El apóstol, la Virgen y Fraga
Es interesante, desde un punto de vista de la psicología del lenguaje, algo que Fraga dijo a este periódico: que la marea negra es lo peor que le ha pasado en su vida. No le ha pasado a él, de ninguna manera, sino a sus gobernados. A él le alcanzan unas culpabilidades que proyecta como puede, destituyendo a sus consejeros, y recuperándose en el baño de gloria de convención: el Fundador (en otros tiempos, la palabra sólo se usaba para designar a Primo de Rivera, el joven) estaba rodeado en la desgracia, pero lo que a él le interesaba más era la postración. Hay que ponerse a diario de rodillas para rezar, ha dicho en estos días de chapapote. A Santiago, naturalmente; y dijo después: que cuando a Santiago le iban mal las cosas se postraba ante la Virgen del Pilar. Se le soltaron las lágrimas; contuvo el sollozo y la ovación le beatificó. El milagro de salvar al que se ha portado mal. No lloraba cuando tenía "de plomo la calavera", que decía Lorca de "los civiles" , ni cuando privaba de cargos a profesores, intelectuales y periodistas, ni cuando firmó como ministro las penas de muerte de Franco. Es verdad que con la vejez nos volvemos un poco lloricas, incluso yo mismo en algún desayuno aciago; y en ese caso me encuentro compañero de Fraga, que tiene un año más, aunque él está mucho peor, qué lástima.
Pienso que lloró por la idea con la que terminó: la de los tiempos difíciles de Santiago postrado ante la Virgen del Pilar. No pido que esté conforme con la aseveración de Américo Castro, que cuenta que en un examen con rayos X de la tumba se descubrió que dentro yacía el cadáver de una muchachita. Es más eficaz, para su situación, que crea en la llegada a Galicia del apóstol en una barca de piedra, como de piedra era el pilar al que se subió la Virgen para aparecérsele: Santiago "oyó voces de ángeles que cantaban Ave, María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de mármol": era el año 40, y le pidió que le construyese allí un templo. Son curiosas estas historias populares en las que los santos, y la misma Virgen, siempre piden algo en vez de dar. Y tal interés tuvo, que cuando los rojos bombardeamos Zaragoza las bombas que cayeron en su templo no explotaron. Lo interesante no es que Fraga esté ilusionado por esa historia, en la que creen miles, quizá millones, de españoles; es que reza por él, y no para el chapapote. Éstas son las seguridades que distinguen del vulgus pecum a los hombres fundamentales.
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