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Reportaje:LA GUERRA EN LAS AULAS

Tres cruces y un crucifijo

María C. Florentina Pérez recuerda los fusilamientos de su padre y sus dos hermanos, todos ellos maestros

Carmen Morán Breña

Educación

La madrugada del 19 de agosto de 1936, mientras el poeta García Lorca iba camino de su muerte en Granada, un joven maestro republicano, Arquímedes Pérez Sánchez, de 26 años, caía fusilado contra la tapia del cementerio de Zamora. Su hermana, María C. Florentina, no podrá nunca olvidar esa fecha. Apenas unas horas antes habían enterrado a su padre, maestro también, fusilado en el mismo sitio. Y todavía tendría mucho que llorar. El 12 de septiembre otra tapia de otro cementerio, el de Toro (Zamora), oyó el tiro que mató al segundo hermano. Arístides tenía 23 años y era el tercer maestro de la familia. Está enterrado en una fosa común.

"A mi madre la deshicieron pero nunca perdió la cabeza. Murió cinco días antes que Franco, aquí, en mi casa. Yo le escondí los periódicos para que no se enterara de los últimos fusilamientos del dictador, unas semanas antes de morir". Pero Aurora Sánchez Ros los descubrió. "Ése asesino", dijo, "enfermo y todavía matando".

A sus 87 años María Florentina conserva como un tesoro una memoria intacta que ha de hacer justicia a su familia mientras ella viva. Pero el recuerdo de aquellos días le ahoga. "Ría, ría un poco", le pide el fotógrafo antes de retratarla para ilustrar este relato. "Ay, si supiera las pocas ganas de reír que he tenido y lo mucho que he sufrido". Pero acaba por hacerlo. Quizá porque el fotógrafo se llama igual que su padre. Y con esa frase que tantas veces se habrá repetido a sí misma, le despide en la puerta: "Adiós Bernardo Pérez", sorprendida todavía de la casualidad.

El Bernardo Pérez de segundo apellido Manteca era maestro en Fuentesaúco (Zamora), "el pueblo de los garbanzos". Como a muchos maestros, a él le tocó descolgar el crucifijo de la escuela, como ordenó el gobierno republicano en su afán por hacer de la educación un territorio laico.

"Nosotros éramos católicos, mi hermano el mayor hasta se casó por la iglesia, cuando ya mucha gente se casaba por lo civil", dice Florentina. Eso, dicho sea de paso, casarse por lo civil, fue motivo de expulsión inmediata para los maestros tras la guerra.

A los tres muertos de Florentina no se les acusó de nada. Pero ella sabe la razón de que les enterraran con los primeros fogonazos de la contienda: el alcalde del pueblo. "Fue una venganza personal. El alcalde de Fuentesaúco, un médico dentista, tuvo un pleito con una sirvienta por 12.000 pesetas de aquella época. Mi padre era el calígrafo que tenía que decidir sobre unas firmas falsas y el alcalde vino a casa a sobornarle para que actuara a su favor. Se indignó mucho, le dijo que nunca haría eso. Y ésa fue la causa".

"Pero también voy a decir una cosa: Franco odiaba a los maestros porque su padre dejó a su madre y se vino a Madrid con una maestra de Vigo, por eso. Bueno, eso dicen".

El caso es que a Bernardo Pérez Manteca y a su hijo menor los detuvieron y los encarcelaron en Alaejos (Valladolid), desde donde mandaron decir al resto de la familia, presa en la cárcel de Fuentesúco, que los liberarían por 5.000 pesetas. Reunieron el dinero, pero no los soltaron. Padre y hermanos, incluida Florentina, fueron trasladados a la cárcel de Zamora. Los tres varones salieron de allí para ser fusilados.

En Zamora quedó la madre y la hija, de 20 años. Florentina pone un gesto de rabia contenida: "Vivíamos de la limosna, y de lo que nos quería dar una tía que nos recogió hasta que me puse a trabajar y cogimos una casita". "A los 15 años de los fusilamientos, a mi madre la llamaron porque iban a trasladar los cadáveres de mi padre y mi hermano para llevarlos al osario. Los reconoció perfectamente, las ropas, los zapatos. Hasta el tiro que entró por la nuca de mi hermano y salió por la frente vio".

Florentina acabó sus estudios de maestra y se casó con su novio de toda la vida, también maestro. Ahora, viuda desde hace seis años, vive jubilada en Madrid. Encima de su cama cuelga aquel crucifijo de la escuela que recogió el padre. "No quiero homenajes, sólo hubiera deseado que el pueblo de Fuentesaúco supiera de quién partió aquella canallada". Pero no quiere decir su nombre. Levanta la voz. "No, no lo diré, porque tiene hijos, y los hijos no son culpables de las canalladas de los padres. ¿Entendido?".

Después vuelve los ojos al boletín oficial de la provincia de Zamora del 27 de agosto del 36, donde constan los maestros depurados. Una cruz a bolígrafo señala dos nombres. Ya estaban muertos. Y aún faltaba uno.

"¿Y a quién perdono?"

María C. Florentina Pérez no olvida lo ocurrido en Fuentesaúco. Cuando se le pregunta si perdona, responde: "¿Y a quién perdono?". Mataron a su padre y a sus dos hermanos. Después, madre e hija sufrieron la "persecución" del régimen. "Dejé a mi madre en Zamora, con una sobrinilla que tenía a su cargo y me fui a trabajar de contable a un hotel de lujo en Burgos. Ahí ganaba mi dinero y cada mes enviaba un giro a Zamora". Hasta que un día mandaron llamar a la madre. ¿De dónde salía aquél dinero?, preguntaron. "Creían que era una ayuda de algún partido político". María C. Florentina nunca volverá a Fuentesaúco. "No puedo recordar aquello. Me ahogo".

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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