Honor, ¿dónde está tu victoria?
El honor es la virtud tal como la entiende una sociedad o un grupo que se siente superior, distinto, comparable sólo con sus pares: con quienes "son como uno". Los criterios para seleccionar estos pares varían de un tiempo y de un lugar a otro. Con el feudalismo serán los del propio "rango", en el Siglo de Oro serán los "castizos" no manchados de sangre pagana, y en el romanticismo, las "afinidades electivas" podrán hacer el papel. Pero, en cualquier caso, los requisitos o exigencias planteados no serán universales, sino referidos a lo que esa casta especial puede o no nacer, a lo que es digno o indigno de ella.
El talante y terminología militar es una "reserva" donde se conservan aún hoy muchos imperativos o valores de ese tipo. Caballerosidad, honor, dignidad, valor, hombría, coraje, etcétera, se cuentan entre los términos de los que el estamento militar ha usado y abusado. De ahí que muchos no se atrevan ya a emplear tales expresiones luego del desgaste y descrédito que siguió de su uso cuartelario. Algo parecido ocurría con la palabra Hispanidad, que casi nadie osara mencionar en 1985, cuando yo escribí un libro titulado precisamente El laberinto de la Hispanidad. No dudé entonces en emplear y darle la vuelta a un término contaminado por el uso que le había dado el franquismo, y pienso que hoy podríamos recuperar la propia terminología del honor militar con similar propósito: para denunciar la deshonra, la falta de caballerosidad y coraje de las guerras que planean y plantean los EE UU.
Es evidente que en estas digamos guerras se han violado y se violan sin recato los derechos humanos que la democracia entiende proteger. Pero no es sólo eso. También los propios valores castrenses están quedando como un trapo en esas masacres colaterales de nuevo cuño que van de Kosovo a Irak y Afganistán; en esas guerras de altibaja intensidad que van del Yemen a Guantánamo y que han transformado lo de Vietnam en una guerra romántica, donde aún morían "nuestros" soldados como en Normandía o en Okinawa.
Los nuevos coletazos y estropicios del Imperio son muy distintos, diríase de otra naturaleza. No son ya solubles en términos del riesgo, del valor y del honor propios de la retórica bélica aún en uso. Mandan de paseo a muchos soldados, es cierto; pero ¿dónde están los mármoles del cementerio de Arlington con los "caídos" de la guerra del Golfo? De ahí que incluso personas que no estuvieron dispuestas a sumarse al movimiento contra la guerra del Vietnam en los años sesenta, se convirtieran al "antiamericanismo" a partir de las nuevas masacres. Tal es el caso del famoso novelista John Updike, cuyas recientes declaraciones me parecen tan sintomáticas como ajustadas: "Hoy en día sabemos que la batalla que se libró en Vietnam era un rotundo error (...), pero yo suponía entonces que los gobernantes tenían buenas intenciones. Ahora bien, en 1992, durante la guerra del Golfo, me convertí en una especie de pacifista. Me pareció brutal que se bombardeara hasta el final a todo un ejército mientras uno mismo es poco menos que invulnerable. Ésta es ahora nuestra forma de luchar: nos permitimos que nuestros cachorros no corran ningún riesgo y arrojamos bombas sobre ejércitos y ciudades de una forma no precisamente heroica si recordamos la lucha cuerpo a cuerpo de nuestros antepasados."
Valor, dignidad, honor, ¿dónde está vuestra victoria?, ¿dónde está vuestra frontera?: ¿en Afganistán, en Irak, en Gaza quizá? Malos tiempos, pues, para quienes viven apegados aún a tales ideales. Y peores aún, claro está, para quienes han de morir masiva, indiscriminadamente, a fin de que ningún soldado americano o europeo haya de probar su valor corriendo algún riesgo efectivo. Así es como las nuevas operaciones bélicas están acabando, no ya con la ética, sino también con la épica y la poética de la guerra. Menos mal.
Xavier Rubert de Ventós es filósofo.
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