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Columna
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La cuestión del Magreb

Natural es que España tenga un interés particular por el futuro del Mediterráneo, pero la Unión Europea, volcada a la expansión hacia el Este, sigue careciendo de un proyecto para esta región. En su día, España impulsó la Conferencia de Barcelona, que no ha dejado más rastro que una declaración de buenas intenciones, en la que se habla incluso de "una prosperidad compartida" que sabe a miel en el paladar de los países del Magreb, pero que no compromete a nada. La promesa concreta de un Banco Europeo para el desarrollo de la región ha quedado aplazada para las calendas griegas.

El que la Unión Europea incluyera en el diálogo entre las dos orillas del Mediterráneo a Israel y a la Autoridad Palestina, obviamente países ribereños, ha supeditado cualquier avance en las relaciones entre la Unión Europea y los países norafricanos a una solución satisfactoria de un conflicto que, evidentemente, no se divisa en el horizonte. No sólo la Unión Europea carece de una política para el Mediterráneo; es que, además, cualquier política que se pudiera concebir está bloqueada por el enfrentamiento israelí-palestino, con lo que esta falta se nota menos.

Son los países del Magreb, que viven una situación insostenible, los que se preguntan angustiados por el futuro de la región. La población crece a una velocidad que convierte en inoperante las tasas posibles de crecimiento. Si a un desempleo altísimo (sobre todo entre la población que forma el mayor segmento, la juvenil) se añade el mito, que, aunque haya perdido fuelle en los últimos años, sigue calando en la gente, de que la salvación reside en volver a las raíces islámicas, el riesgo de inestabilidad es evidente, máxime cuando estos países, que se caracterizan por una enorme desigualdad social, están gobernados con mano dura.

Las divisas que necesitan para su desarrollo sólo pueden venir de las exportaciones, las remesas de los emigrantes, el turismo y la financiación externa. Marruecos ha expresado claramente a la Unión que no cabe que siga rechazando los productos agrícolas, los únicos que podrían llegar al mercado europeo, a la vez que la mano de obra que, justamente, por este bloqueo de las exportaciones agrícolas una buena parte no puede emplear. Y el problema es todavía más grave en Argelia, que depende exclusivamente de las exportaciones de gas y de petróleo, que ocupan muy poca mano de obra, con precios sometidos a fuertes oscilaciones. En estas condiciones, planear el desarrollo a medio plazo resulta imposible.

Si el Magreb no puede subsistir indefinidamente en las condiciones actuales, en cambio, los países de la orilla norte tienen una única preocupación: controlar la creciente presión migratoria. En lo demás, las relaciones con el sur las consideran soportables. Pagan los intereses por la deuda, que continuas renegociaciones hacen crecer de manera continua, a la vez que son importadores, aunque modestos, de nuestros productos industriales. Desde la mirada del norte, si las cosas no van bien la culpa es del Magreb, incapaz de controlar la explosión demográfica que, junto con la corrupción, impide que lleguen las inversiones extranjeras que tanto necesita la región. Pero ocurre que la primera es un producto directo del subdesarrollo, y en la gran corrupción, no la pequeña administrativa que afecta directamente a la gente, el corruptor está en el norte, y el que se deja corromper, en el sur. Las empresas europeas que se benefician de las exportaciones y que, a menudo pagando la coima acordada a las autoridades que corresponda, mantienen mercados cautivos, no tienen el menor interés en sustituirlas con inversiones directas. De la misma manera, en el norte empresas no competitivas, por lo general pertenecientes a la economía sumergida, al aprovecharse de la mano de obra barata que exporta el Magreb, lo que temen es que cesara la inmigración clandestina. De una situación, aparentemente insostenible, hacen su agosto instituciones y personas, tanto del norte como en el sur, logrando hasta ahora que nada cambie, por lo menos hasta que la situación acabe por explotar.

La generosa oferta marroquí a los pesqueros gallegos abre una nueva etapa de colaboración que España no puede desaprovechar. Dentro de las coordenadas que establece Estados Unidos, la verdadera potencia mediterránea, y antes de que se resuelva el conflicto de Oriente Medio, que rebasa no sólo nuestras fuerzas, sino también las de la Unión Europea, es mucho, sin embargo, lo que cabe hacer para mejorar las relaciones bilaterales.

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