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Análisis:El modelo de crecimiento actual es insostenible
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La economía española acumula desequilibrios

El diferencial con Europa, basado en la demanda, se reducirá si no aumentan la productividad y la inversión tecnológica

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

La economía española sigue creciendo más que la media europea. El Gobierno lo repite sin cesar y, aunque su objetivo sea el de distraer la atención del resto de las variables económicas que van mal (paro, inflación, exportaciones, turismo, etc.), hay que reconocer que la variable diferencial de crecimiento es la que nos debe ocupar más a los españoles. Si la economía europea empeora, es lógico que la economía española empeore; si Europa va bien, España irá bien. De nosotros no depende lo que crezca la economía europea pero sí debe ocuparnos en cuánto crecemos más que ellos.

No obstante, importa analizar los factores que explican el mayor crecimiento relativo actual para saber si tiene bases sólidas o si se debe a excesos insostenibles, demanda que algún día tendremos que pagar. Entre los factores positivos hay que anotar que España no ha perdido toda la ventaja del tipo de cambio muy competitivo con el que entramos en el euro, que nuestros costes salariales siguen siendo inferiores a los europeos o que en los últimos 25 años hemos hecho reformas en los mercados de bienes, de servicios y de trabajo.

El aumento del endeudamiento público, del que no se informa ahora, irá emergiendo poco a poco
Parte del mayor aumento del PIB español se ha basado en el gasto anticipado, pero está claro que en algún momento habrá que reducirlo
El desplazamiento hacia el futuro de los costes ejercerá una presión depresiva sobre la actividad en algún momento de esta década
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Pero también ha habido otras causas que, si bien han favorecido el mayor crecimiento, no garantizan que éste sea sostenible. Ya son muchos los indicadores que sugieren la fragilidad de nuestro crecimiento. Entre ellos destaca nuestra mayor inflación, cuyo nivel es casi cuatro veces superior a la de Alemania. Ese diferencial, en la medida en que no se reduce a los servicios no comercializables, sino que afecta al conjunto de la economía, acabará teniendo consecuencias serias sobre la competitividad. La evolución reciente del turismo puede ser el primer signo de esa pérdida de competitividad.

Otro síntoma del desequilibrio del crecimiento español es la extraordinaria expansión del endeudamiento de las empresas y, sobre todo, de las familias. Una buena parte del diferencial positivo de crecimiento en estos años se ha basado en que, gracias al crédito, hemos anticipado el gasto, pero está claro que en algún momento habrá que reducirlo para hacer frente a las cargas derivadas de ese endeudamiento. En el mejor de los casos -que no hubiera una reducción del gasto-, no volveríamos a alcanzar un mayor crecimiento relativo en base a un aumento del endeudamiento similar al de los últimos años.

Debe recordarse el casi permanente déficit de la balanza corriente, que expresa que los gastos de los españoles superan continuamente sus ingresos ordinarios. Dentro del euro, este desequilibrio no es motivo de alarma en el corto plazo ya que no corremos el riesgo del pasado de ver a los mercados financieros especular contra España y encarecer su financiación; pero la persistencia del déficit exterior es un síntoma de un crecimiento desequilibrado, especialmente cuando se relaciona con la anémica evolución de la inversión empresarial privada.

Otro desequilibrio es el de la estructura de producción de nuestro crecimiento, altamente dependiente de la construcción. En esto, el actual ciclo se ha diferenciado muy poco de los anteriores. En España siempre fueron bien las cosas cuando la construcción iba bien y nuestros peores momentos aparecieron cuando la construcción, una vez agotado el boom, entraba en recesión. En los cinco años que acabaron en 1990 el PIB creció un 24% y la construcción un 58%. En estos últimos cinco años, el PIB ha crecido algo menos -un 18%- pero la construcción ha crecido a un ritmo -el 35%- que también ha doblado el del PIB.

La parte de crecimiento que se debe a un exceso de demanda no se podrá mantener durante mucho más tiempo. En el futuro veremos una reducción en el diferencial o incluso la aparición de un diferencial negativo con respecto a la economía europea. Pero, ¿cuándo aparecerán los efectos depresivos del actual crecimiento desequilibrado? Muchos analistas piensan que los efectos derivados de estos desequilibrios -caída en la construcción, pérdida de competitividad, etc.- los veremos pronto. Otros consideramos que la combinación de una política monetaria fuertemente expansiva junto a una política fiscal también expansiva como consecuencia de la acumulación de elecciones en 2003 y principios de 2004, puede conseguir que, durante este periodo electoral, no veamos una disminución del diferencial de crecimiento, sino que incluso puede aumentar.

Si un tipo de interés del 2,75% ayuda a estimular una economía como la alemana, que tiene una inflación del 1% y está creciendo al 0,9%, deberá considerarse como un tipo de interés con efectos superexpansivos en un país como España, que tiene una inflación del 4% y un crecimiento de PIB del 2%. Súmese a esta política monetaria la inyección de ingresos que supondrán las revisiones derivadas de la desviación de inflación. Pero es que, además, la política fiscal que todas las Administraciones aplicarán en 2003 es netamente expansiva, tanto por el lado de los ingresos -reducción del IRPF, supresión del Impuesto de Actividades Económicas, posible supresión del Impuesto sobre Sucesiones...- como, sobre todo, por el lado de los gastos.

A los importantes aumentos de gasto público que el Gobierno está ocultando (por cierto, que el FMI, en las conclusiones preliminares de la misión que recientemente ha visitado España, reconviene al Gobierno diciéndole que no debería ocultar esta información por más tiempo) hay que añadir los incrementos de gasto que ya se han hecho públicos, como los aumentos de salarios por encima de la inflación para los funcionarios públicos o los aumentos generalizados de las pensiones. Además, están los 1.200 euros anuales para las madres trabajadoras o lo que puedan suponer las ayudas para paliar la catástrofe del Prestige que, según se dice, no tendrán límite cuantitativo ni temporal.

El gasto oculto

Pasado este periodo de alegría electoral, empezarán a aparecer los problemas en la economía española. El aumento del endeudamiento público del que no se informa ahora irá emergiendo poco a poco, así como el efecto de muchas medidas que se están tomando en los sectores regulados y que están hipotecando el futuro de nuestra economía. La más reciente de ellas es la subida de las tarifas eléctricas, que supone un 15% de incremento para los consumidores sometidos a tarifa, pero que no se aplicará durante este periodo electoral, sino que se cobrará pasados unos años. Entonces es cuando empezarán a aumentar otros costes de la energía, como consecuencia de la armonización fiscal y de otras regulaciones medioambientales de la Unión Europea.

Medidas de este tipo, de alegrar el presente a costa de hipotecar el futuro, han ido adoptándose en otros sectores como, por ejemplo, el de las autopistas de peaje al extender los plazos de concesión a cambio de reducir los peajes ahora, lo cual significará que, en los próximos años, el usuario no verá reducir esos precios. Otras medidas, como la de dejar incumplir ahora los compromisos de Kyoto, significarán también mayores costes para las empresas españolas en el futuro. Este desplazamiento hacia el futuro de todos estos costes ejercerá una presión depresiva sobre la actividad de la economía española en algún momento de la presente década.

No es fácil predecir la rapidez e intensidad con que se reducirá en España el diferencial de crecimiento. Tanto la pertenencia al euro como la mayor apertura de la economía española han llevado a que los desequilibrios de esta fase expansiva hayan sido más suaves que en el pasado por lo que cabe esperar que también sean más suaves sus consecuencias negativas. El problema es que la recuperación de la competitividad y el restablecimiento de los equilibrios serán también más lentos porque la entrada en el euro impone obligaciones que impiden adoptar medidas de efectos inmediatos, como la de devaluar.

Si no hay cambios en la política económica, hay que prepararse para que, una vez que haya pasado el periodo electoral, veamos caer el crecimiento diferencial de España. Pero no hay por qué resignarse a ese destino. Si mejoráramos nuestra productividad, los aumentos de demanda se convertirían en aumentos del PIB y no en aumento de la inflación como sucede ahora. La construcción no tendría por qué hundirse porque, aumentando la productividad del resto de la economía, corregiríamos el desequilibrio actual entre actividades productivas. Si aumentáramos la productividad y con ella el PIB, reduciríamos el endeudamiento de las familias en relación a su renta sin necesidad de que disminuyera la demanda de consumo. Necesitamos abandonar una política económica que pone todas sus esperanzas en la demanda y adoptar una política cuya atención se centre en la oferta y en el aumento de la productividad.

La economía española sigue creciendo más que la media europea. El Gobierno lo repite sin cesar y, aunque su objetivo sea el de distraer la atención del resto de las variables económicas que van mal (paro, inflación, exportaciones, turismo, etc.), hay que reconocer que la variable diferencial de crecimiento es la que nos debe ocupar más a los españoles. Si la economía europea empeora, es lógico que la economía española empeore; si Europa va bien, España irá bien. De nosotros no depende lo que crezca la economía europea pero sí debe ocuparnos en cuánto crecemos más que ellos.

No obstante, importa analizar los factores que explican el mayor crecimiento relativo actual para saber si tiene bases sólidas o si se debe a excesos insostenibles, demanda que algún día tendremos que pagar. Entre los factores positivos hay que anotar que España no ha perdido toda la ventaja del tipo de cambio muy competitivo con el que entramos en el euro, que nuestros costes salariales siguen siendo inferiores a los europeos o que en los últimos 25 años hemos hecho reformas en los mercados de bienes, de servicios y de trabajo.

Pero también ha habido otras causas que, si bien han favorecido el mayor crecimiento, no garantizan que éste sea sostenible. Ya son muchos los indicadores que sugieren la fragilidad de nuestro crecimiento. Entre ellos destaca nuestra mayor inflación, cuyo nivel es casi cuatro veces superior a la de Alemania. Ese diferencial, en la medida en que no se reduce a los servicios no comercializables, sino que afecta al conjunto de la economía, acabará teniendo consecuencias serias sobre la competitividad. La evolución reciente del turismo puede ser el primer signo de esa pérdida de competitividad.

Otro síntoma del desequilibrio del crecimiento español es la extraordinaria expansión del endeudamiento de las empresas y, sobre todo, de las familias. Una buena parte del diferencial positivo de crecimiento en estos años se ha basado en que, gracias al crédito, hemos anticipado el gasto, pero está claro que en algún momento habrá que reducirlo para hacer frente a las cargas derivadas de ese endeudamiento. En el mejor de los casos -que no hubiera una reducción del gasto-, no volveríamos a alcanzar un mayor crecimiento relativo en base a un aumento del endeudamiento similar al de los últimos años.

Debe recordarse el casi permanente déficit de la balanza corriente, que expresa que los gastos de los españoles superan continuamente sus ingresos ordinarios. Dentro del euro, este desequilibrio no es motivo de alarma en el corto plazo ya que no corremos el riesgo del pasado de ver a los mercados financieros especular contra España y encarecer su financiación; pero la persistencia del déficit exterior es un síntoma de un crecimiento desequilibrado, especialmente cuando se relaciona con la anémica evolución de la inversión empresarial privada.

Otro desequilibrio es el de la estructura de producción de nuestro crecimiento, altamente dependiente de la construcción. En esto, el actual ciclo se ha diferenciado muy poco de los anteriores. En España siempre fueron bien las cosas cuando la construcción iba bien y nuestros peores momentos aparecieron cuando la construcción, una vez agotado el boom, entraba en recesión. En los cinco años que acabaron en 1990 el PIB creció un 24% y la construcción un 58%. En estos últimos cinco años, el PIB ha crecido algo menos -un 18%- pero la construcción ha crecido a un ritmo -el 35%- que también ha doblado el del PIB.

La parte de crecimiento que se debe a un exceso de demanda no se podrá mantener durante mucho más tiempo. En el futuro veremos una reducción en el diferencial o incluso la aparición de un diferencial negativo con respecto a la economía europea. Pero, ¿cuándo aparecerán los efectos depresivos del actual crecimiento desequilibrado? Muchos analistas piensan que los efectos derivados de estos desequilibrios -caída en la construcción, pérdida de competitividad, etc.- los veremos pronto. Otros consideramos que la combinación de una política monetaria fuertemente expansiva junto a una política fiscal también expansiva como consecuencia de la acumulación de elecciones en 2003 y principios de 2004, puede conseguir que, durante este periodo electoral, no veamos una disminución del diferencial de crecimiento, sino que incluso puede aumentar.

Si un tipo de interés del 2,75% ayuda a estimular una economía como la alemana, que tiene una inflación del 1% y está creciendo al 0,9%, deberá considerarse como un tipo de interés con efectos superexpansivos en un país como España, que tiene una inflación del 4% y un crecimiento de PIB del 2%. Súmese a esta política monetaria la inyección de ingresos que supondrán las revisiones derivadas de la desviación de inflación. Pero es que, además, la política fiscal que todas las Administraciones aplicarán en 2003 es netamente expansiva, tanto por el lado de los ingresos -reducción del IRPF, supresión del Impuesto de Actividades Económicas, posible supresión del Impuesto sobre Sucesiones...- como, sobre todo, por el lado de los gastos.

A los importantes aumentos de gasto público que el Gobierno está ocultando (por cierto, que el FMI, en las conclusiones preliminares de la misión que recientemente ha visitado España, reconviene al Gobierno diciéndole que no debería ocultar esta información por más tiempo) hay que añadir los incrementos de gasto que ya se han hecho públicos, como los aumentos de salarios por encima de la inflación para los funcionarios públicos o los aumentos generalizados de las pensiones. Además, están los 1.200 euros anuales para las madres trabajadoras o lo que puedan suponer las ayudas para paliar la catástrofe del Prestige que, según se dice, no tendrán límite cuantitativo ni temporal.

El gasto oculto

Pasado este periodo de alegría electoral, empezarán a aparecer los problemas en la economía española. El aumento del endeudamiento público del que no se informa ahora irá emergiendo poco a poco, así como el efecto de muchas medidas que se están tomando en los sectores regulados y que están hipotecando el futuro de nuestra economía. La más reciente de ellas es la subida de las tarifas eléctricas, que supone un 15% de incremento para los consumidores sometidos a tarifa, pero que no se aplicará durante este periodo electoral, sino que se cobrará pasados unos años. Entonces es cuando empezarán a aumentar otros costes de la energía, como consecuencia de la armonización fiscal y de otras regulaciones medioambientales de la Unión Europea.

Medidas de este tipo, de alegrar el presente a costa de hipotecar el futuro, han ido adoptándose en otros sectores como, por ejemplo, el de las autopistas de peaje al extender los plazos de concesión a cambio de reducir los peajes ahora, lo cual significará que, en los próximos años, el usuario no verá reducir esos precios. Otras medidas, como la de dejar incumplir ahora los compromisos de Kyoto, significarán también mayores costes para las empresas españolas en el futuro. Este desplazamiento hacia el futuro de todos estos costes ejercerá una presión depresiva sobre la actividad de la economía española en algún momento de la presente década.

No es fácil predecir la rapidez e intensidad con que se reducirá en España el diferencial de crecimiento. Tanto la pertenencia al euro como la mayor apertura de la economía española han llevado a que los desequilibrios de esta fase expansiva hayan sido más suaves que en el pasado por lo que cabe esperar que también sean más suaves sus consecuencias negativas. El problema es que la recuperación de la competitividad y el restablecimiento de los equilibrios serán también más lentos porque la entrada en el euro impone obligaciones que impiden adoptar medidas de efectos inmediatos, como la de devaluar.

Si no hay cambios en la política económica, hay que prepararse para que, una vez que haya pasado el periodo electoral, veamos caer el crecimiento diferencial de España. Pero no hay por qué resignarse a ese destino. Si mejoráramos nuestra productividad, los aumentos de demanda se convertirían en aumentos del PIB y no en aumento de la inflación como sucede ahora. La construcción no tendría por qué hundirse porque, aumentando la productividad del resto de la economía, corregiríamos el desequilibrio actual entre actividades productivas. Si aumentáramos la productividad y con ella el PIB, reduciríamos el endeudamiento de las familias en relación a su renta sin necesidad de que disminuyera la demanda de consumo. Necesitamos abandonar una política económica que pone todas sus esperanzas en la demanda y adoptar una política cuya atención se centre en la oferta y en el aumento de la productividad.

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