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Columna
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Triunfo saturado

Sólo una delirante teoría de la conspiración que circula por Internet había previsto la victoria de Ainhoa en la final de Operación Triunfo 2. La concursante vasca, tan sorprendida como muchos de nosotros, consiguió el 32,9% de los votos con una regular versión de A natural woman. El segundo fue Manuel Carrasco (24,2%, filtrando la canción Por ti yo iré por su sensible y completa gama de recursos neo-flamencos) y la tercera Beth (16%, condenada a torear el Imagine sentada sobre una circular manta de terciopelo cual lánguida bailarina de peep-show). Contaron con el apoyo de Rosa (exasperante al pronunciar el veredicto), Bustamante y Bisbal, con galones de veteranos. ¿Qué ha cambiado para que OT 2 sea menos adictiva que OT 1? En primer lugar, los alumnos. A excepción de Nández y Tena, han preferido la frialdad a la vitalidad, y este individualismo táctico ha dañado la camaradería (alguno no pudo cambiar de canción porque un compañero votó en contra). El hecho de estar más preparados que sus antecesores les ha perjudicado: su progresión no ha sido tan evidente. En el aspecto humano, el grupo de OT 1 vivió de un modo más intenso y generoso la oportunidad que se les brindó, a diferencia de los de OT 2, que a menudo se refugiaron en una especie de introspección estratégica.

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En segundo lugar, hemos cambiado nosotros. Las primeras galas de OT 1 (antes del frenesí mercadotécnico) permanecen en nuestra memoria y es lógico que echemos de menos la época de Mi música es tu voz. Y han cambiado los profes, que han rebajado sus niveles de implicación emocional para no volverse locos. Es una postura sabia pero sosa, agravada por la frialdad de unos alumnos más concursantes que artistas. Nina, por su parte, pasó de su sano entusiasmo a un obvio discurso de autoayuda a lo "Para ser un gran artista antes hay que crecer como persona". Muerto el efecto sorpresa, OT consolidó un negocio digno, en el que el jurado se ha transformado en un gabinete de crisis presidido por los algo mustios Tabares, Rebollo y Zamora. Ni los piques (Vega-Ainhoa), ni los amores (Nika-Hugo), ni los percances (Anaut) han hecho olvidar el buen sabor de boca que dejó OT 1. Aunque OT 2 arrastraba un lastre: paralelamente a su desarrollo, Chenoa y compañía seguían saturando la cuota de pantalla, y eso nos obligaba a elegir entre el primero y el segundo reemplazo. Porque no hay corazón ni cartera que resistan tanta militancia. Se trata, pues, de un programa acumulativo. Cuando se emite OT 2, en realidad estás consumiendo el segundo y el primero. Y cuando se estrene OT 3, tendremos que tragarnos, además, la promoción de los cantantes del primero y del segundo. El que avisa no es traidor.

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