Bahía de La Concha
Este año 2003, el Aquarium de San Sebastián inicia su 75º aniversario exhibiendo en su sala de exposiciones temporales un curioso reportaje fotográfico sobre la bahía de La Concha. Mikel Rikondo (San Sebastián, 1973) es el autor y demuestra categóricamente que el entorno más próximo puede ser motivo de observaciones originales. Bajo el título Nere txalupatik, mirando desde el agua, recoge distintos aspectos de la vida cotidiana en la preciosa cala donostiarra. Es una visión novedosa que llega al público bien estructurada y en su marco más adecuado, sobre todo tratándose de algo tan directamente relacionado con el mar.
Este fotógrafo tomó prestada la cámara de su padre a los 13 años y desde entonces no la ha soltado. Tras pasar por los estudios de imagen y sonido que se ofrecen en el instituto de Andoain, declinó la posibilidad de acudir a la Universidad y marchó a culminar lo que considera su vocación a la reconocida Escola de Fotografía de Tarrasa. Allí durante tres años adquirió magníficos conocimientos técnicos y una amplia visión de la fotografía en el mundo actual. Se dio cuenta que no sólo son importantes sus aspectos plásticos y creativos, también otras aplicaciones más prosaicas como puede ser la biomédica, destinada a los trabajos dentro de un hospital, los bancos de ensayo de la industria automovilística, merced a la foto de alta velocidad, o sencillamente un soporte la investigación en general, amén de otras muchas vertientes laborales.
Ahora, tras una breve estancia en EEUU, ha hecho público lo que nació como un trabajo de fin de carrera. Ampliado a más de 50 imágenes en blanco y negro, se encuentra reproducido en un catálogo. Su intención principal era construir un bodegón de personajes en actitudes espontáneas, fuera de temporadas veraniegas. Pero dentro del espacio-tiempo elegido como escenario, capaz de otorgar sello de identidad peculiar a quien lo vive, la pretensión inicial alcanza derivas mucho más generosas. Máxime cuando la mirada se invierte. Es decir cuando la urbe deja de mirar al mar y es el mar quien mira a la urbe. Desde esta perspectiva, desde el agua, se presentan con aroma de algas chispas de ternura, emoción e incluso ironía.
Tomas sencillas, aunque repletas de sabor, son las de los obreros sobre los perfiles metálicos de una nueva construcción, los curiosos en la descarga de los pequeños pesqueros, la mujer sentada en la playa cuando borda rodeada por sus perros, los niños pescando con su pequeño aparejo de anzuelo, pita y corcho asomándose en el muelle o los que emulan a sus futbolistas preferidos. Escenas entrañables dignas de verse.
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