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Columna
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Una decisión sensata

La decisión del Ayuntamiento de Alicante de retrasar las obras de reparación del muro del Raval Roig es sensata y merece el aplauso de los alicantinos. Que en ella haya influido la postura pública de un buen número de ciudadanos, opuestos a la obra, no le resta ningún mérito. Al contrario. Siempre es preferible un gobierno sensible a las demandas de los gobernados, a otro que sólo sabe imponer su autoridad. ¿Que en el acuerdo ha repercutido la proximidad de las elecciones municipales? Es posible que haya sido así pero, en cualquier caso, demos la bienvenida a la circunstancia si ayuda a resolver un conflicto.

La determinación del Ayuntamiento de cubrir de hormigón el muro del Raval Roig, en lugar de acometer su restauración, había creado una cierta polémica en Alicante. Muchas personas no se resignaban a ver cómo desaparecía uno de las escasas referencias visuales que le quedan a una ciudad saqueada sistemáticamente por sus autoridades en los últimos 60 años. Si, en otras ocasiones, se había culpado de desastres semejantes a la indolencia de los alicantinos -sin duda, con razón-, no podríamos decir lo mismo en esta oportunidad.

Desde el primer momento, el Colegio de Arquitectos, así como diversos técnicos y particulares se manifestaron en contra de la obra. Todos ellos pidieron al Ayuntamiento que reflexionara antes de acometer unos trabajos que, de ejecutarse como estaban previstos, resultarían irreparables y negativos para la ciudad. En ningún momento se puso en duda la necesidad de reforzar el muro que separa Virgen del Socorro de Juan Bautista Lafora. El estado que presenta la muralla como consecuencia de su antigüedad, y los desprendimientos ocurridos, aconsejaban la operación. Sin embargo, pocos estaban de acuerdo en que ésta se ejecutara ahogando la antigua pared de piedra bajo una capa de hormigón.

Los argumentos que condujeron a las autoridades a decidirse por una solución tan extrema no son fáciles de entender. Sobre todo, después de publicar los diarios que una empresa de ingeniería había presentado al Ayuntamiento un proyecto que contemplaba la reparación de la muralla y la ampliación de la calzada que discurre junto a ella. Sin embargo, la propuesta de esta empresa fue rechazada y, en su lugar, se escogió otra que suponía, de hecho, acabar con la muralla del Raval Roig. Tal vez, el concejal Pablo Suárez, que intervino directamente en el asunto, pudiera aportar alguna luz.

Sería de lamentar que, finalmente, esta muralla del Raval Roig que hemos contemplado tantas veces desapareciera. Y no sólo porque pueda tener un valor arqueológico como aseguran, probablemente con razón, algunas personas, sino porque forma parte de un paisaje entrañable para muchos alicantinos. Un muro de hormigón, aunque después se recubriera de piedra, como se pretende, nunca sería el mismo muro que hemos visto. Carecería del espíritu con que el tiempo fabrica la memoria de las ciudades. Y Alicante, por desgracia, es una ciudad que se está quedando sin memoria aceleradamente.

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