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COPAS Y BASTOS
Columna
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Sábanas blancas

Sábado 15 de febrero. Son las seis de la mañana. La farola de la esquina (paseo de Sant Joan-Rosselló) ilumina los rostros de Paco Morán y Joan Pera gritando: "¡Mamaaá!". El fuerte viento de los últimos días ha abierto una brecha en la frente de Joan Pera y amenaza con zamparse su ojo izquierdo. ¡Es la guerra! Una guerra que se huele, que se palpa, que está ahí, en la esquina, dispuesta a zampárselo todo: el ojo del cómico, los brazos de la niña iraquí, las piernas del marine y los corazones de millones de personas que van a manifestarse en todo el mundo pidiendo, exigiendo, la paz. El no a la guerra.

Son las once. Las cuatro sábanas blancas que cinco horas antes colgaban de los balcones del paseo se han multiplicado por cinco. Uno no entiende muy bien eso de las sábanas blancas (también hay un mantel y un par de toallas). Uno, que viene del cine de barrio, piensa que esos trapos blancos son la banderas blanca, la bandera de los que finalmente se rinden. Uno habla con su pareja, María Jesús de Elda, y discute con ella sobre si sería oportuno o no desplegar nuestra bandera pirata -la calavera y los huesos-, una auténtica bandera pirata que nos viene de un viejo pariente de la isla Tortuga y que solemos colgar en el balcón en fechas muy señaladas: el día del nacimiento de Stevenson, el día que fusilaron a Ferrer i Guàrdia, algún que otro 11 de septiembre y el día en que pierde el Barça, de manera vergonzosa, en su propio campo. María Jesús dice que no, que hoy la bandera pirata se prestaría a desagradables comentarios por parte de nuestros vecinos, como los días en que, vergonzosamente, pierde el Barça en su casa, y que de Stevenson y de Ferrer i Guàrdia mejor no hablar, porque no cree que los vecinos estén por la labor de recordar sus aniversarios.

Son las 12.30. A las sábanas blancas se ha sumado alguna que otra senyera con un espléndido, descarado, "no a la guerra". También hay una camiseta, la misma inscripción con impresión roja y negra. Busco unos calzoncillos o unas bragas con un "sí al amor, no a la guerra", pero mi paseo opta por las sábanas blancas tamaño matrimonio, limpias, inmaculadas. Uno que no tenía ha sacado sin complejos un diminuto pañuelo tamaño resfriado banal, también inmaculado.

Es la una, salimos de casa y nos vamos al Morryson, a tomar el aperitivo. Como no luce el sol nos metemos dentro y, en la barra, me encuentro con Alba, la patrona, la mujer de Pedro. Alba luce un precioso jersey de Ralph Lauren color azul celeste con la bandera americana (que le está monísimo). "Alba, mujer", le digo, "¿cómo se te ha ocurrido ponerte hoy ese jersey? ¿Vas de provocadora?". "¿Por qué?", me responde Alba. "Por qué va a ser, mujer?, por la mani", le digo. Y le explico lo de la mani. Alba escucha, entiende y se cubre el jersey con un delantal. Demasiado tarde: en el lavabo de hombres alguien ha pintado, con un rotulador azul celeste como su jersey, lo siguiente: "Aznar, marrano, se la pela con la mano". "¡Qué guarro!", me dice Alba. Demasiado tarde.

Vamos hacia la mani. Hemos quedado en el bar del hotel Majestic. Al pasar por Bailèn esquina Diagonal, en el edificio de La Caixa (Bailèn, 136) veo que el escaparate de la oficina de Copac Construccions ha sido ocultado al público con unos cartones. Ayer, en esa oficina, podía verse a un par de chulos, de gánsteres o seguratas de papier-maché bebiéndose unas cervezas junto a un cartel en el que Aznar, con una lengua larguísima, le lamía el culo a Bush ¿Demasiado pronto? ¿Demasiado tarde?

Vamos hacia la mani. En Mallorca-Diagonal vemos el primer perro: "Taxi contra la guerra". Es un salchicha. No sabemos si el perro se llama Taxi o si es el perro de un taxista. Pero no es el único perro que vamos a ver con la exigencia en el espinazo. Estamos en la mani, nos acercamos al Majestic y ya estamos en la mani. Las calles están inundándose de gente, abuelos, padres, hijos, perros. Todos contra la guerra, o contra Bush , o contra Aznar. El lameculos.

Son las 16.30. Estamos frente al Majestic. En el paseo de Gràcia vemos un submarino de barraca de feria que baila una rumba de sirenas -sirenas antiaéreas, antibombarderos- con un Frankenstein de trapo. La mani se torna festiva, descaradamente festiva. Entramos en el Majestic y nos vamos derechitos al bar. Cuatro mesas. Pedimos Jameson. Pronto llegarán Paula de Parma y Enrique Vila-Matas. Sabemos que el bar del Majestic no es el bar del Ritz y que nadie es Hemingway. Si nos hemos citado allí es porque nos gusta la jodida literatura y para ver si pasa algo. Pero no pasa nada. Claude Simon, el célebre Colón, pertenecen a eso, a la literatura. Enrique y yo lo sabemos, sin decirlo, y pedimos un whiskey. Pero, por lo visto, la literatura también está en contra de la guerra, incluso en este pacífico hotel del paseo de Gràcia. En los lavabos del hotel, alguien -¿Bin Laden, ese famoso borracho?- ha escrito -con un rotulador azul cielo- lo siguiente: "Aznar suck my pirck fucking pig" (Aznar, cochino, chúpame el pepino"). Fuera, el Frankenstein de trapo, juega, baila con la guerra.

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