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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Poco duró

La apariencia de consenso de los europeos sobre la crisis de Irak ha durado apenas unas horas. A cada disparate le sigue otro: Chirac hace una grosera advertencia a los candidatos del Este por su apoyo a Washington, pero Blair dirige una pérfida carta a los nuevos en la que alaba su espíritu proamericano y se arroga el papel de la presidencia europea. El espíritu de familia ha desaparecido. Europa se está sumiendo en una grave crisis que ha tenido una escenificación culminante en las posturas enfrentadas en el Consejo de Seguridad, a un lado Francia y Alemania, y en el otro, Reino Unido y España. Desde Washington alguien puede regocijarse por la exhibición obscena de una Europa dividida. Pero una Europa unida y cuanto más amplia mejor es el socio más fiable que puede tener EE UU.

La crisis no es un meteorito caído del cielo. Blair y Aznar llevaban coordinando su apoyo a la política de la Administración de Bush hacia Irak al menos desde la vuelta del verano. En enero, en la conmemoración del 40º aniversario del Tratado del Elíseo, Chirac y Schröder lanzaron su posición contraria a una guerra precipitada. Poco después, el 27, los ministros de Asuntos Exteriores de los Quince llegaban a una postura común, aunque fuera de mínimos. Por detrás, Aznar preparaba y lanzaba tres días después la famosa Carta de los Ocho, un torpedo dirigido contra París y Berlín.

El Gobierno español, al entrar en el Consejo de Seguridad en enero, se comprometió a activar las disposiciones del Tratado de la Unión Europea que obligan a los Estados europeos presentes a "concertarse entre sí y tener cabalmente informados a los demás". ¿Eran una mera finta engañosa estos propósitos? De nuevo el Consejo Europeo alcanzó el lunes en Bruselas unas conclusiones sobre Irak que de puro genéricas dan cabida a quienes se oponen a la guerra y a quienes la juzgan necesaria. La prueba es que apenas duró unas horas.

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Las posiciones de fondo de unos y otros no han variado. Si acaso, la batalla en el Consejo de Seguridad se ha invertido en sus términos jurídicos. Ahora son los anglosajones los que quieren una segunda resolución, y Francia, quien la rechaza, pues entiende que sería para autorizar prematuramente un uso de la fuerza que no descarta. Chirac ha dejado claro que no habrá resolución mientras los inspectores progresen en su labor. Su figura ha crecido en los últimos días, convertida en voz y líder de la Europa auténtica, o de la vieja Europa de Rumsfeld. Por eso son más incomprensibles sus impropias expresiones contra los países candidatos al ingreso. Unos y otros están manejando a los antiguos países satélites soviéticos con modos más propios del desaparecido Pacto de Varsovia que de la amplia y democrática Europa que todos dicen anhelar. Las amenazas contra la ampliación exhibidas desde Francia son tan perjudiciales para todos como los dardos lanzados por el halcón Rumsfeld o las iniciativas como la Carta de los Ocho.

Chirac expresó en público un temor justificado a que la ampliación signifique una erosión del peso de los grandes, diluya la UE y subarriende su política exterior, de seguridad y de defensa común a Estados Unidos a través de la OTAN. Pero abordar estos temores desde la descalificación y las represalias conduce a la destrucción de Europa. Ciertamente, los nuevos tienen mucho que perder, pues deberán negociar unos fondos comunitarios que en gran parte paga Alemania. Su ingreso en la UE depende de sus propias opiniones públicas, que deben pronunciarse en referendos de resultados inciertos, pero también de los actuales socios, que deben ratificarlo en sus parlamentos. Si la ampliación fracasa por Irak, y el conflicto alcanza también a la Convención constitucional europea, la UE entrará en una grave crisis que afectará también a una OTAN ya tocada. Nadie ganará con ello.

¿Hablarán mañana Bush y Aznar en su encuentro en el rancho tejano del maltrecho panorama en que se encuentran la UE y la OTAN o se limitarán a regocijarse por su contribución a la división y al debilitamiento de Europa? Es lamentable el estado de las relaciones entre los Gobiernos europeos y de sus más importantes instituciones. Contrasta con la armonía de la calle europea, donde las opiniones públicas están mayoritariamente contra la guerra. Lo artificioso e irreal del discurso sobre la guerra contra Irak, tal como ha sido planteado por Bush y sus consejeros, ha sido captado perfectamente por los ciudadanos europeos. No así por los gobernantes, que no han sabido sacar partido de las pocas horas de tregua que permitió un consenso de mínimos y siguen sin saber explicarse. En toda Europa los ciudadanos les pedirán responsabilidades en cada ocasión en que las urnas lo permitan.

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