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Tribuna:
Tribuna
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No a la guerra: los argumentos

Es fácil decir que todos estamos contra la guerra. Y seguramente es verdad en la inmensa mayoría de los casos. La política es poliédrica y cada uno verá lo que dice desde el prisma que le convenga. Tanto los defensores del conflicto con Irak, como los que se oponen, defenderán sus posiciones como las más correctas en el camino de la paz.

Pero, en cada país, serán los gobernantes los que marcarán la pauta a seguir y las consecuencias de esa decisión pesarán sobre todos. Si la estrategia de la Administración de Bush está equivocada, y la del Gobierno español es una copia mimética de este error, las consecuencias serán para todos. Por eso me gustaría que el Gobierno tuviera razón, porque va a decidir, con su mayoría parlamentaria, nuestro destino ante este conflicto que será un rompeaguas de la historia, y que no la tuviéramos los que nos oponemos, responsablemente, a la deriva emprendida.

Preocupado por la dimensión y gravedad de la crisis, quiero ofrecerles algunos argumentos contra el conflicto.

1. No al unilateralismo y a la guerra preventiva.

La Administración de Bush ha cambiado radicalmente la estrategia de seguridad, basándola en el ataque preventivo y en la acción unilateral. El ataque preventivo era un recurso excepcional y la acción unilateral no formaba parte del diseño histórico de seguridad frente a las amenazas más graves.

Es más, se debe a EE UU la iniciativa de crear Naciones Unidas, como garante de la paz y la seguridad internacionales. En su origen está la voluntad de que ningún país pueda desencadenar una guerra por su cuenta, como las dos guerras mundiales del siglo XX, en las que los EE UU intervinieron contra las potencias europeas agresoras. La ONU nace del grito "Nunca más".

2. Irak rompió las reglas en 1990.

La decisión de Sadam Husein de invadir Kuwait, en agosto de 1990, con la finalidad de someterlo a su dominio y controlar las fuentes energéticas más importantes del mundo, no sólo vulneró la legalidad internacional, sino que amenazó a los países de la región con la creación de un poder capaz de expandirse al resto del Golfo.

La acción internacional era obligada para restablecer el orden internacional y mantener la paz. El Consejo de Seguridad aprobó una docena de resoluciones antes de autorizar el uso de la fuerza porque Irak no se retiraba.

La coalición internacional no sólo unió a EE UU, Europa y la URSS, sino que concitó el apoyo del mundo árabe y del mundo musulmán en la operación de fuerza más multilateral que se ha conocido en la historia.

3. El petróleo detrás.

Sin duda existía un problema estratégico relacionado con el petróleo, como lo demostró la decisión de Sadam Husein de apoderarse de Kuwait en 1990. Por eso está invalidado para argumentar con esta realidad que lo llevó a violar la legalidad internacional.

Bush, proponiendo repartir el petróleo como botín de guerra, va asimismo contra el respeto a la soberanía de Irak, que reside en su pueblo, a pesar de que soporte por la fuerza al dictador iraquí. Estas manifestaciones quitan legitimidad a los propósitos de desarme avalados por Naciones Unidas.

4. Solidaridad y coordinación en la lucha contra el terrorismo.

Desde el 11 de septiembre he insistido en la necesidad de concertar esfuerzos con EE UU para combatir la amenaza del terrorismo internacional. No sólo por razones históricas de gratitud, nacidas del papel de EE UU ayudando a las democracias europeas en las dos guerras mundiales, sino por la inteligencia mínima del fenómeno del terrorismo internacional como amenaza contra todos.

Aunque España no se benefició de la derrota de las dictaduras, bien al contrario debimos soportar la legitimación de la dictadura de Franco a través del Acuerdo Bilateral con EE UU, esto no es un obstáculo para afirmar nuestra posición como europeos y como país amenazado por el terrorismo.

La cooperación debe fortalecerse, con la conciencia de la naturaleza de la amenaza y con los medios que sean operativos para combatirla. Enfrentamos un fenómeno radicalmente diferente a los conflictos bélicos clásicos y, por eso, los medios clásicos poco o nada tienen que ver con la eficacia en este combate necesario.

5. Contra la proliferación de armas de destrucción masiva.

España, con Europa y Estados Unidos, a través del vínculo atlántico y con la comunidad internacional, a través del Consejo de Seguridad, debe ayudar en la estrategia de control y liquidación de las armas de destrucción masiva. Nuestro país renunció a los programas de investigación de armas nucleares y firmó el TNP, como actitud de rechazo a la proliferación y factor de legitimación para exigir el mismo comportamiento de otros países.

El problema de la proliferación se agudiza con la implosión de la URSS y el excedente de capacidad científica y técnica que provocó. Parte de la inteligencia científica se convirtió en una actividad mercenaria adquirida por cualquier postor, provocando un incremento de la amenaza sin precedentes.

Irak ha pretendido desarrollar armas nucleares. Pakistán, La India, Corea del Norte o Israel, entre otros, lo han conseguido. Además, Sadam Husein ha dispuesto de armas químicas en su enfrentamiento con Irán, y las ha usado contra su propio pueblo. EE UU se las suministró en la guerra contra los iraníes en los años ochenta.

La dictadura iraquí es hoy más débil que antes de la Guerra del Golfo, con menos capacidad de agresión. Sus programas nucleares se desmantelaron y parece comprobado que no dispone de esas armas.

Puede, sin embargo, disponer de químicas o biológicas y ésa es la tarea en la que debe centrarse la labor de Naciones Unidas tanto tiempo como sea necesario, hasta su descubrimiento y destrucción, si existen. Nada, en términos de amenaza, permite decir que la situación actual del régimen iraquí sea más peligrosa que hace tres o diez o quince años.

De nuevo se producen choques entre Pakistán y la India, ambos con armas nucleares. ¿Alguien sugiere que se use la fuerza para detenerlos y desarmarlos? La actitud frente a Coreadel Norte marca una vía alternativa que conviene fortalecer para conseguir el propósito de disminuir la proliferación.

6. Contra la estrategia de Bush y no contra EE UU.

Se está produciendo una terrible confusión con graves consecuencias de futuro, al identificar a la Administración de Bush y su nueva estrategia con Estados Unidos. Son muchas las opiniones autorizadas en EE UU, en medios demócratas y en medios republicanos, que están contra la estrategia de seguridad de la nueva Administración.

A pesar de la comprensible reacción emocional provocada por el horror del 11 de septiembre y del estrechamiento de márgenes para las respuestas racionales que está produciendo este estado de opinión, son cada vez más los líderes que critican, en público y en privado, esta deriva de los halcones.

El efecto de la propaganda simplista que consiste en contraponer a Bush con Sadam Husein, como si fuera a favor o en contra de EE UU, está perjudicando seriamente a Europa, pero no menos a la imagen misma de los EE UU. Por muy poderosa que sea una potencia y aunque consiga gobiernos disponibles para imponer el unilateralismo, las consecuencias pueden ser tan graves como las que hemos vivido en las grandes guerras del siglo XX.

Ser solidarios con EE UU por el ataque sufrido el 11 de septiembre significa ayudar entre todos para combatir la amenaza y es contradictorio con endosar una estrategia errónea y errática.

7. El conflicto no terminará en Irak.

Aunque fuera "corta" la guerra, la posguerra será larga. Vietnam y Afganistán se saldaron con las derrotas de las dos grandes potencias que lo intentaron. La época de las conquistas territoriales pasó a la historia.

Si se pretende cambiar el mapa de la región, veremos un encadenamiento de conflictos, con intereses cruzados imposibles de prever y controlar. Si no se pretende, la inquietud de Turquía, Siria, Irán y otros puede llevar a enfrentamientos no previstos.

Ocupar Irak exigirá un esfuerzo de tropas de tal magnitud y durante tanto tiempo que EE UU no podrá sostener.

8. Todos contra Sadam Husein.

No podemos ni debemos abandonar al pueblo iraquí en manos de un dictador sanguinario. Por tanto, el esfuerzo para ayudar a los ciudadanos a recuperar su libertad debe incrementarse, incluso cambiando las acciones internacionales que sólo perjudican a la gente y dejan intacto el poder de la camarilla de Sadam.

Esto no tiene nada que ver con el desencadenamiento de la guerra. Puede tener efectos sobre los pueblos afectados, pero nada hace prever que un sistema neocolonial de control mejorará su situación a medio plazo.

9. En Kosovo actuó la OTAN.

El Gobierno de Aznar tuvo nuestro respaldo para intervenir. La Unión Europea estaba de acuerdo. La OSCE, el mundo árabe y el musulmán lo reclamaban. Se trató de frenar, más tarde que temprano, un genocidio desencadenado por Milosevic. Nadie buscaba petróleo, ni hegemonía para nadie. ¿Quién se atreve a comparar?

Pero sí podemos sacar las consecuencias de la presencia posterior al conflicto, que dura hasta hoy, para analizar en serio lo que ocurrirá en Irak.

10. España debe defender sus posiciones con autonomía.

Además de los elementos de reflexión general, ligados a la defensa del multilateralismo en Naciones Unidas, que se debilitan o se niegan cuando se afirma que diga lo que diga el Consejo de Seguridad hay que desencadenar una acción de fuerza, España tiene obligaciones que cumplir, todas ellas ligadas a sus prioridades en política exterior.

La primera se deriva del Tratado de la Unión Europea, que exige a los socios coordinar sus posiciones para desarrollar una política exterior y de seguridad común. Ésta se ha vulnerado aceptando desde el primer minuto la estrategia de la Administración de Bush, sin consulta previa con los socios. El daño para la construcción de una Unión Política es difícil de reparar.

La segunda, teniendo en cuenta nuestra dimensión mediterránea, nos obliga a prevenir las consecuencias para esos países de una estrategia como la desplegada por la Administración de Bush.

La tercera, en la dimensión iberoamericana, tratando de coordinar nuestras políticas con estos países y analizando las repercusiones del cambio de prioridades de la Administración de Bush para esa América que parece olvidada por los dirigentes que hablan de una sola, la de Estados Unidos.

11. Opinión pública y guerra.

Todo el mundo coincide en que si la opinión pública de EE UU se inclinara mayoritariamente contra la guerra, la Administración de Bush daría marcha atrás y buscaría otros mecanismos para el desarme de Irak.

Dirigir parte de nuestro esfuerzo a los ciudadanos de Estados Unidos, sin confundirlos con una Administración concreta, podría mostrarles la solidaridad en la lucha contra el terrorismo internacional y el rechazo al conflicto unilateral y preventivo que puede conducir a más conflictos y más amenazas terroristas.

Si el mismo razonamiento respecto de la opinión pública se aplicara a España y a Europa, sería posible evitar esta guerra y se mantendría la unidad europea, sin bajar la guardia en la lucha contra las amenazas. ¿Por qué no lo hacemos?

Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

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