Mierda en los zapatos
Alicante, madrugada del jueves 26 de diciembre. Desde los tiempos de la horma, es decir, hace una eternidad, las navidades las paso en Alicante con la familia de mi mujer. Mis crónicas navideñas son, pues, descaradamente familiares, provincianas y gastronómicas, y no veo por qué tienen que cambiar.
El martes, nada más entrar el Euromed en la estación de Alicante, lo primero que hicimos, después de dejar el equipaje en casa de mi cuñada, fue irnos a la barra del Nou Manolín. Afortunadamente, había sepionets, esos chipirones de la bahía alicantina que tanto le gustan a mi amigo y colega Perico Pastor (anda, Perico, sé bueno y dibújame un sepionet) y nos pusimos morados. Morados de sepionets, de gambas rojas de Denia, de calamares a la romana, de croquetas de bacalao, de crujientes de boquerón (la novedad)... y de jamón. Al señor que corta el jamón le ha tocado el gordo de Navidad (ya le había tocado otro año: 10 kilos) y el buen hombre no se cansa de enseñar el ejemplar del periódico que recoge la noticia a sus amigos clientes. Como diría Joan Anguera, hay muy buen rollo en la barra del Nou Manolín, tanto que hace que los habituales nos olvidemos de preguntarle a Pascual, enfervorecido culé, por la suerte del Barça, y Pascual lo agradece sirviéndonos una ración más que generosa de vino de Rioja. La barra del Nou Manolín, como la del Piripi, es en esas fechas un lugar de referencia de la burguesía alicantina y de algunos grandes hortelanos de la comarca, como ese hombre que hablando un valenciano suculento les decía a sus amigos que él, por Navidad, les sirve un pollo a cada uno de sus cuatro perros. Hay muy buen rollo en la barra del Nou Manolín, algunos cantan habaneras y hasta ha hecho su aparición la tuna, una tuna discreta que nos ha ofrecido un lindo villancico.
Paseo por el centro de Alicante y me dedico a contemplar alguna que otra casa señorial a punto de caer víctima de la piqueta. Casas con balcones y galería y un gran portalón, casas donde Valery Larbaud tal vez iba a tomar chocolate invitado por algunas ninetes, el poeta Larbaud, esa especie de Pere Gimferrer milonario, criado con agua mineral y llevado regularmente al peluquero por su despótica madre. O me siento en un banco de la Explanada -"Explanada de España", reza en alguna parte-, rodeado de palmeras y de matrimonios endomingados que pasean con abuelas, hijos y perros endomingados, a tomar el sol (23 grados el martes, la temperatura más alta de la Península) mientras enciendo un cigarro y leo un libro. Este año me he traído una biografía de Ettore Muti, uno de esos valientes y arriesgados aviadores que tanto le agradan a Jacinto Antón; Ettore Muti, el héroe fascista más condecorado de Italia, al que una princesa romana le dijo: "Il vostro è il piu bel petto d'Italia, comandante" y él respondió: "Anche il vostro, principessa".
Mi cuñada tiene la televisión estropeada, lo cual no deja de ser un alivio. Las últimas imágenes que vi fueron las del último programa de Caiga quien caiga, el pasado domingo. Patéticas imágenes las de Pablo Carbonell, con su gorro de bufón y su megáfono, buscando desesperadamente al Rey por los alrededores de la Zarzuela. Patéticas porque todos sabíamos que el Borbón bueno y simpaticote, el que se colocó las gafas negras del programa, no iba a aparecer, como lo sabían Carbonell, Wyoming y el resto de los muchachos. Tanto ir al chapapote, tanto recordarnos aquello de "Fuenteovejuna, todos a una" (sin comendador asesinado, claro está), y ahora el Borbón bueno y simpaticote les da la espalda a esos pobres chicos que hacían el único programa inteligente y agradecido de la televisión española (incluida la catalana). Pero bueno, qué le vamos a hacer. Tampoco se trata de que el Rey se pasee por la Castellana luciendo las célebres gafas al igual que el Rey de Dinamarca se paseaba por la capital danesa luciendo en la solapa de su abrigo la estrella de David. La liquidación de Caiga quien caiga ha servido, al menos, para que los lectores de este periódico pudiésemos disfrutar (lunes, 23 de diciembre) con uno de esos arrebatos retóricos que de vez en cuando suelen darle a Manolo Vázquez Montalbán y que a mí me recuerdan sus mejores años de Triunfo y de Por Favor. "Caídos el Gran Wyoming y su preclara troupe por ese Dios y esa España que desde la Contrarreforma dirigen las victorias de la Ciudad de Dios contra la Ciudad del Diablo, asumamos que hemos vuelto a perder una guerra civil más, entre las varias que siguen planteadas en sordina", escribe, estupendo, Manolo, para acabar comparando a los ángeles negros de Caiga quien caiga con otras víctimas de la represión española, como son los "erasmistas, ilustrados, anarquistas, comunistas, socialistas no utópicos, homosexuales, independentistas, ibarretxistas...". Como decimos los catalanes, embolica que fa fort.
Y mañana será otro día y otro mes y otro año. Y seguiremos con el chapapote, con el material y el moral, con la mierda en los zapatos. Sin Caiga quien caiga (pero se puede apagar el televisor y leer a Quevedo, que no es ninguna tontería). Y dicho esto, sólo me queda desearles un buen año a mis colegas Sergi Pàmies y Perico Pastor y a todos nuestros pacientes lectores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.