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Crítica:LECTURAS PARA UNA GUERRA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los límites del poder

Daniel Innerarity

Los esfuerzos más sólidos por construir un mundo común han resultado de una acción concertada entre muchos agentes y han dado como resultado una red de disposiciones vinculantes, intereses comunes, estructuras de cooperación, conferencias de paz, foros de diálogo, es decir, algo que permite afirmar que lo mejor de nuestra civilización se encuentra plasmado en la idea y en la praxis de su multilateralidad. El otro gran enfoque, el de los imperios y las hegemonías, parecía una propiedad de ese pasado que nunca se termina de superar. Y, desde luego, la globalización, en su sentido radical, apuntaría más hacia el primer escenario que hacia el segundo.

Las cosas parecen haber

LA PARADOJA DEL PODER NORTEAMERICANO

Joseph S. Nye Jr. Traducción de Gabriela Bustelo Taurus. Madrid, 2003 303 páginas. 21 euros

cambiado aunque se trata de una apariencia que no modifica las dinámicas más profundas de una realidad social que, guste o no a los nostálgicos de la hegemonía, conducen a un mundo definido por la dispersión y la concertación. El nuevo unilateralismo estadounidense se ha venido afirmando en el rechazo a las iniciativas para lograr acuerdos internacionales así como en una actitud instrumental hacia las Naciones Unidas. El tiempo ha puesto de manifiesto que sus alianzas internacionales son meramente tácticas, que no surgen desde la convicción de que la cooperación sea la vía para defender los intereses internacionales y construir un mundo común.

Desde una perspectiva más pragmática que conceptual, Joseph Nye, un antiguo asesor de Clinton y actual profesor de Harvard, ha mostrado por qué esto no puede funcionar en su libro La paradoja del poder norteamericano. Para ello argumenta advirtiendo que las relaciones internacionales son un juego especialmente intrincado de tres dimensiones. En un primer nivel estaría el duro poder militar, un ámbito en el que EE UU es incontestado y constituye sin duda una superpotencia hegemónica. Un segundo nivel se refiere al poder y la influencia económicos, en el que Europa equilibra un tanto a EE UU además de que existen también otros contrapoderes. En un tercer nivel estarían las multiformes actividades no gubernamentales que también intervienen efectivamente en la configuración del mundo: flujos migratorios, corporaciones transnacionales, intercambios culturales, comunicaciones, Internet, terrorismo. Actores no estatales comunican y actúan aquí virtualmente sin ser obstaculizados por la interferencia de ningún gobierno. El poder de los Estados es, en buena medida, neutralizado. Pues bien, la política americana actúa hegemónicamente sólo en el primer nivel y únicamente parece preocuparse por dominar ese ámbito, otorgando un escasísimo interés a los otros. Por eso puede afirmarse que gran parte del imperio americano es ilusorio y apenas presta atención a lo que Nye denomina soft power, ese poder suave que tiene que ver con la influencia, el ejemplo, la credibilidad y la reputación.

El coste de la unilateralidad de EE UU se ilustra muy bien en su reciente actitud el Tribunal Penal Internacional, en línea con su anterior rechazo de otros protocolos internacionales. Esa postura obstruccionista desacredita su insistencia en la lucha contra los terroristas y proporciona una protección para los países y los políticos que tienen mucho que temer de la nueva corte. Resulta significativo que todos sus aliados en el Consejo de Seguridad de la ONU votaran contra EE UU, cuya postura compartieron, por cierto, Irán, Irak, Pakistán, Indonesia, Israel y Egipto.

Europa se toma el mundo más en serio porque para los europeos el mundo es una comunidad política tejida por una red de disposiciones y actores fuertemente entrelazados. Los problemas a los que Europa se enfrenta actualmente son asuntos que trascienden cualquier frontera y superan la lógica de la soberanía y la unilateralidad. Los gobiernos europeos están habituados a trabajar concertadamente o a través de instituciones multilaterales. Desde este punto de vista, hace ya mucho tiempo que Europa está "globalizada", mientras que EE UU se ha quedado atrás. En el origen de ese retraso histórico está, fundamentalmente, el no haberse tomado el mundo en serio, no haber valorado suficientemente los beneficios de la cooperación y las desventajas de la hegemonía. De alguna manera, EE UU es impotente para defender sus intereses sin ayuda. Nye saca todas las consecuencias y concluye que son literalmente su peor enemigo. El poder y la influencia americana son ahora mucho más frágiles de lo que desearían sus dirigentes y de lo que temen sus adversarios. El poder del que dispone no se debe a la globalización sino a pesar de ella.

Podemos estar razonablemente seguros de que vamos hacia un mundo caracterizado por la multilateralidad, la diferencia organizada y la heterarquía, que no está gobernado por un único centro, que exige concertación, cooperación y coimplicación. En un mundo así, la autoridad está obligada a ser más inteligente. El poder sólo se ejerce bien no siendo absoluto y la imposición se paga muy cara: en el orden interno, atasca a los Estados en una megalomanía que desemboca en la ingobernabilidad; en el orden internacional, resulta muy poco sabia e ineficaz también a la hora de conseguir los propios intereses. Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos, sobre todo cuando no hemos acertado a comprender de qué va la partida.

Al final va a resultar que lo mejor de la globalización es que con ella resulta a la larga inviable, en el interior de los Estados y en sus relaciones exteriores, una definición autoritaria y exclusivista del propio interés. Tomarse el mundo en serio significa considerarlo como algo que ya es verdaderamente común y trabajar con estrategias más sutiles para identificar lo que nos conviene.

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