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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Roland Barthes: crítica y escritura

José Luis Pardo

La institución del arte moderno presenta, entre otras peculiaridades, la de que su práctica es eminentemente reflexiva: el arte moderno es inseparable de la crítica de arte, pues esencialmente el artista es ya un crítico, aunque no lo sea explícitamente. Naturalmente, esto no significa que las poéticas no modernas no dispongan de discursos capaces de apreciar y valorar sus productos, quiere decir tan sólo que la obra de arte moderna exige y promueve un tipo especial de crítica que, con el tiempo, ha perdido sus apellidos: aquella que emerge de la obra misma, que se impone el deber de estar a la altura de lo criticado, que extrae los criterios en función de los cuales valora la obra misma que se trata de juzgar. Aunque, como tantas otras cosas en la modernidad rezagada en la que vivimos, este fenómeno ha llegado a trivializarse de tal manera que la asociación de "el escritor y su crítico" se ha convertido en una grotesca pareja de hecho, lo cierto es que una corriente estética no puede ser del todo apreciada si no instala un espejo en el cual reflejar sus intenciones y su carácter más propio. Con la perspectiva que nos ofrece el tiempo transcurrido desde su primera publicación, hoy es bastante claro que la disputada figura de Roland Barthes como "crítico literario" no puede separarse de este fenómeno: su palabra, a menudo contestada y violentamente desacreditada, fue muchas veces el necesario aparato de mediación y de recepción de un nuevo movimiento literario -cuyo centro más visible, aunque no exclusivo, es el nouveau roman francés- que encontraba en la sociedad de las letras establecidas las mismas resistencias y que se enfrentaba a las mismas acusaciones que rodearon a Barthes. La relectura de los textos que componen estos Ensayos críticos y las Variaciones sobre la literatura certifica que Barthes no es el inventor de un "método" (por ejemplo, un "método semiológico") capaz de liberar a la crítica literaria de las sempiternas sospechas de subjetivismo y de arbitrariedad, sino el encargado de testificar a favor de una generación de escritores que se encontraron en la disyuntiva de tener que heredar una tradición que incluía tanto a Flaubert como a Mallarmé, y ello en un momento en el cual la literatura había perdido ya toda la inocencia que alguna vez tuviera, y la institución social de las letras estaba literalmente quebrándose.

ENSAYOS CRÍTICOS

Roland Barthes Traducción de C. Pujol Seix Barral. Barcelona, 2002 376 páginas. 7,21 euros

VARIACIONES SOBRE LA LITERATURA

Roland Barthes Traducción de E. Folch Paidós. Barcelona, 2002 280 páginas. 16,50 euros

Y por "escritores" no hay que

entender solamente a los "autores" depositarios de la función literaria y propietarios reconocidos de la palabra, sino también a los que Barthes denomina écrivants, aquellos que utilizan el lenguaje como un instrumento de acción e influencia. Estas dos figuras se mezclan en el escritor actual, a quien Barthes compara con el Hechicero: aquel que representa una enfermedad necesaria para la economía de la salud colectiva. De ahí, entre otras cosas, el rechazo -que Barthes comparte con Blanchot, Derrida o Kristeva- hacia el término mismo "literatura", un rechazo que tiene un componente ideológico procedente de Lukács (en el contexto del materialismo dialéctico, la "literatura" designaba ante todo la llamada "novela burguesa"), pero también un componente lingüístico procedente de Saussure: el término adoptado como alternativa -escritura, texto- pretende efectivamente neutralizar todos los valores establecidos por el "gusto literario" y hacer visible la subversión de los géneros operada en la práctica por los escritores contemporáneos. Como marxista, Barthes no podía ver a la literatura sino como una institución "objetivamente reaccionaria", y tenía que experimentar los movimientos subversivos del nouveau roman como un intento de descondicionar a los lectores a fuerza de suprimir la profundidad espiritual de los personajes. Como estructuralista, estaba obligado a reparar en ese escribir intransitivo que no deja productos tras de sí, que sólo hace visible un andamiaje -su propio sistema de significación-, un esqueleto que no quiere ya ser "literatura" pero que aún tiene que ser metaliteratura. Y éste es el drama que una y otra vez representa la escritura en nuestros días: enferma de su propia historia, querría a menudo volverse irreflexiva, retornar al encanto de la narración ingenua, renunciar a la distancia; pero, como sucede a menudo a quienes empieza a notárseles demasiado el esqueleto, hasta ese intento de fuga acaba siendo, en palabras de Barthes, "un juego con su propia muerte, una máscara que se señala a sí misma con el dedo". Sin embargo, en esta función de decepción (la de una ficción que se autodenuncia como ficción) veía Barthes la genuina razón de ser de la literatura: no aportar al mundo un sentido, sino suspender sobre el mundo un aporte de sentido que rehúye sistemáticamente al lector que quiere apropiárselo como un "objeto" significado. Este juego mortal no está lejos de lo que el propio Barhtes llamaba el placer del texto (que -¡lástima que haya que recordarlo!- no tiene nada que ver con la literatura divertida), que es a su vez un elemento indispensable de lo que en su día se llamó "nueva crítica", a saber, una crítica que "no es un homenaje a la verdad del pasado, o a la verdad del otro, sino que es construcción de lo inteligible de nuestro tiempo".

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