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Reportaje:CAMBIO EN BRASIL

Sana envidia argentina

Los vecinos se miran en el espejo de Brasil y comprueban que sus dinosaurios políticos no despiertan ninguna ilusión

"¿Dónde hay un Lula?". Con sana envidia y simpatía, la sociedad argentina se mira en el espejo de Brasil y comprueba con resignación que sus dinosaurios políticos no son capaces de despertar una débil ilusión a menos de cuatro meses de las elecciones presidenciales, previstas para el 27 de abril. En los incipientes estallidos de furia creadora tampoco se aprecia un ligero rasgo o un vago color cultural del movimiento de masas que llevó al presidente brasileño Lula al poder para soñar al menos con un proyecto sostenido por una fuerza social similar.

Los partidos históricos y aún los cócteles de reciente combinación se fragmentan hasta deshacerse en el polvo de debates en los que no está en juego una sola idea. En los sondeos de opinión, los ciudadanos argentinos dejan constancia de que no hay a la vista ningún candidato que rebase el límite de la esperanza.

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Aquí parece estar todo siempre por hacerse. Los viejos líderes no han permitido la renovación. Tienen una particular habilidad para apoderarse eternamente de los cargos, malversar herencias, destruir rivales y una manifiesta incapacidad para construir. En una conversación con EL PAÍS, el filósofo y profesor universitario Horacio González decía el viernes: "Las secuencias por las que atravesó Lula, a lo largo de 20 años, componen una espesa dialéctica entre lo social y lo político, lo reivindicativo y la capacidad de gestión, la creación de un lenguaje de masas y debates de ideas específicas y muy dramáticas. Todo con gran sensibilidad para contener las diferencias existentes. Brasil, sin partidos nacionales organizados, sin vínculos duraderos entre el movimiento político y el movimiento social y con una memoria social difusa, era un terreno apto para el recorrido sobresaltado, pero sin obstáculos y coágulos históricos, de una fuerza social nueva, moderna, desenfadada, dispuesta a aprender sobre la marcha".

Los dirigentes políticos y sociales invitados a la fiesta de asunción del mando del nuevo presidente brasileño, regresaron embelesados. Para todos, la construcción de un movimiento similar se ha convertido en un "desafío". Sólo uno de ellos tiene ya una parte del camino recorrido, el secretario general de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), Víctor de Gennaro. La CTA, nacida de un congreso de sindicatos disidentes de la central única controlada históricamente por el peronismo, creció y se consolidó en la oposición durante la década menemista, entre 1989 y 1999.

El pasado 15 de diciembre, los 10.000 delegados de todo el país votaron "la construcción de un movimiento político y social con capacidad de gobernar el país desde los intereses de la clase trabajadora". Ese día, el representante de la Central Única de Trabajadores de Brasil, Pedro Azambuja, leyó entre ovaciones el texto de adhesión y apoyo enviado por el entonces presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva, amigo personal desde hace más de 15 años de Víctor de Gennaro. El dirigente sindical argentino cuenta además con el apoyo de las organizaciones defensoras de los derechos humanos, las asambleas barriales, el Bloque Piquetero Nacional integrado y los movimientos de jubilados y desocupados.

Ayer, a su regreso de Brasilia, De Gennaro revivía momentos "muy emocionantes" y decía sentir todo como "algo propio": "Por lo que costó, por el esfuerzo de tantos años, porque se logró contra los discursos del no se puede, al fin quedó demostrado que los trabajadores son capaces de organizarse, de proyectarse y de definir, con su sabiduría, un proyecto para resolver la crisis".

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