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Columna
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'Freaks'

Pocos espectáculos me parecen más repulsivos de contemplar, e incluso imaginar, en fechas prenavideñas (y en cualquier fecha: son horrores de hoy y de siempre), que las prodigiosas citas cósmicas gracias a las cuales se reúnen Mr. Bush (junior) y Mr. Aznar (only one), personajes representativos donde los haya (y los hay) del periodo gótico retardado claramente inferior y truculento que estamos viviendo.

Declarado lo cual, he de admitir que, esta vez, ambos próceres pueden haber disfrutado mucho de su amena conversación, abundando cosa mala entre ellos las viriles palmadas en la espalda y los suspiros patrióticos. Y es que, a cada cita que pasa, más intereses comparten. Habrán hablado de combustibles (claro, que con matices: lo que a uno le llevó a la Casa Blanca está sacudiéndole al otro en Moncloa); de daños colaterales (iraquíes, gallegos: los mundos de ambos líderes son anchos y, desde luego, ajenos); de cómo está el servicio (de Trillo-Figueroa patrullando allende los mares, a cuenta del amo del mundo); de juguetes fáciles de usar, como el simpático avión sin piloto Protector, que, cual nueva estrella de Belén, sobrevuela los cielos a la caza de terroristas, ahora que, en la propia Belén, Sharon ha prohibido las estrellas, las cruces y lo que haga falta.

Habrán intercambiado opiniones, y supongo que también consejos acerca de los asesinatos selectivos a perpetrar por parte de la CIA (águila preventiva que mostró su visión el 11-S), do quiera se presente la ocasión, quien quiera que sea la víctima y cuando quiera que a los agentes se les pase por las narices, y de los sobornos a periodistas para influir en la opinión pública. En esto último, no es por presumir, pero don José María paréceme todo un precursor: puede darle sopas con onda a George hijo. Incluso puede aconsejarle que no gaste demasiado en periodistas. No siempre hay que pagarles. Los hay que se conforman con promesas e insinuaciones; otros realizan gratuitamente el trabajo sucio, y otros, en fin, tienen bastante con salir en la tele. Nuestro presidente puede recomendarle unos cuantos.

Dantesco, sí. Tod Browning ya rodó un precedente, La parada de los monstruos (Freaks). Fue en 1932, otra gran época.

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