La nueva PAC
La propuesta de reforma de la Política Agrícola Común (PAC) que discute desde ayer el Consejo de Ministros de Agricultura ha generado nuevas tensiones en la Unión Europea, lo que no es sorprendente si se tiene en cuenta que la PAC acapara el 45% del presupuesto comunitario, a cuyo reparto se van a sumar 4,5 millones de agricultores nuevos -los de los 10 Estados que se incorporan a la Unión el año próximo- sobre los siete millones hoy existentes en el ámbito de los Quince. La reforma llega cuando todavía perduran las secuelas de la crisis alimentaria de las vacas locas. Y en un momento en que la OMC y otros organismos internacionales exigen el fin del proteccionismo que impide salir de la miseria a los agricultores de África, Asia o Latinoamérica que no pueden competir con los países ricos.
La nueva reforma presentada por Franz Fischler, el comisario de Agricultura, propone recortes de las ayudas directas, que es el grueso del paquete presupuestario de la PAC, en unos niveles que parecen aceptables para Francia y sus aliados, que se oponen sin embargo a que tales ayudas se desvinculen de la producción. Esta propuesta, bien argumentada por Fischler, busca evitar el efecto perverso de los excedentes y el intensivismo agrario y dejar que el mercado regule la producción. Para ello, plantea establecer una subvención única por explotación y, en el futuro, condicionarla a nuevos baremos como el respeto por el medio ambiente, el bienestar animal, la calidad alimentaria y el cumplimiento de las normas de seguridad e higiene laboral, entre otros.
El cambio arroja demasiada incertidumbre. Francia y España desconfían del nuevo sistema e incluso consideran que una subvención basada en tan difusos objetivos puede acabar con la PAC. Francia ha tachado la propuesta de desvinculación de "pura hipocresía", mientras que España propone una vía intermedia consistente en mantener una referencia a la producción para adjudicar las ayudas. Quizá la fórmula final deba analizarse en mayor profundidad, pero la propuesta de Fischler contiene una filosofía que no puede echarse en saco roto. Parece plausible que el club que quiere convertirse en la economía más dinámica del mundo en 2010 reconsidere un esquema de subsidios que sólo promueve la producción y que apenas da margen de maniobra al mercado y a la propia iniciativa. Un esquema, en definitiva, que fomenta un empresariado más atento a las directrices de la burocracia de Bruselas que a las necesidades y requerimientos de su propia comunidad y del contribuyente.
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