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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Noches de charlas en la calurosa Habana

PARA LOS CUBANOS, vivir en La Habana es como realizar un ejercicio artesanal de supervivencia diaria. La paulatina dolarización de la isla ha creado dos sociedades superpuestas. En la parte inferior están los residentes, que se tambalean con sueldos de 10 dólares al mes para complementar el racionamiento. Tres kilos de arroz.

De modo que es necesario alquilar un viejo apartamento a los forasteros, conducir un auto después de ejercer la medicina, hacerse taxista siendo ingeniero de telecomunicaciones o alternar con visitantes para comer. Dos kilos de azúcar.

En la parte superior están los turistas, artífices de la entrada de dólares en una ciudad tan cara como Madrid. A los que se les trata con educación, pero con cierto distanciamiento, seguros de que son los que llevan la información a una ciudadanía sometida por la televisión pública, que emite propaganda sin cesar; una radio monótona, y una prensa reducida a Granma, que ya se vende como recuerdo en francés e inglés.

La Habana es una ciudad calurosa, donde las mujeres mueven las piernas como pinceles que llenan la calle de sensualidad. Medio litro de leche.

Que cultivan el verbo con un siseo susurrante y sutil, que nunca sabes si es sincero, si es sentido, o simplemente son sueños de un interlocutor sorprendido. Se charla en la calle, y la tertulia surge en cualquier rincón de la cálida noche. Una pastilla de jabón.

Hay gente sentada en los zaguanes. Las familias ven la tele a ras de acera, a torso desnudo o faldas cortas, con la puerta abierta. Se juega al dominó en la calle. Los niños uniformados dan un toque elitista a una ciudad en la que los hombres visten camiseta de tirantes, y las mujeres, pantalón pirata. Medio kilo de frijoles.

Una legión de guardias con perros y sigilo, traídos de la zona rural, mantienen el orden y, de paso, el sistema. La circulación de bicicletas-taxi, viejos Chevrolet, el metrobús llamado camello y los peatones se entreteje en un acuerdo tácito de respeto y funcionamiento. Cuarto de kilo de café.

Y desde las desvencijadas viviendas de La Habana Vieja, sueño cuarteado de un pasado glorioso, se piensa en la fórmula ideal para ir administrando ese racionamiento: 500 gramos de pescado en lata, un paquete de salchichas, medio litro de aceite, seis huevos, 80 gramos de pan...

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