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Columna
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Lula

Tal vez la cultura política española de los dos últimos siglos es centrífuga y la portuguesa centrípeta. Pondré dos ejemplos. El primero, que los portugueses rechazaron hace tres años en referéndum la creación de un sistema de comunidades autónomas. El segundo ejemplo es más antiguo, aunque también muy actual: cuando se produjo la independencia de las tierras americanas del imperio portugués, surgió un único y gigantesco país -los Estados Unidos del Brasil- mientras que, pocos años antes, las colonias españolas emancipadas dieron lugar a más de veinte estados independientes, muchos de los cuales son hoy repúblicas muy menores, de nula presencia internacional y de complicado porvenir. Países nacidos del egoísmo y de la cortedad de miras de las oligarquías criollas. Desde su aparición como país soberano, Brasil permaneció unido y federal, y aunque hoy la nación es un pozo de desigualdad y de múltiples carencias, no por ello deja de ser, a la vez, un estado grandioso, llamado a desempeñar un papel mucho más relevante del que hasta la fecha ha tenido en eso que llaman el "concierto de las naciones". Y es ahí donde surge la figura de Lula, su doble compromiso. El primero y principal, mejorar la calidad de vida de sus sufridos conciudadanos; y el segundo no olvidar que la defensa de esos intereses excede incluso los anchurosos límites del Brasil. Y ello es así porque Lula sabe muy bien que su difícil éxito sería más improbable aún si no es capaz de fortalecer esa gran realidad económica, cultural y política que damos en llamar Iberoamérica, un concepto que hasta la fecha es poco más que retórica y buenas intenciones. Lula puede ser un gran estadista para Brasil pero también el gran dirigente que Iberoamérica nunca ha tenido. Y dado que los españoles y los portugueses también somos iberoamericanos, debemos ayudar a Lula, considerarlo propio. Desear lo mejor a quien hoy es el gran símbolo latino de una sociedad que aspira a la justicia, la igualdad y la libertad. Una sociedad más democrática, amable, creativa y mestiza. Un proyecto nuevo, tan alejado de la dictadura de Castro como del fracaso populista de Chávez.

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