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Columna
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El folleto

Nada como un buen folleto para aclarar las cosas entre nosotros, amado presidente. Yo siempre lo he visto así: ya que me queréis joder, al menos, primero, folleteadme bien. Lo considero una especie de introducción necesaria al clímax. Se empieza cacheando a la gente del cine español, se prosigue escupiendo y pegando al muchacho que protestó contra la guerra en el mitin del prócer, se continúa proporcionando una buena folleteada a todo el personal. Y, finalmente, cerca de Sodoma y Gomorra, allá por el Éufrates, se arroja cantidad de fuego y azufre. Para que luego digan que mi niño es soso.

Sólo me ha faltado, mal me está el decirlo, que el ministro Trillo se pusiera a la altura de sus colegas norteamericano e inglés. Cierto que el anuncio de que estamos comprando vacunas para protegernos de la guerra bacteriológica ha tenido su no sé qué: la amenaza de viruela impregnando el ambiente resulta tan estimulante, en plan retro, como un bolero cantado por Machín. Sin embargo, sobrepasada la edad de la preocupación por el cutis, nada me parece más suculento que un generoso despliegue de blindados y de hombres de uniforme, estratégicamente organizados en los aeropuertos y otras zonas erógenas de nuestra geografía.

Porque no hay nada que erotice tanto como la sensación de peligro. Alarma amarilla. Alerta roja. Yo creo que eso, el riesgo, es lo que mantiene unidos a Aznar y Bush Jr. al filo de la navaja. Cada vez que mira a George a los ojos, Aznar sabe que es lo más cerca de un presidente de Estados Unidos, a poco que el electorado, arrepentido, practique en el futuro la selección de la especie. Y cada vez que Bush Jr. mira a Jose Mari a los ojos, sabe que eso es lo más cerca que jamás volverá a estar de una Botella.

De semejante proeza de la comunicación entre dos exiguas almas gemelas, dos mentes paranormales y dos cuerpos excedentes ha nacido, sin duda, el insaciable Bebé Folletín, iniciativa que a mí me recuerda aquellos paquetes que los gringos lanzaron, entre otras minucias, sobre Afganistán, junto con panfletos en los que podía leerse: "Peligro: merienda. Apartar cabeza", o algo por el estilo.

Siempre quise recibir un folletazo, especialmente por san Valentín.

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