El elefante y la cacharrería
Todos auguran en el mundo árabe que un ataque a Irak sólo beneficia a los islamistas
Con la excepción de Israel, Egipto es el país que más ayuda económica recibe de EE UU. No obstante, el antiamericanismo es profundo en el Valle del Nilo. El embajador de EE UU, David Welch, reconoce que esta paradoja es "preocupante". El disidente Saadedin Ibrahim, profesor en la Universidad Americana de El Cairo, explica la paradoja: "Para los egipcios y todos los árabes la tragedia del pueblo palestino es como el Holocausto para los judíos. Vemos el mundo con las gafas del problema palestino".
EE UU ha suspendido el examen palestino. No es de extrañar que los egipcios, Gobierno u oposición, pobres o ricos, laicos o islamistas, se opongan a la guerra contra Irak. Y no por simpatía con Sadam, popular en el Valle del Nilo. En las manifestaciones cairotas del sábado no hubo ni una pancarta ni un grito a favor del dictador iraquí. Sí de solidaridad con palestinos e iraquíes y contra Bush, Blair y Sharon. Una banderola en inglés rezaba: "América es el imperio del mal". Así ven los egipcios y decenas de millones de árabes la guerra contra Irak: la expedición bélica de un país dispuesto a ejercer un papel imperial y aplicar el doble rasero. "EE UU es durísimo con los árabes que no se pliegan a sus dictados y blandísimo con Israel, aunque haga caso omiso a lo que dice la Casa Blanca", señala Ayman el Amir, ex corresponsal en Washington de Al Ahram.
La invasión de Irak es el mejor regalo de Bush a Bin Laden, una buena coartada para la yihad
El sentimiento mayoritario de los árabes es que Washington decidió la guerra contra Irak hace mucho tiempo, antes incluso del 11-S, y eso no tiene nada que ver con la amenaza de Sadam. Ni kuwaitíes, ni saudíes ven ahora un peligro en el debilitado y acosado dictador iraquí. Tampoco se cree la acusación de que Sadam, un dictador secular, esté relacionado con Osama Bin Laden. EE UU pretende, según los árabes, saldar una vieja cuenta con Sadam, desfogar sus sentimientos de venganza por el 11-S, afirmar su papel imperial, hacerse con el petróleo iraquí, reforzar la seguridad de Israel, intervenir en los asuntos árabes y redibujar el mapa de Oriente Próximo.
El conflicto se ve en El Cairo como abrir una caja de Pandora. "Sabemos cómo comenzaría esta guerra, con una lluvia de fuego sobre Irak. Podemos incluso anticipar que su resultado sería la derrota de Sadam. El problema estriba en sus imprevisibles consecuencias", dice una fuente del Gobierno egipcio que pide no ser identificada. Añade que el presidente Hosni Mubarak teme que el ataque a Irak se traduzca en un ascenso del antiamericanismo en la llamada "la calle árabe", una gran presión popular contra los regímenes proamericanos, como el saudí o el egipcio, y que dé nuevas alas al terrorismo islamista. Mubarak había anunciado una cumbre de la Liga Árabe para el día 22 en Egipto, pero Al Ahram informa de que se aplazará hasta el 28 de este mes.
Otros Gobiernos comparten este análisis extendido en El Cairo. "En el mundo árabe hay un fuerte convencimiento de que una guerra contra Irak provocará varios 11 de septiembre", declaró a Le Monde Ghasan Salamé, ministro libanés de Cultura: "Hay una contradicción fundamental entre la guerra contra el terrorismo, en cuya absoluta necesidad todos estamos de acuerdo, y una guerra contra Irak". La invasión de Irak, teme Salamé, es el mejor regalo de Bush a Bin Laden, un nuevo argumento para su sanguinaria yihad. "Esta guerra reforzará el fenómeno del llamado terrorismo global", según el diario oficial sirio Al Baath.
Unido por lengua y cultura, de religión en su mayoría musulmana, con un grandioso pasado común y un fuerte sentimiento de comunidad, el mundo árabe está constituido por 22 países y 250 millones de habitantes. Ahora contemplan con impotencia, resentimiento y temor a EE UU convertido en el elefante furioso listo para entrar en su cacharrería, en su universo de viejos y frágiles mosaicos. Si se ataca a Irak, nada será como antes y muchos temen lo peor.
Como Mubarak, la mayoría de los líderes árabes auguran un largo periodo de inestabilidad: el posible desmembramiento de Irak, serios problemas para la familia real saudí, el destierro de Arafat por Sharon y revueltas populares aquí y allá. Tampoco las oposiciones laicas babean de entusiasmo ante los planes de un Bush que, en ocasiones, esgrime la zanahoria de la apertura de un proceso de democratización en el mundo árabe. Es obvio que este mundo ha fracasado en su incorporación a la modernidad. La mayor parte de sus líderes se mantienen gracias a la represión, sus economías están minadas por la burocracia, la incompetencia y la corrupción y las desigualdades sociales son tremendas. Pero pocos son los demócratas árabes que creen que una invasión de Irak sea el medio para la reforma.
"Controlado el régimen y el petróleo iraquíes y ante el nuevo aliento que recibirá el antiamericanismo, incluido el del terrorismo islamista, EE UU se aferrará otra vez a los regímenes autoritarios", vaticina Shibley Telhami, palestino nacionalizado estadounidense con cátedra en Maryland: "Sólo estos regímenes podrán mantener en calma la 'calle árabe' y combatir el terrorismo islamista".
Los únicos árabes que se frotan las manos ante lo que prepara Bush son los estrategas islamistas. El jeque Yasín, líder espiritual de Hamás, ha confesado que una guerra contra Irak será una gran ocasión para hacerse con el poder, en detrimento de Arafat, en los territorios palestinos. El ominoso Bin Laden reapareció la pasada semana.
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