Por detrás de la máscara
Dicen que la actriz mexicana Salma Hayek soñaba interpretar a su paisana Frida Kahlo, singular pintora y singularísima mujer, que durante mucho tiempo estuvo oscurecida por la aplastante sombra de su marido, el célebre muralista Diego Rivera. Pero la figura de Frida Kahlo se ha erguido poco a poco y ha logrado escapar del cerco de esa sombra, despertando incluso una especie de culto a su obra, que está tan ligada a su personalidad física que parece mantenerla viva, convertida en un frágil y hermoso fetiche arrancado de sus enigmáticos autorretratos.
Si ahora es real ese sueño de Salma, la actriz tiene doble motivo para sentirlo bien cumplido, pues, por un lado, la persona de Frida es convertida por ella en un verdadero personaje; y, por otro lado, la película resultante es de tan pobre calidad que sólo ella -bien apoyada por el actor británico Alfred Molina, que esboza con buenas artes un Diego Rivera irónico y tumultuoso- la redime con una excelente composición física y un retrato anímico hecho con una eficaz mezcla de solvencia profesional y pasión personal, que da vida a una Frida completamente muerta.
FRIDA
Directora: Julie Taymor. Intérpretes: Salma Hayek, Alfred Molina, Antonio Banderas, Mía Maestro. Género: drama. EE UU, 2002. Duración: 118 minutos.
Salma Hayek comprime en su rostro los rasgos esenciales de un retrato reverencial de aquella mujer dolorida y con aires de misterio, cuya obsesiva indagación en su espejo íntimo sirve a la actriz para deducir el juego de máscaras superpuestas con que vertebra su composición del personaje. Pero si Salma Hayek hace un buen uso del rostro de Frida, la directora estadounidense Julie Taymor hace con la cámara de Frida unas incursiones oníricas, con pedestres ecos surreales, en los famosos autorretratos de la pintora mexicana, que da grima verlos así de degradados a cursilería de salón intelectual pijo.
Pasión inútil
El fetiche de Frida Kahlo encierra un mundo de paredes adentro, pero también es icono identificador de un tiempo histórico, el de los años treinta del siglo XX. Y ahí, dentro de la burda representación de ese tiempo por el deleznable filme de Julie Taymor, Salma Hayek ya no puede remediar nada. La galería de retratos con fondo histórico que rodea a la Frida de Taymor es tan vulgar, tan tosca y endeble que da, por contraste, fuerza a la Frida de Hayek. Esta tosquedad y endeblez alcanza los bordes de lo penoso en la aparición en la vida de Rivera y Kahlo de León Trotski, el supremo líder de Octubre, un volcán de ambición, energía e inteligencia que Geoffrey Rush representa como un tipo bastante cercano al deficiente mental. Se ve y casi no se cree tan enorme dislate. Pero, sin embargo, está ahí, en el mismo centro de esta rastrera película ennoblecida por la pasión que Salma Hayek pone en ella. Una pasión me temo que inútil.
Babelia
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