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Columna
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'Negros'

El fascinante mundo de los negros, esos tipos oscuros que escriben en sus zulos, a la luz de la luna o bajo un flexo, las novelas que mañana ganarán el Planeta o los discursos que nos arengarán en la próxima guerra los líderes políticos. Negros de todas las categorías y escalafones: negros de estrellas de la televisión, negros de novelistas afamados, negros de presidentes y monarcas, negros de concejales y de consejeros, negros de negros.

Me contaba un amigo que hace años se encontró en un garito madrileño, en la alta madrugada que tanto frecuentaban los llamados poetas de la experiencia (expertos en garitos más o menos lisérgicos) a un tipo que juraba escribirle los discursos al Rey. El presunto redactor de discursos reales se quejaba del pésimo trato recibido: un contrato precario y un ridículo sueldo. Me he acordado de él esta semana, mientras leía la noticia de cómo se fabricó el eje del mal del que tanto habla Bush. David Frum era el negro de Bush, y al igual que otros negros (lo mismo que el improbable negro de don Juan Carlos) se dedica a quejarse. Ha publicado un libro en el que, además de presentarnos a un presidente norteamericano en lucha contra el alcoholismo, irascible y dogmático, nada curioso y muy mal informado, nos describe circunstanciadamente cómo se fabricó la frase que ha puesto en pie de guerra al Tío Sam. Lo que todos tomaban por una vulgar muestra de la indigencia cerebral de Bush es la destilación intelectual de David Frum y el fruto de su estro. El periodista concibió y escribió la melonada aviesa por encargo de su jefe, que le pidió un discurso contundente. Frum reconoce que incluir a Corea e Irán en el eje del mal fue un recurso retórico, algo como rimar melón con corazón. Lo curioso es que Frum descubra ahora lo mediocre y absurdo que es su jefe. Frum se comporta como los mayordomos de la familia real británica o el chofer de cualquier tonadillera. Su pecado mayor, de todos modos, es el de descubrir la descarnada inanidad del discurso político, no sólo del de Bush. Nuestros políticos (o gran parte de ellos) necesitan ayudas, asesores y negros incluso para parecer lo que ya son.

El coronel, definitivamente, no tiene quien le escriba y necesita escritores en paro, intelectuales para usar y tirar

Quien encarga a un tipo como Frum sus discursos se merece un volumen como el que ha escrito Frum. Pero nuestros políticos tienen también sus negros. Todos podríamos recitar los nombres de los inspiradores (algunos bien ilustres) de unos cuantos políticos del llamado sector constitucionalista (el sonado fiasco de fin de año en el Parlamento ha puesto en evidencia lo peligroso que es depender de discursos ajenos). Tampoco es complicado adivinar la inspiración intelectual (es un decir) de las regocijantes prospecciones ora puertorriqueñas, ora gibraltareñas de Egibar y los suyos. El coronel, definitivamente, no tiene quien le escriba y necesita negros, ocurrencias, escritores en paro, intelectuales para usar y tirar. No le sucede igual al subcomandante Marcos, que escribe sus discursos sin ayuda y piensa por sí mismo con buenas dosis de ironía. Les acaba de poner los puntos sobre las íes a los analfabetos de ETA que le habían leído la cartilla. "Los zapatistas", dice, "hemos conquistado el derecho a la palabra: a decir lo que nos venga en gana, sobre lo que nos venga en gana y cuando se nos venga en gana".

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