El fin de la cultura del secretismo
La brillante carrera eclesíastica del cardenal Bernard Law, una de las figuras más influyentes de la Iglesia católica de Estados Unidos, acabó ayer en desgracia. Su papel central en el escándalo de pederastia de la archidiócesis de Boston le forzó a renunciar y pedir de nuevo perdón, un año después de que el periódico The Boston Globe revelara decenas de supuestos casos de abuso sexual cometidos por sacerdotes que Law encubrió al margen de las leyes civiles, a las que ahora debe rendir cuentas.
Su salida simboliza el fin de la cultura de secretismo en la Iglesia católica de EE UU, pero no cierra el infame capítulo de supuestos abusos. Víctimas, feligreses descontentos y un creciente sector del propio clero que habían pedido su dimisión abogaron ayer porque sirva como primera piedra de una nueva Iglesia, más democrática, abierta a los cambios y dispuesta a erradicar el cáncer de la pederastia.
El abogado de 86 de las víctimas, Mitchel Garabedian, aprovechó la coyuntura para pedir la renuncia de todos los prelados del país que han protegido a pederastas: "No nos vamos a detener, seguiremos presionado en los tribunales; que esto sirva para que todos los obispos implicados sigan el ejemplo del cardenal Law. Si son sinceros al decir que quieren hacer una limpieza, eso es lo que deben hacer".
El precedente que sienta la renuncia de Law es precisamente lo que más temía la Iglesia, renuente durante meses a aceptar las presiones laicas. Las últimas revelaciones sin embargo cambiaron esa ecuación. A principios de mes, salieron a la luz nuevos y espeluznantes casos de pederastia, de abuso sexual de novicias e incluso de cambio de drogas por sexo, que colmaron la paciencia incluso de 58 subordinados del cardenal.
La poca autoridad moral que le quedaba al que fue durante 18 años arzobispo de la diócesis más importante de EE UU se desvaneció. Law viajó al Vaticano en medio de una revuelta católica en Boston. La incógnita causada por la súbita visita a Roma se despejó en parte ayer. La archidiocesis, de la que temporalmente se encargará el arzobispo auxiliar, Richard Lennon, deberá aclarar si los persistentes rumores de bancarrota son ciertos.
La suspensión de pagos evitaría, o al menos retrasaría, el pago de indemnizaciones millonarias derivadas de las más de 400 demandas civiles entabladas por supuestas víctimas. El letrado Garabedian llegó hace semanas a un acuerdo extrajudicial con la archidiócesis por el que sus 86 clientes recibirían una suma conjunta de 10 millones de dólares para paliar los abusos sufridos a manos del ex sacerdote John Geoghan, al que se atribuyen más de 130 casos de pederastia desde la década de los setenta, la mayoría de niños.
A raíz del escándalo de Boston se destaparon otros muchos en el resto del país, que hasta el momento se han saldado con la suspensión de 325 sacerdotes, de los 46.000 que hay en EE UU. El proceso catártico que ha vivido la Iglesia católica, la más numerosa en fieles del país (67 millones), dio también lugar a una nueva política eclesiástica de "tolerancia cero" con los pederastas. La nueva normativa pretendía ser un paso hacia la reconciliación y el restablecimiento de la imagen.
La renuncia del cardenal Law es otro avance en esa dirección, señalaban ayer víctimas y laicos del movimiento La Voz de los Fieles. El perdón es en apariencia más difícil. Patrick McSorley, que sufrió repetidos abusos de Geoghan, dijo que las memorias no se borran.
Law se despidió desde Roma de los dos millones de católicos de Boston diciendo que rezaba para que su renuncia "ayudara a curar las heridas y a unir a una Iglesia que tan desesperadamente lo necesita".
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