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AMENAZA DE GUERRA | La posición del Gobierno
Columna
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'Band wagon'

Enrique Gil Calvo

Con el fin de la guerra fría también concluyó la era de equilibrio multipolar que desde la Paz de Westfalia articulaba el sistema europeo de Estados soberanos. Y el nuevo modelo unipolar que emerge, con EE UU como único monopolizador de la soberanía a escala global, está comenzando a producir efectos en cascada (guerras de Irak y Kosovo, 11-S, guerra de Afganistán, próxima guerra de Irak), entre los que cabe incluir la incipiente división del pacto atlántico que se mantenía en pie desde la II Guerra Mundial.

La cismogénesis emergente opone al eje París-Berlín que articula el continente de derecho romano (civil law) frente al eje anglosajón (common law) hoy liderado por Washington, a cuyo carro ganador (band wagon) se suben los Gobiernos más oportunistas (Berlusconi, Aznar, etcétera). Ahora bien, ambos bandos aplican el mismo principio de racionalidad weberiana que justifica el orden cristiano occidental. Sólo que mientras los continentales se acogen al kantiano imperativo de la razón formal (procedimentalismo y principio de legalidad), los anglosajones se escudan en la primacía de la racionalidad material (pragmatismo y criterio de eficacia), pues para los utilitaristas el fin siempre justifica los medios. O como sostienen ahora: es la misión la que impone la coalición, y no a la inversa.

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Pero puestos a ser pragmáticos, ¿por qué habría de ser más eficaz atacar e invadir Irak ahora mismo que cualquiera otra de las alternativas que siguen abiertas? ¿Cómo se puede despreciar tan olímpicamente el seguro coste en vidas iraquíes que tendrá el derribo por la fuerza del régimen de Sadam Husein? ¿Qué clase de guerra es ésta a la que juegan los anglosajones como deporte de caballeros que cultivan la ética del fair play? ¿Acaso es juego limpio propio de gentlemen el abusar de un poder infinitamente superior para descargarlo sobre un pueblo sojuzgado, vencido e inerme, como ya sucedió en Hiroshima y Nagasaki hace 58 años? ¿Qué sentido bélico tiene una masacre fríamente ejecutada con absoluta impunidad? ¿No implica esto la extensión planetaria de la pena de muerte a escala global, friendo en la silla electrónica a todo un pueblo inocente?

Esta carnicería no tendrá sentido pragmático alguno. A no ser que su destinatario no sea tanto el régimen iraquí como los Gobiernos y los pueblos europeos, a los que se desea intimidar para que consientan someterse al monopolio global de la soberanía estadounidense. Como a los anglosajones les costaría mucho vencer por la fuerza a los europeos, se prefiere convencerlos mediante un mensaje de aviso, ejecutando gratuitamente a miles de iraquíes por televisión.

De ahí la necesidad de montar una guerra-espectáculo como puro acontecimiento mediático -igual que si fuese una snuff movie o un genocida reality show-, que transmite la historia en directo escenificada como una ejemplar catástrofe anunciada. Por eso se recurre a técnicas de suspense -con profusión de efectos especiales que mantienen durante semanas la incertidumbre sobre si al final habrá o dejará de haber ataque e invasión-, que propagan por todo el globo una urgente expectación -la esencia de todo buen espectáculo- por conocer un desenlace que se adivina ominoso pero que sólo depende del arbitrio de quien detenta el monopolio global del poder.

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Es verdad que las ejecuciones previamente anunciadas pueden volverse contra los designios de sus promotores -tal como le sucedió a ETA con el sacrificio a plazo fijo de Miguel Ángel Blanco-, pues un chantaje tan cínicamente calculado puede despertar la indignación cívica de la opinión pública, tal como está ocurriendo por toda Europa -lo que no sucede cuando el ataque agresor se produce por sorpresa y sin anunciar-. Pero también es posible que cunda el pragmatismo de gente como Aznar, sin escrúpulos para subirse al band wagon o carro del ganador, como hacen los especuladores bursátiles que descuentan las sorpresas mucho antes de que se produzcan.

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