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Reportaje:

Puntería artificial

Estudiantes de la Universidad Jaume I construyen robots capaces de detectar y derribar bolos

María Fabra

Sólo al final de la segunda vuelta se pudieron señalar los nombres de los ganadores. La partida de bolos estuvo muy reñida. Las máximas puntuaciones se convirtieron, desde el principio, en algo parecido a la normalidad. Sin embargo, finalmente, hubo un vencedor. Sólo uno, capaz de obtener el 10 en cada una de las tres categorías. Otros, pese a los meses de preparación, ni siquiera pudieron salir a participar. Homer fue el ganador, seguido, muy de cerca, por Bolinga.

En la prueba deportiva celebrada ayer en la Universidad Jaume I de Castellón, una partida de bolos, no fue necesario que los alumnos quemaran ninguna energía, al menos física. Se celebró en un aula, con mucho silencio, sólo roto por los aplausos y con los estudiantes quietos, pero tensos. La competición estuvo protagonizada por robots, unos robots que chicos y chicas de poco más de veinte años han diseñado y construido, capaces de detectar un objetivo, apuntar hacia él y lanzar una bola para derribarlo. Algo aparentemente tan fácil, pero que precisa la programación de un microprocesador y la creación de un circuito eléctrico para que un ultrasonido emitido rebote en el objetivo y determine la posición exacta de éste con el fin de derribarlo. Algo parecido al mecanismo de un murciélago.

Algunas fuentes sitúan en el periodo del Paleolítico el nacimiento del juego de los bolos como entrenamiento para la caza. Parece que Egipto, Grecia y Roma lo tomaron como divertimento. De momento, los jugadores que lo practiquen, afortunadamente para ellos, no habrán de enfrentarse a estas máquinas de afinada puntería. La prueba era, simplemente, una práctica voluntaria para los alumnos de la asignatura de Sistemas Eléctricos que cursan tercero de Ingeniería Industrial en la Jaume I. Las aplicaciones de sus conocimientos, normalmente, estarán destinadas a industrias bastante alejadas del juego de los bolos.

Aún así, el objetivo de la prueba, según apunta el profesor del departamento de Tecnología, Roberto Sanchis, es que los estudiantes, los que tengan más interés, con unas bases restrictivas e iguales para todos, aprendan más de lo que cabe en la enseñanza reglada."Que realicen un proyecto completo, desde el diseño y la construcción hasta lograr que funcione", añade. La prueba es voluntaria y, antes de proponerla, el propio docente crea un prototipo para estimar el tiempo y el esfuerzo que habrán de invertir los alumnos. Todo un ejemplo de evaluación. Ayer, Sanchis se mostró asombrado por los resultados. "La verdad es que sí me ha sorprendido lo bien que funcionaban", admite.

Ha habido algunos que, después de estar varios meses preparando sus máquinas, no han logrado que éstas se pongan en marcha el día de la competición. "Han de aprender también de la frustración porque cuando trabajen para las empresas, y les encarguen un trabajo, si no logran que funcione, no se lo van a pagar", sostiene Sanchis. En cualquier caso, el premio en la partida de bolos son puntos sobre la nota final de la asignatura, algo que, en ocasiones, no tiene precio.

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