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Reportaje:ARQUITECTURA

Ópera en la periferia

El nuevo Teatro de los Archimboldo se ha construido como sede temporal para la compañía de teatro de La Scala de Milán durante los dos o tres años requeridos para la restauración del antiguo teatro de la ópera. Diseñado por el estudio de Vittorio Gregotti, el edificio -que continuará ofreciendo ópera y conciertos después de la marcha de la compañía- es el ingrediente cultural del proyecto para La Bicocca, una extensa zona industrial antes ocupada por las instalaciones de la marca de recauchutados Pirelli, que ahora está siendo transformada por la rama inmobiliaria de esta corporación para ofrecer servicios posindustriales. La Bicocca, que toma su nombre de una villa construida a finales del siglo XVI por la familia Archimboldo, se localiza en la periferia norte de Milán, a medio camino entre la estación central y la vecina ciudad industrial de Monza. Excepto una mínima parte, el proyecto de urbanización y edificación es de Gregotti.

La construcción de este distrito, concebido como una versión milanesa de Silicon Valley, comenzó en 1988 y se ha completado en un 75%. Además del área de investigación y de las oficinas centrales de Pirelli, alberga un campus universitario para 17.000 estudiantes, sedes de compañías multinacionales (entre ellas Deustche Bank o Siemens), un centro comercial de 20.000 metros cuadrados y viviendas de distintas calidades para unas 20.000 personas. Prismático, espartano y poco impresionante, el teatro es una respuesta perfecta a su situación periférica, mientras que resulta a la vez decepcionante para los amantes de la ópera cuando se compara con esa dilatada tradición de recargados teatros italianos.

Exteriormente, el Teatro de los Archimboldo se presenta como un esquema de sus funciones interiores, esto es, un gran volumen prismático para el escenario en la parte posterior, una platea en abanico en el centro y un plano de vidrio inclinado (el único elemento arquitectónico original) cubriendo parte del foyer. En la entrada, la marquesina en T (reminiscencia de los parasoles empleados en los edificios universitarios vecinos) apoyada en un pilar supone el único esfuerzo por articular la fachada. El teatro es minimal sin las pretensiones artísticas del minimalismo. A diferencia del Kursaal de Moneo en San Sebastián, donde las extrañas formas de la sala se ocultan tras un prisma romboidal de vidrio, o del auditorio de Nouvel en Lucerna, donde una inmensa cubierta plana confunde bajo su sombra la cávea y el escenario, el Teatro de los Archimboldo expone claramente todas las partes de su programa. Siguiendo de algún modo el espíritu de las escenografías de Brecht, nada se oculta; las sorpresas aparecen sólo durante la representación.

Vittorio Gregotti, que durante las tres últimas décadas ha sido uno de los teóricos más representativos de la cultura arquitectónica italiana, considera el teatro y el resto de edificios de La Bicocca como un acto de refundación. Antes que producir efectos arquitectónicos espectaculares, el proyecto pretende establecer un armazón urbano coherente y reconocible, en el que ninguna de las partes domine sobre el resto. Y explica su deliberada moderación como un esfuerzo "por construir arquitectura pública, sencilla y sin buscar el aplauso". Como un homenaje a la Groszstadt (metrópolis) de Otto Wagner o a las reglas para una arquitectura "normal" de Auguste Perret en su reconstrucción de Le Havre, Gregotti ha relacionado todo lo edificado en La Bicocca a través de la escala, el volumen, los materiales y la figuración. Aunque esta coherencia sintáctica no baste para garantizar la vitalidad futura del lugar, Gregotti considera que su arquitectura es suficientemente abierta y funcional para adaptarse a las nuevas necesidades urbanas a medida que aparezcan: la vida reemplazará a la arquitectura.

La gran ventaja que presenta el Teatro de los Archimboldo sobre su antecesor en el centro de Milán es su situación en el centro de una excepcional red de transporte: una zona relativamente libre de tráfico servida por más de un millar de plazas de aparcamiento, por un nuevo tranvía con parada en la plaza que antecede al edificio y por una estación de tren que se encuentra a sólo un paseo. Pero la facilidad de acceso no garantiza por sí sola el éxito del teatro. Este lóbrego contexto, sin apenas bares ni actividad nocturna, ha mermado la asistencia de los aficionados a la ópera. Por primera vez desde que se recuerda, La Scala no ha agotado las entradas en un estreno. Como en un cineplex suburbano, resulta más fácil llegar hasta allí en vehículo privado que caminando o en transporte público, pero desafortunadamente la analogía no termina ahí: citando al previsible y viperino Vittorio Sgarbi, la visita al Teatro de los Archimboldo es una experiencia "más parecida a la de acudir a un cine de periferia que a un teatro de la ópera".

Es inevitable que un edifi

cio público de la importancia de este teatro atraiga todo tipo de metáforas, algunas incluso poco agradables. La gran superficie de vidrio curvado e inclinado que cubre la entrada es tan parecida a un parabrisas que la analogía con un camión aparcado es difícil de evitar. Y el vestíbulo resulta tan anónimo como el de una estación. A través de una hilera de esbeltos pilares blancos, el público accede a un espacio monótono, excesivamente iluminado y pavimentado con mármol blanco brillante. Nada interrumpe el flujo hacia la platea, que se encuentra al nivel del foyer. Las escaleras hacia los tres anfiteatros están encajonadas en angostos recintos que flanquean las puertas de entrada a la sala, y a menudo quedan obstruidas durante los intermedios. También el bar, situado en una galería sobre el vestíbulo, tiene unas dimensiones tan escasas que obliga al público a empujarse continuamente. Aunque su capacidad (2.480 localidades) y las dimensiones de la escena respetan las proporciones del teatro original de Giuseppe Piermarini, el interior del Teatro de los Archimboldo ofrece la extraña impresión de encontrarse sobreexpuesto. El brillo del techo y de los paneles acústicos de los muros laterales distrae a la audiencia incluso cuando las luces se apagan.

Durante la primera semana tras la inauguración, en estos paneles fabricados con un vidrio experimental aparecieron fisuras y debieron retirarse por razones de seguridad. Mientras Gregotti insiste en que las planchas defectuosas deben reemplazarse según el diseño original, el director de la orquesta, Riccardo Muti, declara que unos paneles de madera mejorarían la acústica. Los anfiteatros, aunque más democráticos en términos de visibilidad que los apilados graderíos de un teatro barroco, hacen que el escenario parezca excesivamente distanciado del público.

El Teatro de los Archimboldo es funcional y accesible en todos los sentidos. Su acústica y visibilidad son impecables. Es sin duda una significativa contribución al ámbito de lo público en la cittá diffusa milanesa. Sin embargo, es difícil obviar un problema clave: no parece un teatro porque carece de ese carácter fundamental de umbral. Debido a su realismo, a la honestidad de sus formas exteriores y a la funcionalidad explícita de sus interiores, no transmite a los espectadores la impresión de estar pasando de una condición a otra, ni tampoco de que llegará a producirse la mágica transformación teatral.

Vista nocturna del Teatro de los Archimboldo, construido por Vittorio Gregotti en el barrio milanés de La Bicocca.
Vista nocturna del Teatro de los Archimboldo, construido por Vittorio Gregotti en el barrio milanés de La Bicocca.ORCH ORSENIGO/CHEMOLLO

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