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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra sigue

Varios crueles atentados han venido a recordar violentamente que la guerra civil en Argelia sigue. Pese a que el terrorismo haya disminuido, las últimas matanzas ponen en aprietos a las Fuerzas Armadas, en primera línea de fuego de los grupos violentos. Más de 40 militares han fallecido en una emboscada en la provincia de Biskra, según la prensa argelina obra del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate y de "extranjeros" vinculados a Al Qaeda. Es la peor pérdida para el Ejército desde que en 1992 el terrorismo islamista y la guerra sucia siguieron al golpe que cerró la vía a una victoria electoral al FIS (Frente Islámico de Salvación).

Diez años después, la situación es bien diferente, aunque Argelia sigue siendo un país vigilado desde el poder y en parte opaco al examen independiente internacional. La violencia se ha cobrado más de 100.000 muertos en una década. Pero aunque permanece en niveles elevados -en 2002, según los datos oficiales, hubo 1.420 víctimas de actos terroristas, y fallecieron 130 de los activistas-, la intensidad de la violencia ha perdido fuerza, fruto de la represión, de la guerra sucia y las detenciones, del abandono de la acción armada por varios grupos armados, entre ellos los más próximos al FIS, y de la pérdida de apoyo popular de las organizaciones terroristas.

Los grupos terroristas que se mantienen en activo, sin embargo, son los más violentos, compiten entre sí, y, como el Grupo Salafista o el GIA (Grupo Islámico Armado), se oponen tajantemente a todo diálogo con el Gobierno. Así, estos días se han producido atentados terroristas simultáneamente en regiones o lugares alejados entre sí, como Biskra, Bouira, Bilda y, la última de la que se ha informado, Chetibi, a 600 kilómetros de Argel, donde han sido asesinados un alcalde y su adjunto.

No parecen ataques coordinados, pero vienen a poner de relieve la capacidad de los grupos terroristas, pese a que oficialmente se calcule que sus filas han quedado muy menguadas -desde los 27.000 militantes que se contabilizaban al principio a unos siete centenares en la actualidad-, pero en algunos casos, por ciertos indicios, más que probablemente insertados en redes globales como la de Al Qaeda. La política de reconciliación nacional no ha dado todos los frutos esperados, aunque el poder se viera amparado por el 11-S en su estrategia antiterrorista. Argelia tiene todavía pendiente una auténtica democratización y una cita con su propia historia. Alcanzarlas no eliminará necesariamente el terrorismo, pero sí abrirá la puerta al progreso político.

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