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Guerra y mercadotecnia

Lo leemos y escuchamos a diario desde hace meses, en todas las variantes y registros posibles: "la llamada de la historia" y "del Dios bondadoso de Quien emanan la vida y la historia" exige a Estados Unidos, una nación "fuerte y poderosa", que se sacrifique por "la libertad de los extranjeros" y "libere al bravo y oprimido pueblo iraquí de la tiranía", porque "un futuro vivido a merced de terribles amenazas, no es paz... Si se nos impone la guerra, combatiremos por una causa justa, y con medios justos, respetando, en lo posible, a los inocentes".

Las invocaciones mesiánicas o apocalípticas a una guerra que traerá la paz, a la defensa preventiva mediante un dispositivo bélico que, se nos dice, ablandará al agresor con una lluvia de 3.000 bombas inteligentes y repetirá la hazaña de hace doce años con un poder destructivo diez veces superior, se justifican, según Bush, por la existencia de un terrorífico arsenal que los inspectores enviados por el Consejo de Seguridad de la ONU no alcanzan a localizar. Y con razón: "Una probeta, un tubo, un contenedor clandestinamente introducidos bastarían para provocar una jornada de horror", advierte el presidente. Pero, ¿cómo encontrar estas probetas, tubos y contenedores de armas prohibidas en fábricas y laboratorios ruinosos y semiabandonados, "cuando miles de agentes de seguridad iraquíes trabajan ocultando documentos y materiales a los inspectores"? Las pruebas ultrasecretas de la superpotecia, proclaman, no pueden revelarse. Sólo las conoce el Dios bondadoso padrino de Norteamérica y se exhibirán a posteriori, cuando la bandera de la libertad y la democracia ondee en Bagdad y, a "cambio de chicles o chocolates a niños que hayan visto movimientos extraños", éstos revelarán el lugar exacto de los arsenales. (Eso no es cuento mío: lo he leído en este periódico en boca de un alto responsable de la operación redentora).

Embadurnada de la marea negra informativa, la opinión pública europea asiste estupefacta a los preparativos de la matanza anunciada de las víctimas de un déspota que no eligió. Como en 1991, no habrá imágenes reales de lo que acaezca, sino una videoguerra filmada en estudio y con efectos especiales. Se mencionarán de pasada los "daños colaterales" de la cruzada, omitiendo no obstante, como entonces, sus "detalles" más crudos: los centenares de soldados iraquíes enterrados vivos por las apisonadoras, como acaeció en los días de la ofensiva final de Bush padre y lo ocurrido dos días después de firmarse el armisticio en la carretera de Kuwait a Basora. Sobre todo, se escamotearán las palabras esenciales de esta peculiarísima guerra santa contra la cabeza visible del eje del mal: petróleo y sangre.

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Si el 80% de la opinión pública europea rechaza el recurso a la guerra a espaldas de la legalidad internacional y no tiene, por fortuna, las tragaderas necesarias para ingerir tanta sinrazón y patraña, no puede decirse lo mismo de los jefes de Gobierno que sí comulgan con ellas, sin escuchar la voz de quienes les eligieron. La inteligencia parece haberse trasladado a las bombas y desertado del cráneo de muchos estadistas.

Durante mis años de estancia en Norteamérica, me divertía escuchando el lenguaje de la mercadotecnia -la manera de conducir a la clientela a la que se dirigía a unas conclusiones trazadas de antemano y de convencerle de que en realidad provenían de ella-, y estampé la siguiente frase en uno de mis libros: "confiar el poder de decisión en nuestras manos será siempre la forma más segura de decidir por usted mismo".

Los jefes de Gobierno de la "Europa joven", que han resquebrajado la unidad de la "provecta y vetusta" -convirtiendo de paso a la ONU en una institución tan inútil como la Sociedad de Naciones tras las agresiones impunes a Etiopía, Manchuria y a nuestra República-, parecen haber obtenido el máster en Ciencias Empresariales. Sin atender a razones, han escogido la forma más segura de decidir por sí mismos.

Juan Goytisolo es escritor.

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