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VISTO / OIDO
Columna
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Los desastres de la guerra

La proclamación y entrega de los Premios Goya eran propicias a la manifestación contra la "guerra": fue Goya quien puso el título simple de Los desastres de la guerra a la serie de estampas de la triste Independencia (¡para pasar a manos de Fernando VII!), que fueron el gran periodismo de opinión de su tiempo: más libre. Hoy Bush le hubiera censurado, como hace con las cámaras de televisión. En este caso, los intelectuales del cine aparecían con una de sus funciones, la de dar palabra y nombre a la opinión popular.

Las encuestas dan una mayoría muy considerable a los que no quieren la guerra; es notable la dureza de Aznar, el Empecinado, en una campaña electoral de meses y otra de poco más de un año. Puede morir de esta guerra. Y de todas las suyas: de chapapote y de ley de educación, de extranjería y de ordenación del trabajo, de sucesores, de inflación y de cuestiones judiciales y penales, de boda y concejala. En realidad, tiene una enfermedad generalizada. De aquí un enigma: si lo sabe, ¿por qué lo hace? Siempre creí que su retirada a plazo fijo se debía a su confianza en sí mismo: dejar el país arreglado para los que le sucedan. Un error. Este país tiene muy mal arreglo, después de siglos de aznares, de 40 años de un Aznar solo.

El "seguidismo" (apalabra política, sin asiento en el Diccionario) de Bush no es suficiente. Bush es también efímero, incluso muy efímero a pesar de la gran inyección de patriotismo clásico ("no cambiar de caballos en medio de la corriente") del 11 de septiembre. Aznar puede querer un cargo supergubernamental. Nunca será la secretaría general de la ONU: no conviene un belicista como él. ¿La presidencia de Europa? Es posible: y quizá esa vía le haya convertido en agitador y propagandista ("agitprop", decían los soviéticos) para el manifiesto con los ocho Gobiernos americanistas, frente al eje franco-alemán. Y una astucia mejor: saber que esa presidencia se la dará mejor Bush -sobre todo si consigue una guerra triunfadora- que el Consejo de Ministros o el Parlamento. Y "después de mí, el diluvio", que dijo Luis XV.

Bueno, ya está bien de Aznar. Se va convirtiendo más en un famoso en lugar de en un gobernante. Importamos los demás: y algo que quizá haya atravesado mejor la niebla de Moncloa: en un caso extremo, la opinión es fiel a sí misma, aunque se posean todos los resortes -casi todos-, y la oposición sea tibia, se confundan los terrorismos y el lenguaje de los apóstoles truene. Es la primera vez que le pasa de esta manera rotunda.

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