Los vientos contra CiU
Los sondeos de opinión publicados el pasado domingo por La Vanguardia y ayer por El Periódico son tendencialmente coincidentes: CiU baja de forma notoria y el PSC aumenta de forma moderada. La diferencia entre uno y otro, en todo caso, se agranda. Los nervios comienzan a aflorar en Convergència y un sereno y prudente optimismo se extiende entre los socialistas.
El tópico dice que la verdadera encuesta es el día de las elecciones y, además, es verdad. Pero los convergentes tienen motivos de preocupación por los resultados de las encuestas más allá de los bajos porcentajes de voto. Estos motivos provienen de dos datos: el 70% de opiniones coincide en que es necesario un cambio de gobierno, y una mayoría de encuestados opina que Pasqual Maragall defiende mejor Cataluña que Artur Mas. Ambos datos no son meramente numéricos, no se trata de escaño más o escaño menos, sino que revelan estados de opinión en cuestiones de fondo que deben ser muy inquietantes para CiU.
El deseo de cambio puede ser interpretado de muchas maneras. Pero la interpretación más razonable es que el cambio consiste en desear que CiU no siga en el Gobierno de la Generalitat. Este rechazo es creíble porque hay poderosas razones para desearlo. Una primera razón es de carácter objetivo: 23 años de gobierno son muchos años y el desgaste es natural. En realidad, CiU pierde votos y escaños desde las elecciones de 1984, en las que alcanzó la mayoría absoluta. El tiempo siempre hace mella en la percepción que los ciudadanos tienen de sus gobiernos.
Ahora bien, no se trata sólo de eso. Una gran parte de ciudadanos experimenta cansancio y agobio, y se da cuenta de la ineficacia y la corrupción.
El cansancio lo quiso atajar Jordi Pujol quitándose de en medio y presentando a Mas. Pero ello es una forma de continuidad: todos sabemos que éste -valía personal aparte- no ha sido escogido libremente por su partido, sino cooptado por el clan familiar de Pujol, que quiere seguir influyendo decisivamente en la plaza de Sant Jaume. Por tanto, con estilos diferentes, su victoria sería otra vez más de lo mismo: clientelismo habitual, coto cerrado para los amigos, afán de control tentacular respecto a la sociedad civil. Cambio quiere decir, entre otras cosas, contar con un nuevo personal político. Artur Mas podría hacer ciertos retoques, pero con límites impuestos desde fuera: arrastra todo un fardo del pasado que no podrá sacarse fácilmente de encima; no es cambio, es continuidad. Y los asomos de corrupción conocidos y nunca aclarados del todo, entre otras razones, por la labor obstruccionista en el Parlamento o en la Sindicatura de Cuentas, son cada vez más considerados pequeños icebergs de todo lo que se esconde debajo. Por todos estos motivos una gran mayoría de ciudadanos quiere el cambio.
Pero quizá lo que da en la diana de la ideología convergente sea que la opinión mayoritaria considere que Maragall defiende mejor Cataluña que Mas. A decir verdad, yo no sé qué quiere decir eso de "defender Cataluña". Creo que tal frase es una entelequia, a menos que signifique que lo que se defiende es una mayor libertad e igualdad para sus ciudadanos. Pero CiU ha abusado de esta expresión y lo dice con otras intenciones: defender Cataluña es mantenerse firme ante los ataques implacables que constantemente provienen de la malvada España. Pues bien, o los ciudadanos ya entienden el término Cataluña en otro sentido o piensan que tampoco en éste los defendería bien Artur Mas.
Probablemente, la historia dirá que Pujol ha sido un gran líder nacionalista y un ineficaz gobernante. Lo primero no hace falta probarlo, lo segundo tiene una fácil comprobación que cualquiera puede hacer: comparar la transformación de Barcelona y la de Cataluña en su conjunto. Desde todos los puntos de vista son incomparables: Barcelona gana por goleada. El ciudadano comienza quizá a pensar que Pujol ha tenido una gran capacidad simbólica, pero que su obra de gobierno deja mucho que desear en todos los campos. Trabaja mucho para la Cataluña simbólica: viajes, protocolo, historia, exposiciones. Pero los problemas reales y concretos del ciudadano medio no se resuelven y, en muchos casos, ni se plantean. Maragall defenderá mejor a Cataluña porque se ocupará de estos problemas concretos como ya hizo cuando era alcalde de la ciudad de Barcelona. Gobernar, en definitiva, es solucionar los problemas reales de las personas de carne y hueso.
CiU está nerviosa por la situación en que se encuentra y cree que los vientos se le han vuelto en contra. Quizá debería pensar que es ella quien los ha provocado. Como ya es tarde para rectificar el rumbo en el terreno de la eficacia en la acción de gobierno, parece que está replegándose en el terreno en que se siente fuerte: reforzar su vertiente nacionalista identitaria que le parmita recuperar un voto que se le escora hacia ERC o hacia la abstención. La semana pasada se decidió que Pujol dejaría de ser telonero para pasar a ser protagonista. Esta semana se ha decidido intensificar la aplicación de la ley del catalán, y en cualquier momento puede iniciar una ceremonia de ruptura -pactada, por supuesto- con el PP. Otra vez el Pujol de los viejos tiempos, con un avergonzado Artur Mas al lado ejerciendo de monaguillo.
Los nervios y las precipitaciones son siempre malos consejeros y emprender esta vía sería un error fatal y, probablemente, final. Muy especialmente si los socialistas aparecen con el dúo Maragall-Manuela de Madre, el ticket que mejor simboliza no sólo al PSC, sino a una amplia mayoría de catalanes. Hasta ahora, a los socialistas les ha faltado ambición, ganas de ir a por todas. Con el actual viento en popa, es el momento de que se crean de una vez que si dicen lo que piensan pueden ganar las elecciones, como les dice José Luis Rodríguez Zapatero, por una mayoría que les permita gobernar en solitario.
Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
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