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Reportaje:

Un cuento chino

La cultura española en Pekín es una realidad virtual que sostiene un pelotón de francotiradores

Ha habido siete traducciones del Quijote al chino. Las tres últimas en los años noventa y la, posiblemente, más reputada data de 1996, obra del profesor Dong, que es algo así como el propietario intangible de los estudios de español en el país. Suyos son los dos manuales que se manejan en los departamentos de español de la enseñanza superior en China, que siguen los concisos 2.000 estudiantes de nuestra lengua en la universidad. Francia, que hace el mayor esfuerzo en el mundo entero para demorar la debacle linguística, cuenta aún con 39.000; el alemán, para desesperación del Quai d'Orsay, reúne algunos más; y el inglés, inalcanzable para todos, señorea ya desde los kindergarten.

De 2.000 estudiantes de español, a lo sumo una o dos docenas visitarán becados España

Dong conoce América Latina y ha estado tres veces en España, en total poco más de años y medio en tierra de habla castellana, y habla un español impecable, siquiera un suspiro arcaizante. Es el jubilado más en activo que existe, y su mirada recorre todo el establecimiento de lo español en China con parsimoniosa gravedad. Su último libro es un formidable Catón, donde el diálogo, siempre edificante con su tufillo a maoísmo, echa mano de una lengua de tal formalidad que los "oye, macho" de la calle madrileña lo considerarían hoy plenamente una lengua extranjera.

La siguiente traducción a la del áglota de los años veinte la hizo un chino de las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil, que se ha perdido; y de ahí hay ya que avanzar a los cincuenta, cuando apareció una nueva traducción también del inglés; sólo en los setenta se edita una versión, dícese que directa del español, pero el profesor Dong "lo duda", y pone como ejemplo que cuando se escribe "padres" en lugar de parientes, el término inglés "parents" es el oculto culpable. Traductor y detective.

Por su versión, irreprochablemente manchega, cobró 1.000 euros, y sin la correspondiente subvención estatal no habría visto la luz. Se hicieron 800.000 ejemplares, pero, misteriosamente, cifra tan satisfactoria incluso para un país de 1.300 millones de habitantes, se distribuyó básicamente "sólo en provincias". En tono virtuoso admite que "no cree que se vendieran todos", a lo que añade que "las editoriales son siempre codiciosas", como si se sintiera solidario del manco de Lepanto y sus dificultades con los impresores del Quijote.

¿Qué autores contemporáneos españoles conoce el chino culto del siglo XXI? "José Cela", que es, sin duda, don Camilo; Delibes, García Lorca, y parece claro que la lista ya se ha alargado bastante. ¿Quién estudia hoy español en China? El panorama es drásticamente utilitario. Por razones dinásticas, cuando "los padres del alumno son profesores de español"; porque los estudiantes no tengan puntos suficientes para hacer inglés; o, porque sabedores de que el español es una pasión también latinoamericana, piensan que en el futuro será un valor mercantil en alza. Por eso, asegura Dong que hay ya 10.000 intérpretes de nuestra lengua, aunque el embajador Bregolat haya tenido recientemente dificultades para encontrar a los 90 que precisaba para un acontecimiento comercial. Sin duda para un chino, una lengua occidental y, encima, con las irregularidades verbales de la latinidad, es más una ascesis que un mero aprendizaje, pero, mérito aparte, los controles de calidad no son siempre impecables.

China mira hoy a Occidente y a su puesta al día, sobre todo tecnológica, con ideas muy directas. Es tanto el daño que el colonialismo europeo y norteamericano hizo al país desde, por ejemplo, las guerras del opio (1842), se dice, que todo aquello que interese a Occidente, su imagen cultural, ha de costeárselo el país interesado. Así, para reeditar La colmena, de Cela, hay que abonar 2.000 dólares a quien tenga los derechos de autor, y eso parece un dispendio impensable. Y aunque la Embajada espera desde 2001 que el Cervantes se instale en Pekín, la modestísima iniciativa de abrir un aula -una sala con ordenadores, como una especie de barbería de la cultura- tropieza con innumerables dificultades porque Pekín exige que tenga laboratorio de idiomas y que parte del personal sea de nombramiento local. A China lo occidental interesa muy utilitariamente, y el que quiera expansión que se la pague, hasta con corretajes.

El próximo 9 de marzo está prevista la publicación de un libro que debería marcar un hito en las relaciones entre ambos países, y no sólo porque se espera la presencia de la Reina para la botadura. Es el primer volumen, reputadamente exhaustivo, sobre las relaciones hispano-chinas.

Su autor es Zhang Kai, miembro del Instituto de Historia y de la Academia de Ciencias Sociales de China, que lee el español, pero no lo habla. Zhang -el apellido va siempre antes del nombre- ha investigado en España y en China un largo trasiego epistolar de misioneros, habla de "Javier" con tanta confianza que uno no cae de repente en que se trata de san Francisco Javier, de quien se cumplió hace poco el 500 aniversario de su llegada a Asia. El historiador, que se excusa por sólo barbotar alguna palabra en español, "en mis tiempos China estaba cerrada al mundo, y era casi imposible estudiar lenguas extranjeras", parece ya confortablemente alejado del modelo funcional-leninista y es un tesoro de vicisitudes anecdóticas.

Así hace remontar al tiempo de la Hispania romana un comercio de monedas de plata procedente de las minas ibéricas a cambio de jades y porcelanas chinas. Nuestra versión de la Ruta de la Seda. Y subraya que desde la conquista de las Filipinas hubo una relación sostenida, gracias a la cual Felipe II se agenció un trono (?) fabricado en China y en su biblioteca había libros y porcelanas del Imperio del Centro. Igualmente, el Rey Prudente tuvo el acierto de rechazar en 1576 un plan para la conquista de China, que le había presentado el gobernador de Filipinas.

En el siglo XIX, unos 140.000 coolíes, braceros chinos que también llenaban en esa época California, fueron contratados por los ingenios azucareros de Cuba, y los que sobrevivieron a las pésimas condiciones de trabajo acabaron integrándose en la isla antillana. "Isabel II quiso mejorar su situación, pero los latifundistas lo impidieron". Como si habláramos de las Leyes Nuevas de 1542 y Cortés en México.

Más recientemente, ha hallado documentación en Barcelona que prueba que el eterno jefe de Gobierno de Mao, Xu Enlai (1949-75), visitó Barcelona durante la Guerra Civil, así como afirma que algunos centenares de chinos, comunistas, lucharon en las Brigadas Internacionales. Una bandera, que el PC chino entregó a estos brigadistas con la leyenda "Unión, abajo el fascismo", está en el Museo de la Revolución en Pekín.

En lo contemporáneo se conoce, mayormente, la existencia del arte español, Tàpies, Miró y Dalí. No parece que Picasso, que era comunista pero heterodoxo. Para este entusiasta, como Felipe II, de la lucha contra los elementos, que asegura que aprendió a leer el español a partir del ruso, "no habría tiempo en toda una vida para contar la historia de las relaciones hispano-chinas". "Italia", se lamenta, "tiene mucho más eco que España, gracias a Marco Polo y pese a no haber tenido una vinculación tan intensa con China". O eso nos dijo que decía la traductora.

¿Cuántos chinos, incluso con titulación superior, saben que España es un reino y su soberano Juan Carlos I? El único español conocido en China se llama Raúl y lo único que tiene de real es el Madrid, club de fútbol.

De esos 2.000 estudiantes de español repartidos en una carrera de cuatro años, a lo sumo una o dos docenas visitarán becados anualmente España, contra un flujo, aunque la mayoría tiene que recurrir a sus propios medios o de las empresas occidentales que los emplean, de 8.000 estudiantes chinos en Francia, de los que entre 150 y 200 recibirán ayudas del Gobierno francés. Alemania, de nuevo, entre los países europeos, marcha muy por delante.

España es hoy en China una vieja conocida, de la que todo el mundo ha tenido, sin embargo, tiempo suficiente para olvidarse.

Unos estudiantes hojean libros en la librería del New Oriental School, en Pekín.
Unos estudiantes hojean libros en la librería del New Oriental School, en Pekín.ASSOCIATED PRESS

Cuando al Rey se le antojó un panda

El diplomático y hispanista, jubilado, Huang Zhiliang tiene un proyecto. Escribir una historia de la transición española para edificación de chinos predemocráticos, con el Rey de figura central. Pero, como todo lo que huela a español en China, ha de subvencionarse desde Madrid. La suma no es disparatada, 2.000 euros, para una tirada de 5.000 ejemplares. Dar que leer a una aldea en China.

Huang hizo de intérprete en el primer viaje de los Reyes y cuenta que, antes del banquete oficial que iba a presidir el líder desmaoizador, Deng Xiaoping, oyó cómo don Juan Carlos le preguntaba a la Reina qué sería más propio, si pedir un panda antes o después del ágape. Huang se permitió entonces intervenir en su español algo despeinado pero fluido. Fue a contárselo a Deng y éste dijo que el Rey hiciera la petición ante manteles. El diminuto timonel replicó con coquetería que tenía que consultarlo antes a las autoridades del Zoo de Pekín, pero que creía que no habría problema. A los pocos días llegaba a Madrid la pareja de pandas que ha ilustrado durante años la casa de fieras madrileña.

Huang, con 71 vibrantes años, ha pasado casi toda su vida profesional en América Latina, Nicaragua, Venezuela, Argentina, Chile, Ecuador y Brasil, pero nunca ha llegado a servir en España. Y puesto que tiene un retrato dedicado de los Reyes considera un deber moral escribir el libro. Como dice el esperanzado autor: "También hay reyes buenos, caso de Norodom Sihanuk de Camboya, Haile Selassie de Etiopía, o Juan Carlos I de España".

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