la decisión iraquí, se trataría de un "elemento importante para un verdadero desarme".
La grave división del Consejo de Seguridad ha quedado públicamente sancionada una vez más. La tríada de los impulsores de una nueva resolución para la guerra despreciaron el anuncio de Bagdad, mientras que Francia, Alemania, Rusia y otros países lo valoraron positivamente. Y lo es. Demuestra que debe mantenerse la presión internacional y las inspecciones, porque logran resultados. El portavoz del Gobierno, el vicepresidente Rajoy, se equivocó al decir que fueron los inspectores quienes descubrieron los cohetes; su existencia fue revelada por Bagdad, al igual que las bombas R400 con capacidad química o biológica.
Que los misiles excedan en 30 kilómetros el alcance permitido por anteriores resoluciones de la ONU no altera la ecuación estratégica, pero su destrucción es una exigencia del Consejo de Seguridad que Irak debe cumplir. Sadam está intentando apurar el calendario y marcar los tiempos. Por eso sería importante que el Consejo de Seguridad aprobara un calendario preciso y detallado, como propone el memorándum de Francia, Alemania y Rusia, en lugar de abrir el camino a una guerra inmediata con la nueva resolución que proponen Estados Unidos, el Reino Unido y España.
Aznar se está empleando diplomáticamente a fondo. En una semana se ha entrevistado cara a cara con Fox, Bush, Chirac, el Papa, Berlusconi y Blair, además de mantener constantes contactos telefónicos. Pero tras este frenesí diplomático no se aprecia ninguna "iniciativa pacífica" para evitar el ataque a Irak en el sentido que le ha pedido Juan Pablo II. Aznar sigue manteniendo silencio sobre qué hará España si el Consejo de Seguridad no apoya el proyecto de resolución de los tres. Su colega Berlusconi al menos afirmó ayer en Roma que "una acción militar de un país sin el aval de Naciones Unidas sería un acto tan nefasto, que creo que nadie asumiría una tal responsabilidad".
Aznar explicitó ayer, junto a Blair, una singular idea que puede explicar muchas cosas: que los primeros ministros, los de Exteriores o los de Defensa hablen lo menos posible. Prefiere dejar que los hechos hablen por sí solos. Curiosa manera de entender el compromiso de un gobernante con sus electores sobre un tema tan crucial como la guerra.
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