La EMT de Valencia, tercermundista
Lunes 13, a las 9.10 horas: espera en la tercera parada de Blasco Ibáñez en dirección al centro de la ciudad. Ocho personas miran el reloj, alguna para un taxi, el resto se impaciente porque el autobús de la línea 81 no aparece. Sigue afluyendo gente, ahora son unas 15 personas. Finalmente llega el 81, va lleno y aunque para, no abre la puerta; protestas, y algunas personas más paran los taxis que pasan detrás de los autobuses. Nueva espera, más gente, la parada llena y más nervios, algún usuario más que deserta y para otro taxi. Finalmente aparece otro 81, algunas personas hace 20 minutos que esperamos; la multitud sube trabajosamente. Todo son caras largas y silencio espeso. Un usuario saluda al conductor con un "buenos días, pero mal servicio". El conductor se cabrea: ¿Es que hace media hora que espera usté [sic]? Le digo. "Media hora no, pero 20 minutos sí". "No es verdad", brama el energúmeno que leva el volante, y añade: "Seis minutos, del autobús anterior a este. ¡Seis minutos!" Le digo: "Es que el autobús anterior no ha parado y mucha gente estamos en la parada desde las..." "Pues si no está conforme, coja el metro". "No llevará usted libro de reclamaciones, para que lo rellenemos", le digo, y me contesta: "No, si quiere quejarse vaya a la compañía". Alguna gente me da la razón respecto al mal servicio del 81 y a las maneras maleducadas de algún conductor. En seguida se escucha que se dirige a la central: "Cuarta parada del 81, lleno".
Es un ejemplo más de diálogo para besugos, habitual en la línea 81, colapsada por sistema. Y la EMT -como no tiene competencia-, imperturbable, sigue haciendo un triste papel como empresa pública, que ni elabora estudios de frecuencia para detectar dónde está la congestión de usuarios, ni dota adecuadamente de autobuses a las líneas más concurridas, ni imparte cursos de urbanidad a algunos de los energúmenos a los que confía la conducción. ¿Eso lo sabe la alcaldesa? No sea que en los mitines electorales, que están al caer, incluso llegue a proclamar -de buena fe- las excelencias del transporte público.
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