"A las africanas les angustia más el paludismo que la ablación"
Las africanas, o al menos muchas de ellas, no son felices, pero no quieren ser tratadas como víctimas. Es la idea medular que Aminata Traoré, ex ministra de Cultura y Turismo de Malí, defendió en el Círculo de Bellas Artes de Madrid al abordar el presente de África en la globalización. Insobornable, Traoré intenta derribar el mito occidental sobre la fragilidad y postergación de la mujer africana. No niega que la apreciación sea cierta, pero piensa que ese enfoque la victimiza y fomenta el desprecio hacia África. "No soporto el miserabilismo del discurso occidental acerca de nuestras carencias. Si África es ya el último de la clase, estoy en contra de que a la mujer se la vea sólo como víctima y no como ser responsable". Ensayista combativa, Aminata Traoré es miembro de la Conferencia Mundial sobre la Dimensión Social de la Globalización y autora, entre otros libros, de La violación del imaginario. El título surgió en el primer foro de Porto Alegre: Trahoré denunció que los africanos sufren la violación de su imaginario por parte de Occidente y, poco después, la editorial Fayard le pidió que expusiera su tesis en un libro. "La globalización sólo beneficia a los países con tecnología. Está fundada sobre la explotación y bastante se ha explotado ya a África", manifiesta.
Pregunta. Afirma que la mujer africana como tal no existe, que es una creación occidental. ¿Se da una gran diversidad entre las mujeres reales que conoce?
Respuesta. Cada sociedad atribuye un papel según se nazca chico o chica y esto no puede ignorarse, pero marca más el tipo de familia en el que se crece: en África las diferencias entre el campo y la ciudad son llamativas, y también en la ciudad hay varias capas y exigencias que hacen que la educación sea más abierta o más cerrada. La religión, de raíz musulmana o cristiana, influye, pero no marca.
P. Su hija y su nieta probablemente no sufran las trabas que han padecido otras mujeres de su generación, pero ¿en qué medida se posterga su educación respecto a los varones?
R. El porcentaje es desigual. A menudo los esfuerzos gubernamentales y de la comunidad internacional para paliar esta desigualdad son dispersos y superficiales. Olvidan que no basta con llevar a la escuela a la mujer y darle un diploma para acceder a un trabajo que en realidad no existe. Que el padre esté en paro, por ejemplo, es un factor de precariedad que influye directamente en el futuro de la niña. Además, de acuerdo con el sistema educativo, ir a la escuela es sumergirse en la cultura occidental: los libros, escritos en el idioma del país colonizador, reflejan la vida occidental, no nuestros valores.
P. ¿No se puede apostar por una educación que no destruya sus raíces?
R. En eso estamos, pero hoy la educación implica una ruptura con nuestras raíces. Les está ocurriendo a las élites: al contacto con lo occidental, se vuelven occidentales.
P. ¿Es mejor, entonces, ser analfabeta que occidentalizarse?
R. No trato de minimizar el analfabetismo: sólo un 30% de las mujeres sabe leer y escribir ( y aproximadamente, un 45% de hombres, aunque no son estadísticas fiables), y lógicamente si una mujer lee puede informarse mejor, conocer su cuerpo, saber sobre el parto o la menopausia. Pero en nuestra cultura también cuentan otras fuentes, como la información oral. No hay que poner el énfasis en ir a la escuela, sin más, sino en la calidad de la enseñanza. Y en analizar por qué esa niña no va a acudir a la escuela más que seis o siete años. Muchas se quedan en el camino porque la escuela está lejos, hay problemas familiares, etcétera. En comparación, mi generación tenía menos trabas.
P. Hay, además, otras prioridades, como la salud...
R. Lo más urgente es la salud. Lo que le preocupa a la mujer africana, ante todo, es no disponer de medicamentos vitales para combatir el paludismo, por ejemplo, una enfermedad que hace perder un millón de vidas en África. Y no tiene acceso porque a las empresas farmacéuticas no les interesa fabricar productos para poblaciones insolventes. En La violación del imaginario mencioné a una madre que perdió a dos de sus hijos en los mismos días en que el mundo se conmocionaba por los sucesos del 11 de septiembre.
P. Paludismo, malaria, sida...
R. Sí, lo que le angustia a la mujer que tiene hijos es enfermar. Y la alta tasa de mortalidad infantil. Frente al sida hay más sensibilización, pero sufrimos la misma incomprensión: no nos venden los fármacos adecuados.
P. ¿Cómo valora la resistencia de algunas sociedades a abolir la ablación del clítoris?
R. Esta cuestión se magnifica. Si las cosas deben cambiar, que no lo niego, será desde dentro, no por imposición de fuera, ni por esa visión occidental que nos convierte a las africanas en seres sacrificados, negados para el placer. ¿De verdad se piensa que las madres quieren tan poco a sus hijas que las llevan al matadero? La visión occidental tiene algo de voyeurismo. Es fácil pedir la abolición de la ablación, ¿por qué no luchan por la cancelación de la deuda externa? La expoliación de África por Occidente, eso sí que es un crimen.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.