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AMENAZA DE GUERRA | El debate diplomático

La mayoría del Consejo partidaria de prolongar las inspecciones coloca a EE UU en una encrucijada

Enric González

George W. Bush se encontraba ayer entre la espada y la pared. El fracaso de su secretario de Estado, Colin Powell, en la dramática reunión que el Consejo de Seguridad de la ONU celebró el viernes, lo colocó en una encrucijada de alto riesgo. Ninguna de sus opciones parecía buena. Podía dar más tiempo a los inspectores, contradiciéndose a sí mismo y erosionando su credibilidad externa y su prestigio ante el electorado republicano. También podía presentar un nuevo proyecto de resolución ante el Consejo y correr el riesgo de que fuera vetado o derrotado, crispando aún más las relaciones trasatlánticas. O podía ordenar la invasión de Irak, asumiendo casi en solitario la guerra y el coste de la posterior ocupación. Ayer mantuvo silencio sobre el asunto, mientras consultaba con Powell y sus asesores políticos.

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Bush no necesita apoyos para lanzarse a la guerra. La superioridad de su Ejército sobre el iraquí es, en principio, abrumadora. Dispone ya de más de 150.000 soldados en la región, reforzados con casi 30.000 británicos, y sus tropas de élite han empezado a realizar incursiones clandestinas en Irak. Los aliados le son necesarios después para legitimar la ocupación de un país grande en una zona muy inestable y para financiar el coste de reconstruir física e institucionalmente Irak. La factura podría ascender hasta 100.000 millones de dólares. Y los gobiernos que ya han expresado su decisión de apoyarle (Reino Unido, Australia, España, Italia, Turquía, Rumania, Grecia y Polonia entre ellos) carecen de la capacidad económica necesaria. Sólo Japón y la UE disponen del presupuesto suficiente. Japón no desea participar si no hay respaldo explícito de la ONU. En cuanto a la UE, sus dos pesos pesados, Alemania y Francia, están por el momento enfrentados a EE UU.

La opción de aceptar la posición francesa y esperar al menos hasta el 14 de marzo, la fecha fijada por París para "considerar" la posibilidad de una resolución prebélica, es casi humillante. Los aplausos dispensados el viernes por delegados y observadores al ministro francés, Dominique de Villepin, en el normalmente circunspecto ambiente de la sala del Consejo, ya fueron un golpe moral. Dar marcha atrás, después de repetir tantas veces que el "juego" había terminado y que su paciencia podía durar "semanas, pero no meses", mermaría la credibilidad futura de la hiperpotencia y dañaría su popularidad interna, decreciente desde hace meses.

Por pura eliminación, casi todos los analistas consultados ayer por la prensa estadounidense suponían que, tras un largo fin de semana de reflexión (el lunes es festivo), Bush y Powell, cuya imagen personal también había sufrido un enorme desgaste, optarían por hacer un último intento ante la ONU. Un proyecto de resolución muy neutro, que se limitara a ratificar la insuficiente cooperación del Gobierno iraquí con los inspectores de armamento, serviría quizá para salvar la cara y ganar margen de maniobra.

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