Ley innecesaria
Las prisas son malas consejeras. El último revés a la polémica e innecesaria ley de Símbolos propuesta por UPN supone un nuevo escalón en la ya interminable lista de desatinos protagonizados por nuestro Gobierno foral en su frenética carrera por hacer más difícil la convivencia de las diversas sensibilidades identitarias de Navarra. Nos llenamos la boca de frases de magnífica factura que invocan la racionalidad y el buen juicio, denostando la dinámica del conmigo o contra mí, pero parece que en nuestra sociedad hay una serie de asuntos tabú que requieren un posicionamiento contundente y sin fisuras. Y éste es uno de ellos.
En función de las últimos sondeos, aquellos que nos sentimos exclusivamente navarros somos franca minoría dentro de las minorías de la muy fragmentada sociedad navarra. Sentimentalmente, me placería enormemente que en los balcones y edificios oficiales de mi nación tan sólo ondease la única bandera que siento como mía, que nos es otra que la navarra. Pero la vida no me va en ello. La realidad impone sus circunstancias. Y hay algunas que no pueden ser reguladas por ley. Pertenecen al ámbito de la sensibilidad, de las querencias hacia unas patrias u otras. Que la ikurriña o la enseña española esté presente en diferentes edificios, montes o llanos no debería ser motivo de disputa. ¿Porqué este enconamiento, esta sinrazón tribal, por símbolos y banderas varias que no son más que eso, ocupa el tiempo de nuestros próceres, cuando tenemos tantos y tan importantes problemas que nos afectan a todos? Es cierto que en nuestro país esto tiene una trascendencia que en otros lugares sería impensable, pero es más producto de la irreflexión que de la cordura. Si empezásemos a actuar con racionalidad, respetando la diversidad de sentimientos y opiniones, esta y otras cuestiones serían una anécdota y no un campo de batalla. Y lo peor es que seguiremos así mientras el catetismo intolerante impere en las instancias del poder.
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