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Columna
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Dentro de cien años

Al principio son todo palabras, pero al final sólo quedan los números. Siempre sucede de la misma forma: terminan las navidades, llega enero y casi todos hacemos una lista llena de buenos propósitos, esperanzas, planes de futuro, ambiciones, "píos deseos para empezar el año", como decía el poeta Jaime Gil de Biedma: no pasa de mañana que aprenda francés, que lea lo que no he leído, que cumpla mis promesas aplazadas, que haga el viaje a Moscú o Calcuta o Pekín que siempre quise, que vuelva a poner rectos los caminos que la vida ha torcido. En diciembre, casi nueve mil horas después de esa primera hora del año, cuando se haya derretido el hielo de las ilusiones y sólo nos quede entre las manos el indomable acero de los hechos, nos pondremos a hacer estadísticas, a restarle la realidad a nuestros sueños. El saldo de esa operación somos nosotros.

A la otra realidad, la de afuera, le ocurre exactamente lo mismo. No hay más que abrir los periódicos para ver que, según se acerca la noche divertida y terrible de fin de año, dentro de las noticias cada vez hay menos palabras y más números, menos preguntas y más resultados. El PP, negro de petróleo y moluscos envenenados, baja en las encuestas y la oposición sube; ahora el PSOE gana en intención de voto por tres puntos; la marea viscosa de la delincuencia creció casi un 6% de media en el año que se acaba, casi un 12% en Madrid, donde 70 de cada mil habitantes han sido víctimas de algún delito; una de cada cuatro personas que habitan Madrid es extranjera, y en esta ciudad en la que nadie es un extraño hay 366.000 forasteros; la población del país ha crecido un 5%; el precio de los hoteles ha subido un 7% en Madrid y las familias españolas han perdido 55.800 millones de euros en la Bolsa. Etcétera, puntos suspensivos.

Sin embargo, de todas las cifras que han llenado las informaciones de estos días, la más sorprendente es ésa que afirma que en España viven, actualmente, más de cinco mil personas que han cumplido los cien años. ¿No es fabuloso? Hay miles de personas que tienen ciento tres años o más y, por lo tanto, han vivido ni más ni menos que en tres siglos diferentes. Personas de las cuales se podría decir, por ejemplo, si las llevamos al terreno de la literatura, que fueron, con mayor o menor cercanía, contemporáneas de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro, de Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán, de Antonio Machado y Lorca como ahora lo son de Juan Marsé y Carmen Laforet, de Javier Marías, Luis García Montero y Almudena Grandes.

Imagínense si lo llevamos al terreno de la ciencia, qué pensarán esas personas para las que el futuro fue tener agua corriente o electricidad en las casas y ahora es tener un teléfono portátil con el que te haces una foto digital en Tokio que tu mujer puede ver en Madrid, dentro de su ordenador, cinco minutos más tarde.

Hace unos días leí que la candidata socialista a la alcadía de Madrid, Trinidad Jiménez, piensa recuperar los tranvías para la ciudad, si gana las elecciones del mes de mayo. Yo he soñado muchas veces que Madrid se pareciese a las postales antiguas de Madrid, y en ese sueño siempre hay aceras anchas y una red de tranvías que llena la capital de calles peatonales y plazas sin coches.

¿Eso es soñar con el pasado o con el porvenir? Las dos cosas, porque se puede avanzar de muchas maneras y una de ellas es retrocediendo, volviendo atrás para recuperar las mejores cosas que se quedaron por el camino.

A la hora de hacer los números, cuando las palabras sólo puedan ser ya dos cosas, o mentiras o verdades, no habría nada mejor para el centro de Madrid que sumarle ciudadanos y restarle coches, como han hecho de forma magnífica, por cierto, los nuevos parquímetros, benditos sean. Ojalá dentro de 60 años, cuando cinco mil de nosotros tengamos más de cien, podamos decir: hubo un tiempo en que la ciudad era inhabitable; luego, volvieron los tranvías.

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