"Todavía existe un cerrojazo sobre una parte de la historia"
Octubre de 2000. Priaranza del Bierzo, un pueblo leonés de apenas mil habitantes. Emilio Silva (Elizondo, 1965) excava una fosa común en busca de los restos de su abuelo, ejecutado en una cuneta junto a otros 12 hombres 64 años antes. "Mi intención era desenterrarlo, tratar de identificarlo y llevarlo con mi abuela y, entre comillas, volverme a casa", recuerda. "Pero cuando estábamos allí trabajando se acercaron un montón de personas de la zona a contar historias que eran la historia de mi familia". De esta forma "casi casual" nació la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que desde hace dos años intenta rescatar las historias y los cuerpos de los miles de desaparecidos de la Guerra Civil y la posguerra, olvidados bajo la tierra en fosas y cunetas. La asociación recibe hoy en Bilbao uno de los premios de la Fundación Sabino Arana.
"Es incomprensible que haya tiradas en una cuneta tantas personas que defendieron una democracia "
Pregunta. ¿En estos dos años cuántas historias se han resuelto?
Respuesta. Hemos exhumado 54 cuerpos en 21 fosas e historias hemos recibido unas 2.000. Y lo que hemos iniciado está rebotando en todas partes. Ahora mismo se está abriendo una fosa en Aranda de Duero de 120 personas que descubrió un miembro de nuestra asociación. Es, por ahora, la fosa más grande abierta en España con técnicas arqueológicas.
P. ¿Su trabajo ha sido en cierto modo un catalizador de un deseo social de recobrar la historia?
R. Creo que lo que hemos hecho es hilvanar un deseo latente y abrir un agujero para que eso emerja. Cuando estábamos excavando la fosa de mi abuelo, yo decía: "Ojalá este agujero que estamos haciendo aquí comience a agujerear ese silencio y todas estas historias formen parte de la Historia".
P. ¿Más de 27 años después del final del franquismo la sociedad española se puede ya enfrentar a este capítulo de su pasado?
R. Creo que sí. Con nosotros han colaborado alcaldes de distinto signo y, salvo algunas pequeñas cosas, en general no hemos tenido ningún problema. Están saliendo miles de historias, hay una ebullición que es una necesidad. Nos escribe mucha gente muy joven que protesta de que en los colegios no estudian la Guerra Civil ni el franquismo, algo incomprensible.
P. La sociedad civil ha terminado de nuevo haciendo el trabajo de las autoridades.
R. He leído estos días la ley de Amnistía del 77 y no te la puedes creer. Se presentó como que sacaba a los rojos de las cárceles y en el fondo era un contrato social por la impunidad. Ese pacto ha seguido en cierto modo activo muchos años. Evidentemente, ha sido la sociedad civil la que ha puesto el dedo en la llaga y ha entrado, aunque sea poco, en las agendas políticas. No entiendo cómo durante tantos años se han silenciado estas historias sabiendo que afectaban a miles de personas que fueron muy generosas cuando en la Transición renunciaron a sus derechos para permitir que el proceso político fuera más estable. La sociedad les debe un reconocimiento.
P. El Gobierno del PP ha dado bastantes muestras de que no es muy partidario de recuperar la memoria de este pueblo.
R. A nosotros nos han ayudado los ayuntamientos. Del Gobierno no hemos tenido ninguna ayuda e incluso hemos oído algunas barbaridades. No entiendo por qué esto molesta cuando es un derecho humano básico, el derecho a una sepultura digna y a una identidad. Uno de los miedos que hay es a que vayan asociados nombres concretos a esas historias que se empiezan a conocer.
P. Que los nombres que salgan no sean sólo los de las víctimas.
R. Exactamente. Una de las funciones del proceso del olvido que había era borrar las huellas de los que lo hicieron. La decisión que tomó el Congreso el 20-N ha sido un intento, en parte, por hacer un segundo pacto de silencio. Reconocemos a las víctimas y ya se ha acabado. Y es incomprensible que un país democrático de la UE hayan tantas personas que defendieron una democracia tiradas en una cuneta.
P. ¿De todas las historias personales que han encontrado, cuál le ha impactado más?
R. La que más nos ha dolido es la de Senén García, que tiene ahora 77 años. Tenía 11 años cuando, el 1 de septiembre del 36, un camión de la Falange llegó a su pueblo, en el Bierzo, detuvo a su padre y a cuatro vecinos más, y se los llevó para ejecutarlos. Él salió corriendo dos o tres kilómetros detrás del camión. Cuando no pudo más, volvió a casa y se la habían incendiado. Cuando el pasado 9 de julio abrimos la fosa, Senén estaba muerto de miedo a que apareciera la Falange otra vez y nos hiciera algo. No paraba de repetir: "Todo lo que brota lo cortan". Hasta hace dos años, los hijos de Senén no sabían que su abuelo estaba en una cuneta por la que ellos pasaban todos los días. Una de las cosas que más duele es ver ese miedo y cómo mucha gente de estas familias se ha sentido culpable. El miedo es lo más indignante y se quita con gestos políticos, y aquí, salvo la declaración del Congreso, todavía no ha habido un gesto político de reconocimiento explícito.
P. ¿Qué trabajo tienen pendiente? ¿Hasta dónde creen que se puede llegar?
R. Es muy difícil cuantificarlo. Muchas fosas están en pueblos muy pequeños. La información hay que recogerla urgentemente porque los testigos son ya muy mayores. Reclamamos que se abran todos los archivos en España, incluyendo los diplomáticos, de la Iglesia y los militares. Es incomprensible que, casi 64 años después del fin de la guerra, el Ejército tenga miles de expedientes que no estén abiertos a todo el público. Todavía existe ese cerrojazo sobre esa parte de la historia.
P. ¿Han calculado, siquiera aproximadamente, una cifra de desaparecidos?
R. Calculamos a la baja que unos 30.000. El Estado ni siquiera ha hecho un censo de víctimas, que sería básico.
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