Los jóvenes diseñadores pasan por Cibeles con colecciones irregulares y sin elementos innovadores
Alejandro Sáez de la Torre, David Delfín y Noelia Navarro destacan por su ropa más pulida
La cuarta y última jornada de la Pasarela Cibeles discurrió ayer sin sorpresas y con colecciones en general irregulares. En muchas se notan aún ecos ajenos y productos sin pulir. David Delfín se recreó en una loa a la muerte y volvió al uso de las máscaras, esta vez pintadas como calaveras o hechas en seda transparente y con orificios en los ojos y la boca. Su ropa fue correcta de factura. Otra colección con elementos de mérito fue la de Alejandro Sáez de la Torre, diseñador de la firma Por Fin!, que hace un uso desenfadado del collage y los colores calientes.
Todavía ayer se hablaba del buen gusto de Andrés Sardá y del alto nivel de Julie Sohn en la tarde del miércoles, en la que, dentro de un decorado racionalista que evocaba un estudio en un rascacielos de Chicago, Sardá mostró una colección de prendas íntimas muy depuradas y aderezadas por elementos ligeros, a veces inspirados en las heroínas de los años cuarenta, y todo dentro de un cuidado estilismo donde se citaban los deportes chic (tenis, golf, patinaje).
A continuación, Julie Sohn afianzó su prestigio de refinamiento y sabiduría en el patronaje, su buen gusto de síntesis orientalista y unos toques sutilmente étnicos. Sohn es uno de los valores más sólidos de la moda seria que se hace aquí. Tiene un estilo y, sobre él, se adecua al juego de las tendencias: pantalones con bolsillos laterales, dominio del negro, silueta triangularizada; su desfile comenzó con un espléndido traje negro muy complejo donde se daban cita los volúmenes del kimono femenino con la libertad de los cortes asimétricos. En su catálogo, la napa envejecida, las camisas coloniales recreadas sobre lo minimal y los trajes de fiesta en un terciopelo gris lunar.
Kina Fernández se esmeró en la piel grabada con dibujos cercanos al cachemir y Francis Montesinos estuvo sobrio, entregado a los deberes y reclamos del mercado y la industria, sin faltar en sus toques neobarrocos.
En la jornada de ayer, David Delfín se inspiró en la muerte. Dominó el color negro y la austeridad burguesa. Su reincidencia en el uso de las máscaras parecía a simple vista una provocación, pero después se vio como un elemento plástico de apoyo. Delfín busca el impacto, desafía las convenciones y no elude insertar trajes que recuerdan demasiado a Saint Laurent o a Galliano. Presentó, además de sus elementos propios como los cinturones vintage y correajes militares, el punto con motivos fúnebres, las faldas sobre cuadros gales o la camisa de triple puño junto a otra de triple cuello. De todos los jóvenes, su ropa fue la mejor confeccionada. Y ayer se llevó el Premio L'Oreal a la mejor colección joven.
Trastornados, de Canarias, debutó en tono poco convincente, con topos blancos sumándose al rosa y al marfil: un elogio de la gama pastel que no cuajó por la irregularidad en algunos terminados. Después, Alma Aguilar, con un desfile inútilmente reiterativo y largo, Jorge Vázquez con demasiados elementos dispersos y Tolo Crespi ingenuamente inspirado en los años cuarenta, mostraron colecciones sin grandes hallazgos y sin el gusanillo de la innovación.
La cosa mejoró un poco con la llegada del vasco asentado en Valencia Alejandro Sáez de la Torre y su ropa dinámica, colorista, de gama caliente (ocres, azules y burdeos) y donde abunda el collage y la tela vaquera asociada a otras materias.
Jorge Gómez insistió en el color marrón y en el corte láser, sin demasiada inspiración. Noelia Navarro, desde la sencillez y el aire minimalista, se mostró más segura con su esmerada realización.
Para cerrar, y fuera de concurso, desfilaron los ganadores del premio joven de ediciones anteriones: Locking Shocking y Miriam Ocariz. Los primeros decepcionaron por su pretenciosidad de ser modernos a toda costa y Ocariz convenció una vez más de ser una artista, además de notarse su madurez en la producción de serie.
Babelia
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