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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vida de 'veintegenarios'

Apenas con 25 años recién cumplidos, Javier Alonso, natural de Logroño, ha publicado su primera novela, Sueños y cadáveres, en la editorial Pre-Textos. Quisiera eludir todo el repertorio de naderías que existe para referirse a una primera novela, y más en este caso de Sueños y cadáveres, que escapa -y ataca- todos los repertorios de naderías, y no porque sean naderías -que los personajes reivindican ironizando- sino porque pertenecen al supermercado de las ideas hechas.

Sueños y cadáveres presenta una primera y engañosa envoltura de novela en la que no sucede nada. Lo explícito es una distancia intencional que hace verosímiles y diferenciados -a más de las individuales, con todas las taras y marcas de su generación- a un grupo de jóvenes provincianos españoles: ese localismo auténtico le permite a alguien que nunca estuvo en Logroño, a alguien que vive en otro continente, impregnarse con naturalidad en esa provincia tan diferente y tan idéntica a todas las localidades provincianas del mundo.

SUEÑOS Y CADÁVERES

Javier Alonso Pre-Textos. Valencia, 2002 249 páginas. 15 euros

La combinación de juegos

de vídeo, pornografía por Internet, música rock y series de televisión, mezclada con cerveza y apatía, modeló la cultura de la generación de adolescentes de los noventa que, al llegar al mercado del trabajo, encontró limitadas las oportunidades por las nuevas, ahora viejas, élites de la transición democrática, que se apoderaron de todos los puestos y le cerraron las puertas, en una sociedad, la global, que padece "un inexorable proceso de fascitización universal" y que está presidida por "una especie de cruzada para alcanzar la tibieza ideológica".

No se trata de una novela política, pero allí aparecen el PSOE, Aznar, Blair, Clinton. Dice la solapa que "Sueños y cadáveres podría ser definida como una novela histórica que versa sobre nuestro presente", incluyendo el desencantado diagnóstico de Lucio -uno de los protagonistas- sobre nuestro tiempo "centrado en tres factores: individualismo neoliberal, opulenta economía posindustrial y evidente articulación del orden político como instrumento de los poderes fácticos de siempre para convertir al conjunto de ciudadanos asalariados del primer mundo en un homogéneo rebaño volterianamente cándido: la omnímoda clase media. También señaló los tres nuevos opios del pueblo que habían sido diseñados al objeto de lobotomizar a la ya de por sí mansa clase de desclasados: la televisión, los coches y la telefonía móvil". (Me consuela pensar que el final apocalíptico no figura en los menús de factores y de opios. ¿Será un consuelo?).

El diagnóstico histórico está ahí, pero lo esencial no está ahí. Está la verdad, pero "las verdades nunca son aplastantes; solamente aplastan los hechos, los golpes de realidad". Y la realidad es la que vive -y muere- un muchacho de Logroño; rumia Lucio: "Él, su hermana, el novio, Marta, Sígrid, la chica de sus sueños: todos eran, pensó, miserables piratas entre la basura, pero ya no pueriles, sino adultos, solitarios, conscientes, desesperados, culpables".

Personajes, personas, muchachos que se llaman a sí mismos "veintegenarios", que se manifiestan al lector con sinceridad y candidez, enfatizando su parálisis, sus malos momentos, que se hacen querer, que -en el fondo- concitan al lector para que los proteja.

Con todo, el clima de la narración no es sombrío. Siempre está presente un humor que nunca provoca risa, que se mantiene en ese límite justo entre la sonrisa y el estupor, ingrediente que evidencia que el autor es un animal literario, sensible -explícitamente sensible- a cada palabra. En especial, son notables los diálogos que rebotan deliciosamente como un pimpón, cargados de vivacidad, de réplicas y contrarréplicas que nunca rebasan lo que se esperaría de cada personaje.

En suma, una historia estupendamente bien escrita, que uno se devora sin tropezones, en fin, para incurrir en el repertorio de naderías, una asombrosa primera novela.

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