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Columna
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Guau, guau

¡El ladrido fue multitudinario y unánime y ocupó no sólo las esquinas sino todo lo ancho de las aceras y la calzada misma y las isletas y el bulevar y las escaleras de los subterráneos y la glorieta y la plaza y hasta los balcones y las azoteas. José María Aznar había dicho que quienes le protestan son "perros que ladran su rencor por las esquinas" y, en efecto, cientos de miles de perros ladramos por las calles de Madrid nuestro rencor negro de chapapote, nuestro rencor negro de guerra, nuestro rencor negro de ese petróleo asesino de niños y de mares y de aves y de hombres y de peces y de playas y de ancianas y de plantas, ese rencor negro de ruinas y de muerte violenta.

José María Aznar creía que, al hacer esa comparación, infravaloraba a los manifestantes. No sólo se equivocaba creyéndose superior a los individuos de la especie canina, a la mayoría de los cuales no llega, por cierto, ni a la altura de las almohadillas (muchos se encontraban en la manifestación del 23-F acompañando a sus amigos humanos, algunos con pegatinas y hasta con camisetas que dejaban clara cuenta de su natural pacífico), sino que, ocupado en extender a la especie humana las prácticas de exterminio a las que nuestros amigos los perros están tan desgraciadamente acostumbrados, se equivocaba también recordándonos el legítimo rencor de los exterminados. Según su razonamiento, los perros se guiarían por el recuerdo de una ofensa sufrida, lo que, acercándonos a la más cruda de las realidades, no sería de extrañar.

Aunque siga en pie la repugnante amenaza de esta guerra que no queremos, la vida, con todas sus miserias, continúa en Madrid y hasta en Bagdag. Las miserias suelen ser humanas y, entre las más crudas realidades que provoca, se encuentra, sin lugar a dudas, la perrera municipal de Cantoblanco. Ante la gravedad de las amenazas, viruela incluida, en las últimas semanas hemos tenido que dejar a un lado muchas cuestiones sin resolver. La de Cantoblanco es una de ellas, y sigue produciéndonos un rencor que añadimos al de la guerra y el petróleo. Resulta que, a diferencia de nuestros gobernantes, muchas personas con buenos sentimientos se dedican a rescatar, defender, curar, proteger y adoptar a los miles de perros y gatos maltratados y abandonados que acaban su pesadilla en las celdas encharcadas de la perrera municipal, antesala de sus cámaras de gas. Para algunos, que se pierden de sus dueños y llevan microchip de identificación, la pesadilla empieza precisamente allí, donde se dan muchos casos en los que, antes de ser asesinados, ni siquiera se hace la comprobación pertinente. Hace unas semanas, estas personas, junto con diversos grupos asociados en la Plataforma Animalista y el apoyo de Ecologistas en Acción, pusieron en marcha una campaña de denuncia y concienciación que fue tendenciosamente tergiversada por los responsables de Cantoblanco y erróneamente interpretada por los medios de comunicación. Nada ha cambiado desde entonces en las tristes e insostenibles condiciones de la perrera.

Dependiente de un Ayuntamiento que no se manifiesta junto a sus ciudadanos en contra de la guerra, el Centro de Adopciones de Cantoblanco, es un lugar de exterminio masivo en el que los animales, indefensos, reciben un trato carente de toda ética. Para empezar, el horario de adopción es incompatible con el del 90% de la población activa de la ciudad (de lunes a viernes de 10 a 13, en invierno, y de 10 a 12, en verano), de lo que se deduce la absoluta falta de voluntad de salvarles la vida. Los gatos se encuentran en nichos-jaula sin luz exterior, fríos y duros, empapados por la limpieza a manguerazos, enfermos de procesos víricos producidos por la humedad y sin recibir tratamiento veterinario. Los perros, cuando no son entregados a personas que no reúnen las garantías suficientes y que (está investigado) los usan para escalofriantes entrenamientos de peleas caninas, son angustiosamente gaseados dentro de jaulas en los que se les encierra a presión; como demostró hace meses un vídeo grabado por un joven que trabajó durante unos meses en la perrera y que difundieron varias televisiones, algunos sacos con perros supuestamente "sacrificados" seguían moviéndose fuera de la cámara de gas. Para qué decir más, sino que Cantoblanco se paga con nuestros impuestos. Los mismos con los que se paga al señor Aznar. Somos perros y ladramos, humano de presa.

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