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Tribuna:DEBATE | ¿Guerra contra Irak?
Tribuna
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No

Comprometer o no a su país en la guerra es la decisión más grave que puede tomar un jefe de Estado. Es probable que esta cuestión se le plantee muy pronto a Francia respecto a Irak. Yo quiero decir aquí, en pocas palabras, por qué, según las informaciones actuales, no debemos embarcarnos en esta aventura.

Eliminemos enseguida del debate el juicio sobre el régimen de Sadam Husein y la personalidad de éste. Este régimen es evidentemente una dictadura. Su jefe ha llevado a su país al fracaso, a la opresión criminal, a la miseria. Pero no es el único de su triste especie, y la comunidad internacional, hasta ahora, no declara la guerra a todos los dictadores. En el caso de Irak no se trata, como a principios de los años noventa con Kuwait, de la invasión de un país soberano. En aquella época yo era de los que defendían una intervención internacional legítima. Aquí sólo se ha planteado, oficialmente, la cuestión de las armas de destrucción masiva (nucleares, químicas y bacteriológicas).

Es un sofisma que haya que seguir al Gobierno de EE UU porque ha decidido que la guerra es inevitable

Por medio de la resolución 1.441, queremos que Irak deje de ser un peligro para sus vecinos y una amenaza para el conjunto de la comunidad internacional, y por tanto, que este país dé pruebas de que ha cesado de alimentar la proliferación de las armas de destrucción masiva y de sus vectores. La misión de los inspectores de la ONU es abordar una situación precisa sobre el terreno. Pero hasta el momento -y este hecho es esencial- no disponemos de ninguna información clara que establezca la posesión de tales armas o la negativa de Irak a destruirlas.

En segundo término, hay muchas otras cuestiones, sobre todo el petróleo, la estabilidad regional y la lucha contra el terrorismo. Desde luego, el petróleo es un producto esencial; pero, aparte del hecho de que una intervención militar en Irak puede tener efectos imprevistos en su precio, digamos bien claro que, en lo que a nosotros concierne, no estamos dispuestos a emprender una guerra para que Estados Unidos, llegado el caso junto a otros, domine mejor el curso del oro negro.

¿La estabilidad regional? Se puede anticipar con el mismo grado de verosimilitud que una guerra no desembocaría en una mayor estabilidad, sino en una mayor inestabilidad. En cuanto al terrorismo, el conflicto corre el riesgo de alimentarlo dramáticamente más que de reducirlo.

Lo que es seguro es que un conflicto semejante conllevaría numerosas pérdidas humanas, muertos, mutilados, mucho más allá de la "guerra limpia" que nos prometen; lo cual conllevaría un aumento del antiamericanismo, es decir, del antioccidentalismo, en la opinión árabe y en la de los países pobres, así como riesgos económicos masivos.

Además, el esquema posterior no está nada claro. Nos explican -en privado- lo que está previsto después para la administración de Irak, para Arabia Saudí, para Siria o Irán, pero son menos explícitos sobre la evolución del conflicto palestino-israelí que, sin embargo, es decisivo.

Todo esto muestra una visión mecanicista de la realidad, que no se dejará reducir a este tipo de esquema. No olvidemos, en otro ámbito, que a pesar de los medios puestos en marcha, Bin Laden y Omar siguen existiendo, y que, desgraciadamente, Al Qaeda dista mucho de estar desmantelada.

Los partidarios de la guerra deben tener en cuenta un argumento importante: ¿hay otra solución? ¿De qué otra manera se puede cambiar el régimen iraquí, los escandalosos atentados contra los derechos, las amenazas a los vecinos? Es, desde luego, un aspecto central y a ello debe dedicarse activamente nuestra diplomacia, junto a la de otros países.

No podemos dejar tal cual la alternativa "o la guerra o el statu quo", al ser este último efectivamente inaceptable. Se han adelantado propuestas, sobre todo por parte de algunos responsables demócratas estadounidenses. Examinémoslas, profundicemos en ellas, en primer lugar junto a países como Alemania, Rusia, México, los países árabes, y si es posible, toda la Unión Europea. Estoy convencido de que bajo la presión constante y fuerte de la ONU, diferenciando las sanciones, examinando la hipótesis de un pacto regional de estabilidad, marcando unas etapas, se puede avanzar. Hay que hacerlo.

Entonces, ¿qué ocurre con Francia? El Ejecutivo no puede limitarse a repetir, cambiando el acento según la ocasión, que la decisión deberá tomarla la ONU. Es exacto, desde luego, pero parcial. Francia forma parte de la ONU y de su Consejo de Seguridad. No puede actuar ni expresarse como si esta alta institución fuera algo externo a nosotros y tomara sus decisiones sin contar con nosotros. Comprendo la objeción, cada vez más repetida estos días, de que la comunidad internacional no debería estar dividida ante un asunto tan grave. Pero esta objeción no puede constituir una razón, a fortiori un pretexto, para justificar una alineación general con la postura del presidente de Estados Unidos.

Pretender que todos los países deban seguir al Gobierno estadounidense en nombre de la unidad de la comunidad internacional porque Estados Unidos, que es nuestro amigo, haya decidido solo que la guerra es inevitable, es un sofisma. No podemos admitir en este principio de siglo que el unilateralismo venza por partida doble: en primer lugar, imponiendo sus puntos de vista, y después, haciéndose pasar por un multilateralismo, del que es un adversario peligroso.

Francia, junto a otros, ha sabido poner la fuerza al servicio del derecho en varios conflictos y al elaborar la resolución 1.441. No tendría por qué aceptar, por una especie de inversión, poner el derecho al servicio de la fuerza.

Después de una consulta y -espero- el voto del Parlamento, Francia no huirá de sus responsabilidades.

En otras circunstancias he apoyado la necesidad de una intervención militar. Se necesita el mismo valor para rechazar la guerra que para declararla. En este caso, según las informaciones actuales (que, desde luego, pueden cambiar), nuestra respuesta debe ser no.

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