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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Comienza la carrera

Los cuarteles generales de los partidos activan sus equipos ante la avalancha electoral que se viene encima en los próximos dieciocho meses. Entre las municipales (y autonómicas en trece comunidades) de esta primavera y las generales y europeas del próximo año, España vivirá un nuevo ciclo electoral que incluye también las autonómicas de Cataluña y Andalucía. El balance definitivo no podrá establecerse hasta las generales, pero en cualquier caso ya se sabe que cambiará el inquilino de La Moncloa tras la renuncia de Aznar a presentarse como candidato.

El inicio del año coincide con un mal momento del PP. En enero pasado, ese partido celebró un congreso en el que la estrella de Aznar, que iniciaba semestre de presidencia española de la UE, brilló muy alta. Luego se apagó. Las encuestas han ido retratando la aproximación del PSOE de Zapatero. La huelga general de junio y el desastre del Prestige han revelado un PP desorientado, sin otro recurso que culpar de lo que va mal a la oposición, como ayer volvió a intentar, algo patéticamente, el ministro de Fomento.

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La cuestión sucesoria, más complicada de lo que se pensaba, ha influido seguramente en esa desorientación. La falta de candidato y la pugna cada vez menos soterrada entre los aspirantes es un factor que cuenta en el ánimo de los votantes, aunque el PP alimente la confianza de recuperarse nombrando a quien esté menos contaminado por los errores recientes. Ello dependerá en buena medida de los resultados de las municipales. En ellas se pone a prueba, por primera vez en unos comicios celebrados en todo el territorio, la solvencia de la alternativa de Zapatero. Sin olvidar que en las anteriores (mayo de 1999) hubo un cuasi empate en voto total entre PP y PSOE, lo que no impidió al primero alcanzar un año después la mayoría absoluta.

Para los socialistas no sería un buen resultado la repetición del porcentaje registrado hace cuatro años, a no ser que implicase conquistar alcaldías importantes. En 1999 el PSOE optimizó los resultados merced a una ecléctica política de alianzas que le permitió pactar a múltiples bandas. El PP, por el contrario, tiene cada vez más limitado el campo de posibles aliados, lo que se proyectará sobre todo en las generales. De ahí su empeño en presentarse como única garantía de cohesión frente a la dispersión socialista. Su mensaje implícito es que si el PSOE queda por delante, pero sin mayoría absoluta, pactará con cualquiera, incluyendo a nacionalistas que cuestionan la unidad de España.

El problema es que ese mensaje le lleva a jugar al todo o nada: o mayoría absoluta o abandono del poder. Aunque eso mismo ocurría en 1996 y luego Aznar no tuvo inconveniente en pactar con los nacionalistas vascos y catalanes, aunque fuera al precio de tragarse algunas palabras y de purgar a Vidal Quadras. Ahora el precio sería mucho más elevado, porque también los nacionalistas asumirían riesgos si respaldan la investidura de un candidato del PP. No obstante, el hecho de que no sea Aznar el candidato podría favorecer algo similar. Seguramente será un factor a tener en cuenta a la hora de elegir al sucesor, especialmente si en ese momento las encuestas adelantan la pérdida de la mayoría absoluta.

Pero la verosimilitud de las alianzas también depende de la actitud de los nacionalistas y de los resultados de las elecciones catalanas del otoño de 2003. El PNV actual parece un aliado muy improbable tanto para el PP como para el PSOE. Será también en otoño cuando Ibarretxe presente a un Parlamento en el que no tiene mayoría su propuesta de estatuto de libre asociación con España. Si no logra los apoyos necesarios, es posible que convoque elecciones anticipadas con su plan como programa, buscando una especie de refrendo popular. Con independencia de cuál fuera el resultado, ello alejaría cualquier posibilidad de pacto con los socialistas. Y una victoria de Maragall en Cataluña haría casi imposible el apoyo de CiU a Zapatero en Madrid, e improbable un acuerdo de Artur Mas con el PP. Pero nunca se sabe.

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