Puede el baile continuar
Desde el aciago mes de marzo de 1996, el presidente-milagro y sus ministros han protagonizado innumerables y variopintas situaciones, a cual más kafkiana y grotesca (lo del Prestige es sólo la más dramática de ellas), que, además de costarnos un dineral en abonar las multas impuestas por los organismos europeos, y en afrontar los gastos extraordinarios para rectificar las erróneas decisiones, han mermado nuestra ya ínfima credibilidad en el exterior.
Paradójicamente, unos pocos resultados adversos de un club de fútbol han sido suficientes para que en una comunidad autónoma se pida, casi unánimemente, la dimisión del presidente.
Queda claro, una vez más, en qué nos hemos convertido: consentimos desorbitadas subidas en los precios de la alimentación, la educación, la vivienda y los medicamentos; soportamos estoicamente la proliferación de delincuentes de todos los tamaños (lo de la escoba tuvo gracia); asistimos impertérritos a la paulatina desaparición de los ya raquíticos derechos laborales; permitimos que los pensionistas sean reiteradamente embaucados con las exiguas subidas anuales; aceptamos la irrefrenable pérdida de prestaciones sociales... Pero nos echamos al monte en defensa del club "de nuestros amores".
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