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Reportaje:PRIMER ANIVERSARIO DE LA MONEDA EUROPEA

De la 'euroforia' al estancamiento

La Unión Europea acaba el año con un crecimiento del 0,8%, el peor dato desde la crisis de 1993

Carlos Yárnoz

2002 pasará a la historia de la UE como el año de la llegada del euro a los bolsillos de los ciudadanos. Afortunadamente, quedará así en la sombra para el futuro el grave estancamiento sufrido por la economía europea, que crecerá como máximo un 0,8%. Habría que remontarse a la crisis de 1993, cuando la zona euro tuvo un retroceso del 0,9%, para encontrar una situación peor. La escasa competitividad, los altos déficit públicos, la incertidumbre política internacional, las caídas bursátiles y el escaso tirón de la demanda interna fueron los principales ingredientes de un cóctel que tuvo como primer protagonista y víctima a Alemania.

Los primeros síntomas de ese estancamiento ya se habían detectado en la primavera-verano de 2001. Los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington ahondaron más en la herida. Pero a comienzos de 2002 la Comisión Europea se atrevió a decir que el parón "había tocado fondo" y que en la segunda mitad del año Europa recuperaría la senda de crecimiento hacia su potencial, situado por encima del 2,5%.

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Nada de eso ha ocurrido y, al final del año, Bruselas ha reconocido que no había indicio alguno de recuperación porque la demanda doméstica sigue bajo mínimos, la incertidumbre internacional permanece y la confianza de la industria y de los inversores está por los suelos. Incluso no se descarta una breve recesión en los primeros meses de 2003, de forma que Bruselas se consuela al anunciar que la recuperación se retrasa hasta el segundo semestre de ese año, aunque el crecimiento previsto para esos 12 meses próximos será sólo del 1,8%, muy lejos del 2,9% anunciado en la primavera de 2002.

Reformas estructurales

El origen de tales males se resume en los retrasos de países como Alemania y Francia, entre otros, a la hora de poner en marcha unas reformas estructurales pactadas hace ya más de dos años por los Quince. Se trata de reformas del mercado laboral, liberación de mercados energéticos, integración de los financieros....

Por si fuera poco, el frenazo económico pilló a las grandes economías de la eurozona (Alemania, Francia e Italia, que suponen el 72% del PIB de la zona) sin los deberes hechos. Ni esos tres, ni tampoco Portugal, habían aprovechado los años de las vacas gordas para eliminar sus déficit y lograr ese sagrado equilibrio presupuestario que exige el Pacto de Estabilidad y Crecimiento impuesto precisamente por Berlín en 1997 ante el temor de que países más débiles, como España, cayeran en las alegrías fiscales con el consiguiente perjuicio para los socios.

En cuanto la Comisión lanzó a finales de 2001 los primeros avisos o alertas rápidas contra Alemania y Portugal porque sus déficit se acercaban al límite del 3% del PIB fijado en el pacto, sonó la alarma. No sólo el Ecofin (ministros de Finanzas de los Quince) anuló en febrero los avisos contra Berlín y Lisboa, sino que de inmediato se desató una avalancha de críticas contra la rigidez del pacto y desde numerosos foros se recordó que esa "piedra angular" de la economía europea es "de estabilidad", pero también "de crecimiento", por lo que era necesario flexibilizar las reglas para que no fueran ellas mismas las que estrangularan la capacidad de recuperación económica.

Una clave del zarandeo al pacto hay que buscarla en el ambiente electoral que en los primeros meses del año se vivió en Francia y hasta septiembre en Alemania. Pasadas las elecciones, los dos países descubrieron que sus déficit eran bastante más altos que los anunciados con anterioridad. Lo mismo había ocurrido en abril en Portugal. Entonces el comisario de Economía y Finanzas, el español Pedro Solbes, tuvo que recordar que la Comisión había hecho muy bien en lanzar los anulados avisos contra Berlín y Lisboa. Pero ya era tarde.

La polémica tuvo su punto más álgido en octubre: el presidente de la Comisión, Romano Prodi, calificó de "estúpido" el pacto, aunque luego aclaró que estúpida era la forma rígida en que se pretendía aplicar, y no el pacto en sí. En paralelo, Alemania admitía que cerraría 2002 con un déficit del 3,8%; Francia llegaría al 2,7%, y Portugal ya había sobrepasado el 4%.

Fórmula para el déficit

Sólo unas semanas más tarde, Solbes propuso, con el beneplácito del Banco Central Europeo (BCE) y del FMI, una fórmula para salir del embrollo: los países que ya hubieran logrado el equilibrio presupuestario, con España a la cabeza, podrían tener "un ligero deterioro temporal" de sus finanzas, mientras a los incumplidores se les exigía reducir anualmente sus déficit el equivalente al 0,5% de sus PIB, con lo que se admitía un plazo más prolongado (inicialmente el límite era 2002, después 2004 y ahora se mira al 2006) para alcanzar el equilibrio presupuestario.

En paralelo, la Comisión, que ya había lanzado el procedimiento de déficit excesivo contra Portugal, hizo lo propio contra Alemania y difundió la alerta o primer aviso contra Francia. Pero mientras el ministro alemán de Finanzas, Hans Eichel, confirmó por activa y por pasiva que se comprometía a cumplir las reglas bajo la supervisión de la Comisión y del Ecofin, su colega francés, Francis Mer, lanzaba una bomba de profundidad al asegurar que su Gobierno cumpliría sus promesas electorales, por lo que aumentaría el gasto público y bajaría los impuestos. Y no sólo no rebajaría el déficit en 2003, sino que lo aumentaría.

Con las espadas en alto, el presidente del BCE, Wim Duisenberg, alivió algo la situación cuando en diciembre anunció una bajada de tipos de interés (del 3,25% al 2,75%), pese a que la inflación seguía dos décimas por encima del objetivo del 2%. Fue sólo una gota de bálsamo en medio de un ambiente pesimista que Europa confía en superar a partir del verano.

Los ministros de Economía y Finanzas de la UE, en el Ecofin celebrado en septiembre pasado en Copenhague.
Los ministros de Economía y Finanzas de la UE, en el Ecofin celebrado en septiembre pasado en Copenhague.EPA

Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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