¿Necesario o desfasado?
Sobre esta relación tan cargada de historia en pleno corazón de Europa, sobre esta vecindad que tantas veces ha decidido sobre la guerra y la paz, se ha dicho y se ha escrito más que sobre cualquier otra relación entre dos países. Estos dos vecinos, tantas veces llamados figuradamente pareja o incluso matrimonio, aunque nada típico, han sido siempre observados por los medios y por sus socios con máxima atención y crítica desconfianza.
Siempre que las cosas han ido bien en Europa, y Alemania y Francia se han puesto a la cabeza del movimiento con iniciativas comunes, en los otros países se ha empezado a hablar casi automáticamente del riesgo de que constituyeran un directorio pernicioso. Pero también cada vez que Europa se ha encontrado en una situación de crisis y ambos socios no se ponían de acuerdo, la crítica de los otros socios no bajaba de tono, ahora echándoles en cara que no asumieran resueltamente su responsabilidad común europea. En cualquier caso, la reconciliación y acercamiento franco-alemán tras la II Guerra Mundial ha permitido poner en marcha la obra de unificación europea y de impulsarla decisivamente hasta bien entrados los noventa.
Alemania y Francia suponen quizá hoy más que nunca la fuerza propulsora que necesita la UE
Alemania y Francia han impulsado todos los progresos de la unificación europea hasta los Tratados de Maastricht y de Amsterdam partiendo de iniciativas comunes pese a la existencia frecuente de intereses y personalidades contrarios a ellas, y lo han hecho una y otra vez de manera decisiva. En los últimos años estas energías han decaído perceptiblemente. Se echa en falta la fuerza determinante del "tándem" en la política europea, así como también se nota el insuficiente "reflejo europeo" en la política nacional respectiva. Esta pareja precisa hoy de celebraciones de cumpleaños para poner a prueba su responsabilidad y para desarrollar nuevos impulsos. Es de esperar que las nuevas iniciativas en relación con el 40º aniversario del Tratado del Elíseo no se quede en humo de pajas.
Claro que hay quienes opinan que esta relación especial ha perdido toda justificación de su existencia, su raison d'être con la reunificación alemana o con la introducción del euro, y que ahora habría que pasar a "normalizarla". Creo que esta tesis es errónea, incluso peligrosa para la consolidación y el buen desarrollo de la unificación europea. Y sería igual de peligroso hablar de una relación "privilegiada" si no se actúa en consecuencia.
Alemania y Francia suponen hoy, y quizá más que nunca anteriormente, el eslabón, la correa de transmisión, la fuerza propulsora que necesita la Unión Europea, que necesita toda Europa. Los dos vecinos encarnan más que cualquiera de los Estados miembros o grupos de países la totalidad de Europa en su diversidad y con todas sus contradicciones internas, con sus mentalidades y culturas. Francia y Alemania forman hoy también una base esencial del enfoque que permite anticipar los problemas y establecer compromisos, algo que seguiremos necesitando ante la existencia de intereses contrapuestos.
Europa, la consecución de la obra de unificación europea como consecuencia de la incorporación de los países de Europa Central y del Este, constituye hoy verdaderamente una responsabilidad común política y moral de Alemania y Francia. La relación franco-alemana no se ha considerado nunca a sí misma como una relación exclusiva. En los impulsos bilaterales anidaba siempre un núcleo y una orientación europeos, con la invitación a los otros a que se sumaran al ejemplo. Recuerdo aquí la idea en un principio duramente criticada del Eurocorp, para algunos poco menos que delito de alta traición contra la Alianza Atlántica, o el canal de televisión ARTE, destinada a convertirse en una televisión cultural común europea.
Quizá sea necesario que esta relación reciba el estímulo y la complementación de los amigos y socios, sobre todo de aquellos cuya historia ha estado marcada por problemas graves con sus vecinos. Estoy pensando en los países del Benelux, en Polonia o en España; todos ellos saben de la importancia todavía actual de que tales relaciones disfruten de una confianza especial, no sólo dentro de la (futura) UE, sino entre nuestros vecinos.
Pero esto no significa que se pueda exonerar a Francia y Alemania de su responsabilidad común europea, al contrario. Ambos deberían hacer todo lo posible por mantener a Europa en el buen camino, y hacerlo como motores y en unión con los demás socios. Ellos más que nadie deberían esforzarse sobre todo por colocar al ciudadano y sus intereses vitales cada vez más en el centro de las preocupaciones de la política europea, sin olvidar las próximas elecciones al Parlamento Europeo en junio de 2004, sobre las que pende la amenaza de una participación inferior al 50%, lo que para Europa un serio fracaso.
Enumeraré cinco temas que deberían ser el leitmotiv de una política común, e incluidos en los debates de la Convención de la UE:
Primero: el ciudadano desea vivir en un entorno económico positivo, con menos parados, mayor bienestar y seguridad social, y en un medio ambiente sano. Echo de menos una preocupación mayor de la UE por estas cuestiones.
Segundo: El ciudadano desea vivir en libertad, pero también con seguridad. Esto se espera lógicamente en primer lugar de la política nacional, pero también al mismo tiempo y de manera creciente de la propia Europa. Si bien no son de subestimar los progresos realizados desde Tampere, no deja de ser preocupante que no hayamos sido capaces de poner en práctica los objetivos de la política interior y de justicia aprobados unánimemente en 1991 en Luxemburgo.
Tercero: El ciudadano desea que la UE haga valer y defienda su posición también en cuestiones internacionales de importancia y que afectan los intereses fundamentales de Europa -piénsese en la "Política Común Exterior y de Seguridad"- quizá la Cenicienta de la unificación europea. En este contexto tenemos el conflicto del Oriente Próximo y la carencia de una política mediterránea de la UE, verdaderos testimonios de una deficiente perspectiva común. Lo que nos falta es un verdadero debate sobre contenidos, metas y estrategias comunes y los medios para llevarlos a cabo; sólo entonces tendrá sentido hablar de las instituciones.
"Por lo demás" el debate sobre la seguridad y la defensa europea se antoja en el fondo alejado de la realidad del mundo; deberíamos dejar en un segundo plano a las instituciones hasta que hayamos encontrado el método correcto de dotar a nuestras fuerzas armadas para las tareas previsibles a un coste que nos parezca a todos admisible.
Cuarto: El ciudadano desea ser dirigido por instituciones eficientes y que le resulten comprensibles. Deberíamos intentar simplificar la estructura institucional de la UE y, sobre todo, dotarla de una mayor eficiencia en base a atribuciones de competencias mejor definidas.
El ciudadano desea, entre otras cosas, no sólo participar en la determinación del Parlamento Europeo y de la Comisión, sino también poder recusarlos como votante. En una UE con 25 y más países miembros ya no hay lugar para una presidencia rotatoria según las reglas clásicas. ¿Por qué el presidente de la Comisión no iba a poder ser al mismo tiempo presidente del Consejo Europeo y seleccionar él mismo su equipo de diez-once comisarios?
Quinto: Deberíamos poder dejar claro ante la ciudadanía dónde están las fronteras de Europa. En relación con el ingreso de Turquía la política se ha mostrado de su lado más timorato en cuanto a la capacidad de hacer un debate abierto; distinguir entre una Europa supuestamente política y una geográfica es un auténtico absurdo. El ciudadano tiene derecho a saber cuál es nuestra actitud ante Turquía, y también ante el Magreb, Israel, Rusia o Ucrania. Dicho con otras palabras, quien diga sí a Turquía no puede decir simplemente no a los demás países mencionados.
En caso de que no fuera posible hallar por fin solución a estas cuestiones institucionales esenciales, sólo queda la salida de formar un "Núcleo Europeo" junto a una Unión más o menos configurada como en la actualidad. Pero ¿tiene nuestra política hoy el valor de reconocer esto ante los ciudadanos?
Y, por último, hay una esfera a menudo subestimada, pero de primordial importancia, en la que Alemania y Francia podrían, e incluso deberían abrir el camino con su buen ejemplo. Me refiero a la cultura y la educación, la formación profesional y el intercambio. Precisamente es aquí donde Europa necesita un impulso nuevo y de largo alcance para volver a entusiasmar a la juventud. ¿Por qué no somos capaces de establecer de manera vinculante para toda la UE y para todo el ciclo escolar, la enseñanza obligatoria de dos lenguas extranjeras, una de ellas la del país vecino? ¿Por qué no somos capaces de dar cursos de "civilización europea" con objeto de ir desmontando los prejuicios y evitar concepciones erróneas? ¿Por qué no reforzamos más el intercambio de estudiantes?
En los pasados 50 años hemos logrado en Europa metas incomparables, una comunidad en paz, libertad y bienestar económico. Queda mucho por hacer para garantizar esto de manera estable para el futuro. No deberíamos quedarnos prendados de construcciones ideales sino dar a los ciudadanos una Europa realista, cercana a su mundo y con una clara visión del futuro; sólo así podremos hacerles recobrar su fe en Europa.
Joachim Bitterlich es ex embajador de la República Federal de Alemania en España (1999-2002).
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