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Reportaje:¿QUÉ OCULTA SADAM?

¿Qué oculta Sadam?

Enric González

El 23 de junio de 1991, un grupo de inspectores de la ONU apareció por sorpresa en un cuartel militar situado en Abu Ghraib, un suburbio de Bagdad. La CIA les había comunicado, a través de un tosco sistema de mensajes (las claves eran descifradas utilizando ciertos párrafos de una biografía del entonces presidente George Bush), que el ejército iraquí estaba trasladando a ese cuartel materiales y "grandes objetos redondos" extraídos de las ruinas de la instalación nuclear de Al Tuwaitha. Cuando un inspector trató de fotografiar la escena, un oficial disparó una ráfaga de advertencia. El equipo de la ONU contempló, paralizado, cómo los objetos sospechosos eran cargados en camiones que salían del cuartel por una puerta trasera y emprendían ruta hacia un lugar desconocido.

El Gobierno de Bagdad, en sus declaraciones sobre sus arsenales, se remite al barranco de Tikrit para asegurar que las armas fueron destruidas
La resolución 687 (el desarme de Irak) marcó el principio de un proceso largo y tortuoso, trágico y ocasionalmente grotesco
La deserción de Husein Kamel reveló que Sadam había burlado sistemáticamente a los inspectores y que disponía de laboratorios móviles
La crisis estalló en octubre de 1997 cuando Tarek Aziz anunció que su Gobierno no autorizaría la presencia de estadounidenses en los equipos de inspectores

Irak era entonces un país arrasado por la guerra del Golfo. Y Sadam Husein era un tirano a punto de caer. El Gobierno de Estados Unidos estaba convencido de que bastaba una ligera presión final para acabar con el presidente iraquí, recién humillado con una de las derrotas militares más abrumadoras de todos los tiempos. Sobre esa convicción se había redactado la resolución 687 del Consejo de Seguridad de la ONU, un documento que, además de ratificar el alto el fuego del 28 de febrero, creaba en el norte y el sur del país -con mayoría kurda y chií, respectivamente- zonas llamadas "de exclusión", fuera del alcance del ejército que aún le quedaba a Sadam. El objetivo era favorecer las rebeliones populares en esas áreas. La resolución ordenaba además el desarme casi total de Irak y creaba una Comisión Especial de las Naciones Unidas (Unscom) para verificar la destrucción de armamento. Y establecía sanciones contra Irak que sólo podían ser levantadas una vez que Unscom certificara que el Gobierno de Bagdad había renunciado por completo a sus arsenales químicos y biológicos, sus misiles de largo alcance y su programa nuclear.

La resolución 687, saludada con alborozo por la gran coalición que Washington había creado para su Tormenta del Desierto, marcó el principio de un proceso largo y tortuoso, trágico y ocasionalmente grotesco. Nadie pensaba entonces que la 687 fuera a definir un espectacular fracaso de la diplomacia multilateral y de Estados Unidos, la hiperpotencia que ganó la guerra y perdió la paz.

El sueco Rolf Ekeus, jefe de Unscom, había llegado a Bagdad convencido de que su misión duraría un año, como mucho (la resolución hablaba de meses), y sería relativamente rutinaria. Después de que sus inspectores fueran tiroteados en el cuartel de Abu Ghraib, Ekeus corrió a protestar ante el vicepresidente Tarek Aziz, instalado en una villa junto al Tigris. Aziz, con su habitual sonrisa afable, convenció al diplomático sueco de que todo había sido fruto de una confusión y de que Irak nunca había progresado lo bastante como para intentar construir armas nucleares. La versión de Aziz coincidía con la del entonces director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, Hans Blix (actual jefe de los inspectores de Unmovic), quien consideraba "propaganda" estadounidense las informaciones sobre la ambición atómica de Sadam Husein. Ekeus abandonó tranquilo la villa del vicepresidente.

Comité de ocultación

Rolf Ekeus ignoraba que una semana antes, el 30 de junio, Sadam Husein había colocado a Aziz al frente de un alto comité dedicado a ocultar todo tipo de armas y planes, y a frustrar las pesquisas de Unscom. Nadie supo que ese comité existía hasta 1995, cuando el mundo estaba ya mucho más interesado en el sufrimiento que las sanciones causaban a la población civil iraquí que en las actividades secretas de Sadam Husein y su régimen.

El 7 de julio de 1991, el comité de Aziz tomó una decisión de gran trascendencia. Era imposible esconder todo el arsenal y, por tanto, había que renunciar a mucho para salvar lo esencial. Desde el día siguiente se puso en marcha un proceso de destrucción en un barranco cercano a Tikrit. Misiles, gases y bacterias fueron eliminados, sin testigos ni pruebas, en violación flagrante de la resolución 687, que exigía la presencia física de inspectores en cualquier acto dirigido a la eliminación de armas. Desde aquel momento, y en todas las ocasiones, casi una decena, en que el Gobierno de Bagdad ha presentado a la ONU una declaración "completa y definitiva" sobre sus arsenales, Sadam Husein se ha remitido al barranco de Tikrit para asegurar que los arsenales acumulados antes de la guerra de 1991 fueron destruidos y la exigencia internacional de desarme estaba cumplida.

Pero, una y otra vez, Sadam Husein pecó de exceso de cinismo. Cuando llegó el primer equipo de inspectores, en mayo de 1991, aseguró que nunca había intentado construir armas radiactivas. Los inspectores, apoyándose en datos de la CIA (que finalmente llegó a controlar de forma directa las actividades de Unscom), dijeron que en la central de Al Qa-Qa se había trabajado en el proyecto de una "bomba sucia" (un artefacto convencional rodeado de material radiactivo). Bagdad lo negó inicialmente y lo confirmó después. Lo mismo ocurrió con el gas nervioso VX, que, según Sadam, nunca había existido. Luego reconoció que se habían fabricado unos 200 kilos, pero de muy mala calidad. Más tarde admitió que en realidad habían sido cuatro toneladas, de no tan mala calidad.

Unscom se había constituido de forma improvisada y para una duración muy breve. Nadie se molestó en incluir a un biólogo entre los inspectores, a pesar de que se sabía que en los años ochenta, cuando Sadam Husein gozaba de los favores de Washington, Irak había adquirido numerosas cepas de ántrax y botulismo en laboratorios de Maryland y Nueva York. Las instalaciones de Al Hakam, cerca de Bagdad, tampoco fueron visitadas durante años, pese a la sospecha de que constituían el núcleo del programa iraquí de armas biológicas. Según el Gobierno de Irak, allí sólo se fabricaban fertilizantes y piensos.

Unscom esperó hasta 1995 para contratar a su primer biólogo, Richard Spertzel. Los servicios secretos israelíes facilitaron a Spertzel documentos que probaban la compra por parte de Irak de hasta 10 toneladas de caldos de cultivo necesarios para desarrollar cepas como las de ántrax. En poco tiempo, Spertzel comprobó que las compras ascendían a 40 toneladas, y que todas habían sido trasladadas a Al Hakam. En julio de 1995, una científica iraquí, Rihab Taha, confesó a los inspectores que su Gobierno tenía en marcha varios programas para la producción de gérmenes. Ese mismo año, en agosto, se produjo la deserción de Husein Kamel, cuñado de Sadam, fundador de la Guardia Republicana y uno de los pocos dirigentes iraquíes que conocían el estado real de los arsenales secretos, y de su primo Izz al Din al Majid, general de la Guardia Republicana. Desde Jordania, Kamel reveló que el presidente de Irak había burlado sistemáticamente a los inspectores, que disponía de laboratorios móviles y que varios programas de armamento estaban en pleno funcionamiento, pese a la presencia de más de cien miembros de Unscom en el país. Sadam Husein convenció a Kamel, aburrido en su exilio, de que no sufriría represalias si regresaba. Kamel y su primo volvieron a Irak y fueron ejecutados.

En esos momentos, Irak ya no era una preocupación prioritaria. La atención de Estados Unidos y de la ONU estaba en otros lugares, como la ex Yugoslavia y Ruanda. En cuanto a Irak, lo más urgente era la tragedia creada por las sanciones y la prohibición de exportar petróleo. La desnutrición y la mortalidad afectaban sobre todo a los niños. Mientras el régimen de Sadam Husein renacía del desastre de la guerra y eliminaba los principales elementos de conflicto con sus vecinos (en 1994 reconoció al fin la independencia de Kuwait), los sectores más débiles de la población sufrían por la falta de alimentos y medicinas. El 14 de abril de 1995, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó el programa "petróleo por alimentos", que permitía a Irak la exportación de cantidades limitadas de crudo con el fin de que pudiera importar artículos de primera necesidad.

George Bush ya no era presidente de EE UU. Su sucesor, Bill Clinton, consciente de que las sanciones no habían debilitado a Sadam Husein, encargó a la CIA que financiara generosamente a la oposición proamericana, concentrada en el Congreso Nacional Iraquí, y fomentara la inestabilidad con atentados. Uno de los terroristas pagados por Washington, Abu Amneh al Jadami, relató años después sus actividades a Andrew Cockburn y Patrick Cockburn, autores del libro La resurrección de Sadam Husein. En 1994 y 1995 varias bombas estallaron en Bagdad y causaron un número indeterminado de muertos, quizá un centenar, según algunas estimaciones. Los atentados no hicieron mella en el régimen.

A principios de 1996, la policía iraquí interceptó a un mensajero que trasladaba a las oficinas de la CIA en Amman (Jordania) las propuestas de un grupo oculto en Bagdad que preparaba un golpe de Estado. El mensajero llevaba todo tipo de datos y un teléfono por satélite facilitado por la CIA. Con esos elementos, los cuerpos de seguridad iraquíes tardaron pocos meses en desmantelar casi por completo la red del espionaje estadounidense. Ese éxito envalentonó a Sadam Husein, que el 31 de agosto envió unidades militares a Kurdistán, una zona de exclusión a la que no tenía acceso. El 2 y el 3 de septiembre, Clinton respondió a la provocación iraquí con 44 misiles. No pudo hacer más: ningún país de la región permitió que cazabombarderos de Estados Unidos utilizaran sus bases. La "guerra de Kurdistán" se saldó con la ejecución de cientos de opositores y con la evacuación hacia la isla de Guam de unos 6.500 kurdos e iraquíes proamericanos, que Bill Clinton mantuvo allí hasta haberse asegurado la reelección. Luego les permitió una entrada discreta en Estados Unidos. Sadam se retiró con calma de Kurdistán, dejando tras sí una eficaz red de espías.

Trabajo infructuoso

En abril de 1997, después de seis años de trabajo infructuoso y de una retahíla de resoluciones vanas, Rolf Ekeus compareció en Nueva York ante el Consejo de Seguridad para reconocer que su misión se había convertido en un cúmulo de frustraciones. Los iraquíes apenas se esforzaban ya por disimular. En junio de 1996, los inspectores vieron que una serie de objetos con todo el aspecto de misiles Scud eran cargados en camiones en una base de la Guardia Republicana; el Gobierno de Bagdad les explicó que eran "pilares de hormigón que parecían misiles". El traductor de Ekeus, según la confesión de Kamel, era un espía de Sadam. Un miembro ruso de Unscom espiaba también para los iraquíes. Ekeus abandonó Unscom en julio de 1997.

Su sustituto, el australiano Richard Butler, exigió en septiembre a Sadam Husein una nueva "declaración íntegra, completa y final", la sexta, sobre el estado de sus arsenales. "Esto no es ni remotamente creíble", comentó Butler al recibirla. Ese mismo mes, un incidente agravó la tensión entre Unscom y el Gobierno de Irak. El día 17, un equipo de inspectores fue retenido durante horas a las puertas de una industria química, mientras toneladas de documentos eran cargados en camiones o destruidos en una hoguera encendida en la azotea. La semana siguiente, una inspectora se hizo con un maletín que contenía instrumentos para la detección de gérmenes de uso militar.

La crisis estalló finalmente el 29 de octubre, cuando Tarek Aziz anunció que su Gobierno no autorizaría la presencia de estadounidenses en los equipos de Unscom, ya que eran "espías". Quizá sabía, a diferencia de la opinión pública internacional, que Scott Ritter, ex capitán de marines y segundo de Butler en Unscom, compartía sistemáticamente con el Mosad israelí los datos que le facilitaba la CIA. Estados Unidos pidió al Consejo de Seguridad que actuara para evitar el naufragio de las inspecciones, pero su iniciativa no obtuvo eco alguno.

A partir de noviembre de 1997, el Gobierno de Irak invitó masivamente a la prensa internacional para que comprobara los efectos devastadores de siete años de sanciones. En febrero, más de 800 periodistas extranjeros estaban acreditados en Bagdad, y el sufrimiento de los iraquíes estaba presente en todos los informativos y en todos los periódicos. El papa Juan Pablo II afirmó, durante una recepción a los embajadores ante el Vaticano, que las sanciones de la ONU podían considerarse "guerra biológica contra la población civil". Clinton deseaba lanzar un ataque punitivo contra Sadam Husein, pero ni sus aliados europeos ni los países árabes (que sólo estaban dispuestos a respaldar una acción que acabara definitivamente con el presidente de Irak) le ofrecían el menor apoyo. Los vecinos de Sadam Husein sabían del pánico que podían crear las armas que, supuestamente, mantenía el presidente iraquí: una vez le bastó derramar harina desde varios aviones para aterrorizar a miles de kurdos que ya habían sufrido, en los años ochenta, las consecuencias de ataques químicos. En Oriente Próximo no se deseaba provocar a Sadam: o se le suprimía, o se le apaciguaba.

La secretaria de Estado, Madeleine Albright, y el secretario de Defensa, William Cohen, convocaron una "reunión popular" en la Universidad de Ohio, retransmitida por CNN, para exponer sus posiciones y retomar la iniciativa ante la hostilidad de la opinión mundial. El público asistente les abucheó. Ese fracaso estrepitoso marcó la derrota definitiva de Estados Unidos en la batalla de las relaciones públicas. Las tornas habían cambiado: los agresores estaban en Washington, las víctimas estaban en Bagdad.

Sadam Husein obtuvo un nuevo éxito el febrero de 1998, con el viaje a Bagdad del secretario general de la ONU, Kofi Annan. Era el primer mandatario no árabe de alto nivel que visitaba Irak desde 1991. "He encontrado al presidente Husein tranquilo, muy bien informado y en total control", dijo Annan después de su entrevista.

El 1 de noviembre de 1998, Sadam Husein anunció el cese de toda cooperación con los equipos de Unscom. Exasperado, Clinton ordenó el bombardeo de varios cuarteles y ministerios iraquíes. Los aviones estadounidenses y británicos estaban ya en el aire cuando Sadam rectificó y ofreció "plena cooperación" con los inspectores. El ataque no llegó a realizarse. Clinton, en pleno impeachment por el caso Lewinsky, tenía poco tiempo para dedicarse al problema iraquí.

Richard Butler y los últimos miembros de Unscom en territorio iraquí abandonaron el país el 14 de diciembre de 1998. La estrategia diseñada en 1991 para desarmar a Sadam Husein y acabar con él (su régimen jamás habría sobrevivido sin un arsenal amenazante) concluyó definitivamente con un fracaso rotundo.

El 16 de diciembre, Bill Clinton ordenó la reanudación de los bombardeos sobre Irak. La oposición republicana le acusó de intentar desviar la atención de los ciudadanos; hubo protestas oficiales de Francia, Egipto, Rusia y China, y cientos de miles de personas se manifestaron en los países árabes y Europa. El bombardeo, denominado Operación Zorro del Desierto, fue calificado de "victoria" por Clinton y piadosamente olvidado. Desde aquel momento, la política de Washington hacia Irak consistió en mantener las patrullas aéreas en las zonas de exclusión y pensar lo menos posible en Sadam Husein. Los ataques de los aviones estadounidenses y británicos contra las instalaciones iraquíes y los intercambios de fuego, muy frecuentes, ocupaban cada vez menos espacio informativo. En 1999 eran casi ignorados.

Sadam Husein se quedó por fin a solas.

George W. Bush llegó a la Casa Blanca en enero de 2001 con el propósito de resolver, de una vez por todas, el problema iraquí. Pero no tenía prisa, hasta que ocurrieron los atentados del 11 de septiembre de 2001 y Bush lanzó la "guerra total" contra el terrorismo.Sobre su secretario de Estado, Colin Powell, recaerá el miércoles la responsabilidad de convencer al mundo de que Sadam Husein posee aún armas de destrucción masiva y está relacionado, de alguna forma, con Al Qaeda. El paso siguiente será la guerra.

Inspectores de la ONU se disponen a destruir cohetes iraquíes de 122 milímetros, cargados con el agente químico Sarin.
Inspectores de la ONU se disponen a destruir cohetes iraquíes de 122 milímetros, cargados con el agente químico Sarin.AFP

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