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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El síndrome de las Malvinas

El pasado lunes, en la FNAC de L'Illa Diagonal, tres iraquíes que residen por estos pagos intentaron explicar a un público curioso que abarrotaba la pequeña sala de actos lo que se siente desde la condición de extranjero que oye silbar las bombas que van en dirección a donde está su familia y sus amigos, imagina el estropicio y adivina la desolación.

Los iraquíes son como nosotros. Hay uno, incluso, que habla catalán perfectamente, aunque con un ligero acento... mesopotámico. Sí, porque Mesopotamia es el nombre del restaurante que el filólogo y traductor Pius Alibek regenta en el barcelonés barrio de Gràcia, y también la referencia cultural que una y otra vez reclamaban para sí los ponentes, evitando, tal vez, identificarse como árabes.

"Si hubiera que empezar de nuevo la civilización habría que hacerlo desde Mesopotamia, desde donde se encuentran los dos ríos"

Irak (o Mesopotamia) no es un lugar exótico ni una estampa llena de tipos con turbantes y mujeres tapadas. Es un país laico, moderno, donde hasta mediados de los ochenta, cuando Sadam Husein pensó que podría sacar beneficio atacando al Irán de Jomeini, la educación y la sanidad eran gratuitas, generalizadas y de buena calidad.

Kamal Sultán, un pintor que lleva 20 años en España, es un buen ejempolo de ello. Estudió Bellas Artes en Bagdad y cuando llegó a Europa lo conocía todo sobre la pintura, la filosofía y la literatura universal. Ahora no puede volver a su país para bañar sus ojos en la luz de su infancia. "Llevo a mi país en los ojos", confiesa, "lo veo en cualquier cosa que hago, pero ahora he perdido el derecho de volver". Durante la guerra del Golfo -la que algunos ya llaman la primera guerra del Golfo-, Sultán no podía soportar ver los misiles y las bombas cayendo sobre su país. "No podía escuchar las noticias, todo parecía una pesadilla. Lo viví solo. Me tuve que ir a la montaña". Luego, en 1998, cuando el presidente Bill Clinton bombardeó de nuevo Bagdad mientras lidiaba con el espinoso asunto de una becaria demasiado solícita, un misil perdido y no demasiado inteligente mató a una pintora amiga suya en las afueras de Bagdad.

Mazin Hermes tiene una cara de las que no se olvidan. Hirsuto y pelirrojo, de ojos claros, este ingeniero y topógrafo vivió la guerra "de desgaste" contra Irán y la del Golfo. Sobrevivió para contarlo. "Lo veía todo negro y me dije: me voy fuera". El destino lo trajo a Barcelona. Ahora vive en La Rambla y se dedica al oficio de carpintero; construye muebles exclusivos para amigos, aunque no olvida su oficio de topógrafo. "¿Sabe usted por qué los ingleses conquistaron el mundo? Porque descubrieron el reloj y se basaron en la topografía". En su opinión, el secreto estriba en que un topógrafo "entra en todas partes".

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Hermes lamenta en especial la guerra entre Irak e Irán -es decir, entre Mesopotamia y Persia, "las dos cunas de la civilización"- porque está convencido de que en la eventualidad de un apocalipsis, si hubiera que volver a empezar habría que hacerlo desde el mismo punto, "desde el lugar de encuentro de los dos grandes ríos", desde donde estaba el paraíso terrenal.

Empieza el debate, la sala se calienta y las opiniones se van amontonando. Nadie discute la perversidad intrínseca del intento de Washington de invadir Irak. Unos -los más- insisten en que todo gira en torno a hacerse con el petróleo que esconde la vieja Mesopotamia. Otros aseguran que, más allá del oro negro, está la pretensión imperial de Bush II. Nadie discute, tampoco, que el pueblo iraquí es totalmente inocente. El término árabe aparece finalmente, aunque con connotaciones no muy positivas. "No hay ningún país árabe con un sistema democrático y por tanto no hay ningún pueblo árabe que se sienta representado por sus gobiernos", dice Pius Alibek.

Una escritora serbia pone a todos de acuerdo. "Somos pueblos hermanos", les dice a los iraquíes, "vivimos la misma condición. la que combina la represión interior de una dictadura con el aislamiento exterior provocado por los embargos y las sanciones. Somos pueblos bombardeados". Una voz grita desde el fondo de la sala: "No olvidemos Palestina".

Entonces alguien hace la pregunta del millón: "¿Qué pensáis de Sadam Husein?".

De entre el público se yergue una figura de noble perfil: un arquitecto iraquí que vive en Barcelona desde hace años. "España tenía una dictadura mucho peor y más cruel que la de Sadam y nadie pidió una intervención militar norteamericana para acabar con ella", responde. "Nos negamos a hablar ahora del régimen", añade. "¿Bombardear Irak para introducir la democracia? No, gracias. Queremos la dictadura", sentencia. Alguien pregunta por las razones que llevaron a Irak a invadir Kuwait en 1990. El arquitecto vuelve a tomar la palabra: "La invasión de Kuwait fue un conflicto regional, como la invasión de la isla de Granada por Estados Unidos".

En 1982, durante la guerra de las Malvinas, tenía un puñado de buenos amigos argentinos que habían escapado de la matanza organizada por los militares en su país. Cuando el general Galtieri, en una melopea sangrienta, envió a sus inexpertos soldados a invadir unas islas perdidas en el Atlántico sur y después a luchar contra el Ejército británico enviado por Margaret Thatcher, a casi todos ellos se les encendió el ardor patriótico y salieron en defensa del sangriento milico y de su desquiciada empresa. La tribu irracional que llevamos en la barriga produce desvaríos.

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