Mendiluce
El 2003 será el año de los armarios abiertos. Y no para entrar, sino para salir y declarar públicamente la identidad sexual. El pasado año hubo ya avances notables, primero un sacerdote, después un guardia civil y dos años atrás un teniente coronel del Ejército. Faltaba un político de cierto renombre, y José María Mendiluce ha querido dar la campanada. El candidato de Los Verdes a la alcaldía de Madrid sale del armario con algo de olor a naftalina, porque para un hombre público no siempre es fácil mantener el secreto hasta los 51 años. Lo normal es que al menor gesto de amaneramiento la gente le cuelgue el sambenito sin más contemplaciones, como le ocurrió a José Borrell siendo ministro, al que hasta adjudicaron un novio torero.
José María Mendiluce ha tenido la honradez de admitir que tardó tanto en reconocerlo por pura cobardía, aunque hay quien piensa que superó el miedo escénico gracias a un temor superior, el de no comerse una rosca en las elecciones municipales. En cualquier caso, lo que no cabe duda es que destaparse en la revista Zero, que es el órgano de las confesiones de homosexualidad, produce réditos considerables. Sólo la repercusión que tiene en los medios de comunicación una declaración así dispara los índices de conocimiento del personaje y, en consecuencia, los de popularidad. Que le conozcan no quiere decir que le vayan a votar, pero es evidente que la gente nunca votaría a un tipo que ni siquiera sabe que existe. Lo que está claro es que, con su confesión, cosechará una buena parte del voto gay de Madrid, cuya incidencia, al día de hoy, nadie se atreve a cifrar. Todos coinciden en que constituyen una fuerza emergente nada desdeñable, y la prueba está en los constantes coqueteos de Alberto Ruiz-Gallardón y Trinidad Jiménez con el electorado rosa.
Sin embargo, la confesión de Mendiluce perjudicará más a las expectativas electorales de la candidata socialista que a las del representante del Partido Popular. Cuando Ruiz-Gallardón se manifestaba a favor de la Ley de Parejas de Hecho y las adopciones por homosexuales, no buscaba tanto el voto gay como el mostrar ante la totalidad del electorado su carácter abierto, en contraste con la caspa imperante en otras altas instancias del PP. Trinidad Jiménez, en cambio, no necesita gestos que identifiquen su carácter progresista, lo que pretende directamente es que los gays la voten. De todas formas, objetivamente, a la que más daño electoral puede hacer Mendiluce con su "operación-destape" es a la candidata de Izquierda Unida, Inés Sabanés. Su coalición lleva años currándose los derechos de los homosexuales, y por eso están que se suben por las paredes con la salida del armario del eurodiputado que califican, sin ambages, de oportunista. Sea como fuere, el toque rosa de Mendiluce le pone en la carrera, aunque a costa de elevar a pública una cuestión tan privada. Confiemos en que lo suyo no constituya un intento de trasladar a la política la moda imperante de los homosexuales en los medios de comunicación. Como habrán observado, no hay un programa de cotilleo que se precie que no tenga a una loca con mala baba sentada a la mesa. Si lo expreso con tamaña dureza no es un arrebato de machismo rancio, sino porque me parece un desprestigio para los homosexuales que les identifiquen con esos personajes grotescos. La mayoría de los gays que conozco son personas inteligentes, refinadas y especialmente sensibles que, desde luego, nada tienen que ver con el papel de bufones que unos cuantos rentabilizan en la pantalla.
Homosexual o no, lo que el candidato de Los Verdes habrá de demostrar es que tiene un buen plan para Madrid. Ideas capaces de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y especialmente el medio ambiente, cuyo respeto abandera la candidatura que encabeza. Los madrileños son extremadamente abiertos y generosos, hasta el punto de que sólo en Madrid es posible aspirar a ser alcalde e incluso serlo sin haber nacido en la ciudad que pretenden gobernar. Mendiluce es vasco, se siente casi catalán y aquí en Madrid nadie le afea su candidatura por ello. Lo de ser gay tampoco debería influir ni a favor ni en contra, no al menos si de verdad nos creemos que ninguna persona puede ser catalogada o prejuzgada por su identidad sexual. Si el rosa prevalece sobre el verde, el daltonismo acabará por menoscabar sus expectativas electorales.
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